En su ensayo ‘Vallas: un diario del Brexit’, la escritora británica Zadie Smith revisita su colegio de infancia, una escuela pública del barrio londinense de Willesden. Hija de madre jamaicana que emigró a Londres y padre británico de clase obrera, Smith destaca la importancia que tuvo para ella ese colegio de espacios compartidos entre personas de distintos orígenes y reflexiona sobre las profundas grietas sociales que han desembocado en el ‘Brexit’.
Me acordé de ella ayer cuando llevé a mi hija a su colegio, el CEIP Las Mercedes, una estupenda escuela pública donde conviven diariamente niños que viven en ese tranquilo pueblo lagunero humedecido por las brumas del monte de laurisilva y otros chiquillos, no solo del municipio, cuyos padres los inscribimos allí porque era un sitio pequeño y acogedor con un profesorado volcado en la educación y los cuidados. Después de seis meses sin clases presenciales, en medio de la peor pandemia del último siglo, aquel lugar era todo menos un erial agrietado. Y todos los padres nos mirábamos contentos por vernos las caras de nuevo mientras nuestros hijos podían volver a jugar juntos en el patio. Casi un milagro posible gracias al trabajo del equipo directivo y los docentes, que no se han sentido acompañados por la Consejería en esta carrera a toda mecha que ha sido preparar los centros para la era del covid.
En la puerta estaba el conserje con una persona de seguridad, mientras todos hacíamos una fila que surgió espontánea, guardando cierta distancia. “Gabriela, Gabriela”, le decía a mi hija una amiga a la que llevaba meses sin ver. Y ella le respondía saltando y haciendo monadas con la cara. Entonces salió a recibirnos el director, Francisco Rodríguez , Paco, con una bonita camisa de lino blanca. Todo iba a ir bien. Así que se abrió la valla y salieron las profes -creo que eran todas mujeres-,y entraron las niñas y los niños tranquilos, en fila. Menos uno que andaba inquieto y no quería separarse de sus padres después de tantos meses juntos. Pero ya luego se calmó, mientras las maestras les tomaban la temperatura.
Fuera estábamos nosotros, mirando. “Caballero, la mascarilla, que está usted rodeado de gente”, le dijo amablemente el señor de seguridad a un padre que se había relajado un poco.
“Esto va a durar mucho tiempo”, decía ayer Eli, una de las madres. “Con una situación así, siempre nos va a parecer demasiado pronto, pero había que volver ya. Mi hijo tenía muchas ganas, iba buscando amigos por todos lados”, comentaba. “Hacía falta que recuperaran las rutinas, que vieran a sus amigos”, decía Miriam. “Y luego, por el trabajo, yo he tenido que dejarlo con mi madre o ponerlo unas horitas en una guardería. Lo que más me preocupaba era la llegada, cómo iban a entrar. Pero yo estoy tranquila, confío en el cole”.
“¿Viste aquél que parecía que se lo llevaban preso? Era mi hijo”, me decía bromeando Javier. Su pareja, Jesica, hablaba de una mezcla de “motivación e incertidumbre”. “Esta nueva forma de dejarlo, sin poder acompañarlo a clase… A ver si todo va a mejor… sabiendo que este va a ser un año de locura… Lo que sí critico es la falta de medios por la dejadez de la Consejería”.
“Pues yo lo llevo horrible”, reconocía Sonia con absoluta sinceridad. “Pero es que soy una obsesa con esto de las medidas de protección. En casa no entramos con zapatos, no comemos fuera, todo lo que se te ocurra y más. Y no es tanto por la niña, sino por los mayores. Ella estaba muy contenta de venir. Pero también estaba preocupada y me preguntaba qué hacía si algún compañero se saltaba las normas. Vino con mascarilla y hemos quedado en que la lleva puesta hasta la puerta”.
Ayer también fue un día intenso para los maestros. “Yo estaba muy nerviosa”, reconocía Mónica, profesora de Infantil. Han sido muchos días de trabajo a destajo. “Y nos hemos sentido abandonados por parte de la Consejería. Ni siquiera nos han dado una pequeña formación sobre el covid, no somos sanitarios. Nos ha salvado el enorme trabajo en equipo y lo bien que lo ha hecho la directiva, que llevaba haciendo acopio de material desde junio. Y pensar en los niños, que es lo que nos mueve”. Mónica es consciente de que estos meses van a tener secuelas académicas. Pronto se pondrá a ellas. Pero ayer se dedicó a hablar con ellos de los cuidados higiénicos. “Es increíble, pero a veces son más conscientes que los adultos, son muy responsables”. También planeó una actividad para que contaran cosas especiales que habían estos meses. “Unos habían aprendido a nadar, otros habían buceado, otros habían aprendido a hacer una tarta. Lo importante, ahora, es rehacer los lazos afectivos. Esto era su gran familia y llevan meses si verse, aunque los he visto mucho mejor de lo que pensaba, con muchas ganas de estar juntos. Tienen que sentirse protagonistas, contar los pequeños hitos que les han ocurrido, expresar sus miedos. Algunos apenas han estado con otros niños estos meses”, contaba. “Es importante que nos cuidemos. Yo a ellos. Y las familias a nosotros, porque de nada vale que hagamos una burbuja en clase si fuera no se toman precauciones”.
4º, 5º y 6º de Primaria empezarán el jueves porque acaban de pintar sus aulas. Y Maritza, que es tutora en 6º, estaba ayudando a sus compañeros. “Yo creo que ha venido bien hacerlo más escalonado”, comentaba. Mientras ayudaba a entrar al alumnado, también a algunos más mayorcitos, los observaba: “Yo lo vi relajados, contentos de ver a sus amigos y a la maestra. Pero también con esa incertidumbre, no sabían si saludarse o no. En casa también les han hablado de mantener la distancia, de no quitarse las mascarillas…”
A la hora de la salida estaba Yurena esperando a su hijo, que iba al cole por primera vez. “Nosotros estábamos más preocupados por el tema emocional, porque hemos intentado vivir un poco de espaldas a la pandemia, evitar lugares donde hubiera que estar con mascarilla y nos preocupaba que las medidas fueran excesivas”.
Y volvió a salir el director. Era pronto. Todavía no hay comedor. Solo ha llegado un auxiliar de refuerzo y dos están de baja. El centro ha pedido seis. “Es muy importante, te parte la mañana y no vamos a seguir tirando de los abuelos”, se quejaba una madre. Lo mejor que le puede pasar a la educación pública es que la gente proteste para defenderla.