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Ahmed: de guía del desierto a ‘okupa’ en Los Enojados

Llegó en patera en el 2000 y lleva 17 años en Tenerife; es el único que nunca ha sido desalojado de su choza en la cala de Las Galletas
Ahmed, con 60 años, solo aspira a seguir viviendo en Los Enojados y que le dejen un huequito para ser enterrado ahí / FRAN PALLERO

Llegó, como otros tantos magrebíes, en patera. Fue en el año 2000, cuando partió de El Aaiún hasta Lanzarote, huyendo de la represión marroquí al Frente Polisario, que “sigue siendo mi familia”, apunta Ahmed Omraoui, para quien los incidentes que están pasando ahora en el Sahara “son poca cosa comparado con lo que ocurría en los años 80”.

Este saharaui de 60 años se ganaba la vida en su país, bajo la dominación marroquí, primero pastoreando con cabras y después haciendo de guía turístico en el desierto, gracias a que “hablo español, francés, algo de inglés y, por supuesto, árabe”, pero un buen día decidió dejarlo todo y embarcarse, junto a una veintena de compañeros, hacia Canarias. Después de tres años en Lanzarote, Ahmed llegó a Tenerife el 8 de enero de 2004, instalándose en Arona, junto a otros magrebíes. No le fue fácil conseguir trabajo y estuvo del tingo al tango, hasta que decidió montar una caseta en la playa de Las Burras o Los Enojados, casi pegada a Las Galletas, en lo que para entonces era un asentamiento ilegal. A base de palés y enseres de todo tipo fue haciendo su morada, mientras se dedicaba a trapichear con objetos sacados de la basura e ir viviendo buenamente. “Desde 2008 apenas puedo moverme, porque tengo el riñón al revés”, nos cuenta, además de sufrir las secuelas de una agresión sufrida en 2013 a manos de un marroquí, que le partió literalmente la cara, “tengo la nariz y la mandíbula de plástico y me cuesta respirar y comer desde entonces”, nos relata mientras trata de evitar las lagrimas al recordar, además, que aquel día “me quemó mi casa con 10 litros de gasolina”. Ese día, Ahmed no solo perdió su cabaña y parte de su rostro, sino que, además, se quedó sin documentación, el pasaporte marroquí que nunca llegó a renovar en el Ayuntamiento de Arona cuando se lo exigieron para mantener el empadronamiento del que disfrutó hasta entonces. “Solo tengo este papel de la denuncia ante el Juzgado -nos enseña la denuncia de aquel triste incidente- y la dirección de playa Las Burras”, nos cuenta Ahmed, quien no sabe cómo resolver lo del pasaporte, porque “mis padres ya están en el cielo”, sin que muestre especial interés por su esposa y sus cuatro hijos y nietos -que dice no conocer- que viven en el Sahara. Lo último que supo de ellos es cuando “vino un chico a pedirme la mano de mi hija, y por eso sé que están bien en El Aaiún”, relata, insistiendo que “yo no puedo regresar al Sahara, porque me encerrarían nada más pisar tierra, por mis ideas políticas”.

 

Vive desde hace 17 años en una chabola llena de viejos enseres y residuos varios / FRAN PALLERO

Al día de hoy sigue pendiente de esa resolución judicial para saber, entre otras razones, si tiene derecho a permanecer en esa zona privada, cerca de la servidumbre en Los Enojados -no puede actuar ahí la Policía Local- o finalmente será desalojado como lo han sido todos los que desde hace años han venido ocupando de manera ilegal ese paraje justo al lado de la playa y puerto de Las Galletas. Hace unas semanas se produjo el desalojo de 11 personas que llevaban poco menos de un año creando un nuevo asentamiento, tras haber sido desmontado un año atrás otro con casi medio centenar de okupas. En todos ellos, Ahmed Omraoui salió indemne, entre otras razones porque el suelo donde montó “su casa” era entonces particular y no estaba dentro de la demarcación de Costas. “A mí me dijo un señor, en 2004, que lo cuidara bien y desde entonces no he sabido nada más de el”, manifiesta Ahmed quien dice haber mantenido limpio el entorno, aunque sea su morada bien visible entre las rocas volcánicas y los cardones.

Ahmed Omraoui se mantiene en su choza, junto a media docena de gatos y un perro. A raíz del último intento de desalojo, son frecuentes las visitas que recibe de su hermana, que vive en San Isidro y de un sobrino que reside en Las Galletas, aunque habitualmente está solo, dedicándose últimamente a vender zapatos o bolsos por dos euros que “recicla” de la basura “para poder comer” algo, nos dice. “Nunca me he metido con nadie y ni he tenido problemas, excepto aquella vez con el marroquí que hacía tonterías”.

Ahmed es el único que ha sorteado los sucesivos desalojos de asentamientos que ha habido en la zona / FRAN PALLERO

Se muestra muy agradecido a la Cruz Roja, cuyo puesto está a unos 100 metros de su cabaña, porque “me suelen dar agua y algún bocadillo” y, sobre todo, a Francis, de Atlantic Dogs, porque “me da un par de euros y la comida para mis gatos y mi perro”.

Aunque su joven sobrino le consuela ante un posible desalojo: “Le recogeré en mi casa, aunque sea más pequeña que su chabola”, Ahmed insiste en que “yo no quiero moverme de aquí, solo pido que me dejen un huequito para morir tranquilo. No quiero tener nada encima de la cabeza, solo el cielo”, exclama mientras cruza sus manos envejecidas y cuarteadas por el sol, se diría que impropias de alguien con solo 60 años.

Alguien que casi desde niño -de 1976 a 1991- vivió la guerra entre el Polisario y Marruecos: “He visto muerte, sangre, dolor y vivir aquí, aunque sea solo, es vivir en la gloria. Hay que saber lo que es la mierda, para sentir cuando no huele”, dice convencido de no dejar Los Enojados.

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