Años de malas decisiones, de perderse para volver a encontrarse. Idas y venidas para acabar siempre en el mismo agujero en el que la depresión, la ansiedad y la angustia la envolvían como telarañas. La enfermedad mental ha marcado su vida. Un trastorno límite de la personalidad ha hecho que Elena Limiñana haya ido por la vida dando tumbos hasta acabar en el albergue de Santa Cruz, donde tocó fondo del todo, pero donde también encontró el apoyo necesario para reinventarse, para levantarse y comenzar de nuevo. Este viernes inauguró la primera exposición de la que, desde el pasado mes de septiembre, es su nueva vida. Sus cuadros pueden verse en el AguaCafé Médano Beach ubicado en el paseo de esta localidad costera de Tenerife.
Elena vive en el sur de la Isla, junto a otras tres mujeres, en una vivienda supervisada que gestiona la asociación Salud Mental Atelsam. Allí pinta, se recompone, aprende a vivir. A veces también se castiga. “Mis malas decisiones hicieron que perdiera a mi hija. Ahora lucho por recuperarla, pero es muy difícil que confíe en mí”, cuenta intentando no romperse.
El trastorno límite de la personalidad es un trastorno de la salud mental que impacta en la forma en que las personas que lo sufren piensan y sienten a cerca de sí mismas y de las demás, teniendo problemas para insertarse en la vida cotidiana. Incluye problemas de autoimagen, dificultad para manejar las emociones y el comportamiento, y un patrón de relaciones inestables. Se tiene un temor profundo al abandono o a la inestabilidad.
A sus 53 años, Elena lleva a sus espaldas un matrimonio fallido, que la dejó sola con una niña, una mala relación con su madre, que, asegura, a su vez tiene sus propios problemas igual de complicados que los de ella. Un viaje a Italia fue el detonante de la espiral de autodestrucción en la que Elena se mantuvo durante años, con adicciones, sin trabajo estable… Todas esas experiencias son heridas que Elena lleva en la piel y que, aunque parecen cicatrizadas, basta un recuerdo amargo para reabrirlas. Por eso, sus cuadros, sus pinturas son su tabla de salvación, también Atelsam.
Durante tres meses, Elena vivió en el Centro Municipal de Acogida de Santa Cruz, a donde llegó después de pelearse con su madre, con la que convivió durante 13 años, y tras pasar un mes ingresada en la unidad de psiquiatría de La Candelaria, descompensada por no tomar la medicación. “Me vi sola. Mi hija no podía hacerse cargo de mí, con mi madre no podía volver. Fue muy duro verme en esa situación, sin que nadie tuviera un techo para mí, y me hundí del todo cuando me dijeron que la única alternativa era el albergue”.
Asegura que su enfermedad la ha impulsado a comportarse de forma errática. “Un día me levantaba y cogía un avión y me iba, y con la misma volvía. La última vez que hice eso fue cuando dejé la casa de mi madre. Salí y me fui a Las Palmas a buscar a mi hija. No sabía dónde vivía, solo quería encontrarla, pedirle perdón”, cuenta entre lágrimas.
Ese viaje sirvió para retomar el contacto con su hija. Admite que le aterrorizaba el albergue. “Allí hay muchas personas que consumen y yo sé lo que es pasar por eso. Tenía miedo de recaer en ese mundo”, cuenta. Durante esos tres meses, los trabajadores sociales del CMA, el personal de la UMA, incluso los vigilantes cuidaron de ella. “Estoy muy agradecida”, asegura. “Después de tres meses -continúa- un día llegaron y me dijeron que, a pesar de todo, a lo mejor era una chica con suerte. Y me contaron que había una plaza en un piso de Atelsam, pero que era en El Médano”. “Les dije que no era un problema, al contrario, me crié allí”, cuenta.
Desde el 15 de septiembre Elena se está curando las heridas de la mano de Atelsam. Hace terapia, se toma la medicación, acude a los talleres, pero, sobre todo, pinta y sueña con recuperar su independencia. Se quiebra cuando piensa que el único momento feliz que recuerda es el de la crianza de su hija. “Era feliz, independiente. Trabajaba en el 112 y lo perdí todo cuando me fui a Italia. Mi vida se rompió por creer que allí encontraría lo que necesitaba: un compañero para mí y un padre para mi hija”.
No quiere olvidarse de los que la han ayudado en este trance vital. Tiene palabras de agradecimiento eterno para Heidi, una periodista alemana afincada en Tenerife, que la ha animado a pintar y que, afirma, “ha sido como una verdadera madre para mí. Ella me compró las pinturas para esta exposición y siempre está ahí para ayudarme”. También se acuerda de Víctor. “Lo conocí en la época en la que trabajaba de noche. Él siempre ha estado ahí dándome su apoyo”. “Gracias a personas como ellos y a la ayuda que me han prestado en Atelsam, me han hecho creer que los juguetes rotos, a veces, se pueden reconstruir”.
Salud Mental Atelsam o la mano que sostiene
Atelsam gestiona 11 viviendas supervisadas (zona metropolitana y sur de la Isla), donde un número reducido de personas, acompañadas por un grupo de profesionales, comparten piso y se integran tanto en las actividades del hogar como en la comunidad, siendo el trampolín para la vida independiente.