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El crimen sin resolver que marcó la Navidad de 1984 en Canarias

36 años después, sigue sin saberse quién asesinó al industrial José Afonso Ramallo, propietario de Cafés Perdomo

José Afonso Ramallo dejó a su mujer en la puerta de casa. Eran poco más de las 20.00 horas y llovía con fuerza. Ella bajó del coche mientras él le decía que iba a aparcar en el garaje. Pero el empresario, de 65 años y propietario de Cafés Perdomo, jamás volvería a ser visto con vida. El asesinato, días antes de la Navidad de 1984, conmocionó a la sociedad tinerfeña.

La fábrica de Cafés Perdomo se encontraba en la calle Alcalde Mandillo Tejera, en el popular barrio de Los Gladiolos, en Santa Cruz de Tenerife. Aún hoy, 36 años después, Carmen, vecina de la zona, recuerda lo ocurrido: “El revuelo fue tremendo, porque era una persona muy conocida, no solo aquí, sino en toda la Isla. Desde que se supo aquella noche, nadie lo podía creer”. Uno de sus empleados, en declaraciones a El País, corroboró esta opinión: “Se trataba de una excelente persona y no parecía tener enemigos”.

Era el 18 de diciembre de un 1984 marcado por la crónica negra en Canarias. El incendio ocurrido en La Gomera, en el que fallecieron 20 personas y que aún se sigue recordando, se unió en aquel año al homicido de un taxista en La Laguna y al de un joven en Santa Cruz de Tenerife que estremecieron a una sociedad poco acostumbrada a este tipo de hechos. Fue un año negro.

José Afonso Ramallo no tenía enemigos, la puerta de acceso a su vivienda o su garaje no había sido forzada y nada faltaba del interior de la misma. Uno de los dos perros que custodiaban la casa había sido envenenado o apaleado, también hubo confusión con esto, por lo que la persona que lo hizo, según las pesquisas policiales, estaba esperando dentro de la misma. Allí le dio siete puñaladas al empresario, que murió en el acto. Cuando su mujer, Carmen, extrañada por la tardanza de José, bajó al aparcamiento, encontró el cuerpo y salió gritando a la calle en busca de ayuda. No había gente en la zona, y cuando los servicios de emergencia llegaron, solo pudieron certificar el fallecimiento.

Instalaciones de Cafés Perdomo en una fotografía de 1984

José Luis Conde, ahora referente del periodismo gastronómico nacional desde las páginas de DIARIO DE AVISOS, medio para el que cubrió la noticia, recuerda lo sucedido: “Fue un varapalo importante para toda la sociedad santacrucera, que quedó conmocionada, sobre todo, por la brutalidad del crimen y por la habilidad del autor, o los autores, que desde un primer momento desconcertó a la policía”.

Miedo en la calle

El asesino se ensañó con la víctima. Prueba de ello es que la autopsia duró siete horas, obligando incluso a retrasar la hora del entierro, debido a las numerosas heridas que presentaba el cuerpo.

La muestras de dolor, y miedo, fueron evidentes. El entierro de José Afonso Ramallo, celebrado en Tacoronte, fue multitudinario y, en la Isla, todos hablaban de lo ocurrido. Incluso, otros empresarios manifestaron su temor porque lo sucedido formara parte de una serie de crímenes que pudiera tenerlos como objetivo. Los investigadores comenzaron a barajar hipótesis. “Desde un primer momento se puso el foco en el entorno más próximo del industrial”, recuerda Conde, que apunta a los perros como una de las pistas en esta línea: “Eran animales que se caracterizaban por su condición de guardianes de la vivienda, no por hacerse amigos o acercarse a cualquier persona que rondara la casa”.

Alguien lo hizo. Llegó a la vivienda, y envenenó a uno de los animales, pero los investigadores, muy pronto, descartaron el robo pues, como recogen las crónicas de la época, la víctima llevaba todas sus pertenencias consigo. Nada le faltaba. Se especuló también con la posibilidad de un crimen premeditado, un asesinato por encargo, de igual manera que se apuntó la posibilidad de que el empresario sorprendiera a alguien en el interior del garaje pero, de ser así: ¿quién pudo ser que no tuvo que forzar ninguna puerta ni ventana para entrar?

“La muerte del industrial llegó en un momento en el que los empresarios demandaban mayor control de la seguridad ciudadana porque, en aquellos años, proliferaba la delincuencia juvenil, existía prostitución de menores y se había extendido mucho el consumo de drogas”, recalca José Luis Conde. A eso hay que sumar el asesinato de otro joven, en octubre de ese mismo año, en un solar de la avenida Buenos Aires. Ambos crímenes no guardaban relación entre sí, pero generó cierta psicosis, pues el autor no había sido capturado cuando ocurrió lo de Afonso Ramallo.

El trabajo de la policía no dio fruto alguno. Hubo alguna pista, pero demasiado endeble cuando se profundizaba en la misma. El hecho de que lloviera provocó que no hubiera testigos, por lo que el autor, o autores, nunca fueron llevados ante la justicia, siendo este uno de los crímenes sin resolver en las Islas.

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