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Alicia Lecuona Ribot: “Me llena de orgullo que uno de mis cuadros esté expuesto en el TEA”

Andrés, yo creo que tú escribes mejor que hablas”. Este palo a mi oratoria y aquel elogio de mi prosa viene de la boca de Alicia Lecuona Ribot (La Laguna, 1947), pintora de meninas, gallos y desnudos, madre de cinco hijos, abuela de un montón de nietos y mujer que cuida con mimo a su marido, Toni Bello, con el que se casó a los 16 años, me parece que en el Cristo de La Laguna. “Y no fue de penalti, ¿eh?, sino que estábamos enamorados”. Toni Bello ejerció durante 32 años como miembro de la Corporación municipal de Santa Cruz. Alicia no se quiere quitar las gafas de sol para la foto, como las actrices de Hollywood. Es una mujer con un gran sentido del humor; y se ríe mucho. Y todo esto inspira confianza. Primero, por teléfono, me dijo que no se creía mucho lo del coronavirus, pero ante mi preocupación y mis explicaciones, me puso un whatsapp para decirme que sí, que claro que creía en la pandemia, que ella no era una negacionista. Cuando le pregunté si su marido era también su mánager, o su marchante, me dijo, poniéndose muy seria: “No, Toni es el antimánager”. Vino forrada, porque le dije que a lo mejor hacía frío en la terraza exterior de Los Limoneros, pero hacía tanto calor que durante la entrevista se fue quitando cosas. La verdad, pasamos un rato agradable. Alicia –cuyo estudio es una especie de País de las Maravillas, en donde escucha a Braulio y a Julio Iglesias cuando pinta— me dijo en otro mensaje telefónico que el tiempo se le había pasado volando. Pinta rodeada de libros de arte.

-¿Te hago la entrevista o me la invento?
“Lo que tú quieras”.

-Tienes un currículo que impresiona. Pero el Gobierno de Canarias no te incluirá nunca en su colección negra.
“Porque tiene otras prioridades, supongo”.

-Pero sí que hay colgados cuadros tuyos en un montón de centros oficiales.
“Pues sí, tengo esa suerte, pero mis cuadros han ido mucho más lejos”.
(Ahora hablaremos de eso. Una vez, Alicia exponía con éxito en el hotel Abama, en el Sur de Tenerife. Una princesa de Arabia Saudita, llamada Yohara, que se alojaba en el establecimiento de gran lujo, pidió ver la muestra, pero en una visita para ella sola. Se quedó tan impactada que compró una serie de pequeños cuadros que colgaban de una de las paredes, no los de gran formato. Le preguntaron: “¿Este, alteza?”. Y ella respondió: “No, todos, los quiero todos”. Los metió en su avión privado y se los llevó a su palacio de Riad, donde a la artista le consta que están colgados).

-Dijiste que tu obra había llegado lejos. Bueno Arabia Saudita no está cerca.
“Es que también hay obra mía en Nueva York, en el museo de la Fundación Bill Clinton, en San Antonio de Texas, en las residencias de la Casa Real Española y en un montón de sitios más”.

-Cuéntame lo del agradecimiento del pueblo americano y esas cosas.
“El profesor Chiscano, que era un cirujano eminente, un hombre de una valía científica impresionante, era muy amigo nuestro. Y me invitó a exponer en la galería The Brigdes, en San Antonio de Texas. Llevé una veintena de cuadros allí, pero no los vendí. Al mes me llama Chiscano y me dice que se iba a celebrar una subasta a beneficio de los familiares de las víctimas del atentado contra las Torres Gemelas y que si yo donaba los cuadros para ese fin. Y los doné, encantada. Se vendieron todos”.

-Ahora has dejado las meninas y los gallos. Y estás con un festival de colores.
“Sí, yo los llamo los colores que hablan”.

-Pues háblame de tu flechazo con Toni Bello, un hombre al que quiere todo el mundo, por lo que parece. Y que está aquí presente.
“Yo me enamoré, siendo una niña, de Toni por tres razones”.

-A ver.
“Era limpio, era guapo y me hacía reír. ¿Te parece poco?”.

-¿Es verdad que necesitas música para pintar?
“Sí, siempre pongo música en el estudio, preferentemente a cantantes melódicos como Julio Iglesias o Braulio, que son mis favoritos. Se pinta mejor escuchando música. Aquel es mi santuario. Cuando mis hijos comenzaron a crecer empecé a revivir aquel gusanillo de la pintura de los tiempos del colegio. Tenía necesidad de coger de nuevo el pincel y de emborronar lienzos, de manchar las telas con pinturas de colores. Soy autodidacta, pero también muy exigente”.

-¿Te ves reflejada en lo que haces? A lo mejor es una pregunta tonta, pero la pintura transmite caracteres, o eso dicen.
“Yo no voy a juzgar mi obra, eso deben hacerlo las personas que la conozcan y la analicen. Pero, desde luego, en mi pintura hay algo de mí. O mucho de mí”.

-Has expuesto en Nueva York.
“Sí, con éxito. Y en Miami. Y ahora estoy en un proyecto para trasladar mis meninas a una serie de camisetas deportivas; pero baratas, que las disfrute todo el mundo. Aún es un proyecto que está en los comienzos y ahí me van a ayudar mucho mis hijos, que son expertos en este tipo de cosas”.

-Tu marido, Toni, es un hacha en eso de las relaciones públicas.
“Sí, sí lo es. Una vez, el rey emérito, en una de sus visitas a la Isla, me dijo: “¿Este es tu marido? Pues no te queda nada”. Qué mal se está portando este país con don Juan Carlos, un hombre que trabajó tanto por la democracia y la libertad de los españoles. Lo mejor que hizo fue mandarse a mudar. Yo no volvería porque su propio país no lo merece. Si hay que aclarar algo, que se aclare, pero que no se le maltrate, que se le guarde el respeto que merece su figura. Y en cuanto a Toni y las relaciones públicas, como habla bien inglés lo mandaban siempre como representante institucional del Ayuntamiento, sobre todo cuando venían personalidades de fuera, para que las atendiera”.
(Y entonces Toni Bello me cuenta otra anécdota. De cuando el rey emérito se manchó la corbata en un cóctel y usó el pañuelo de Toni para limpiársela: “No se lo cuentes a la reina”, le pidió el monarca. O de cuando ambos se subieron a unas losetas en el Instituto Cabrera Pinto, en la Laguna, porque la humedad se les metía por los zapatos).
“Tú te crees, Andrés” –refiere Alicia—, que ahora hago de chófer de mi marido. Porque estuvo tantos años en la política, siempre con conductor, que se olvidó de manejar y ahora lo tengo que llevar yo a todas partes”.

-Tú eres pariente de Ernesto Lecuona. Uno de los grandes compositores de melodías en nuestro idioma. ¿Qué recuerdas de él?
“Claro, muchas cosas. Y te voy a dar una primicia. Ernesto Lecuona no murió exactamente en el hotel Mencey, como dice la placa que allí se exhibe”.

-Pues yo siempre lo creí.
“Y todo el mundo. Ernesto había tomado el té en casa de mi padre, Humberto Lecuona MacKay. Cuando se despidió le pidieron un taxi para que lo trasladara a su hotel, que efectivamente era el Mencey. Pero murió antes de llegar, en el taxi, aunque el taxista lo trasladó al hotel para que -supongo- llamaran desde allí a los médicos. Pero técnicamente murió en el taxi”.

-Vaya, esto es nuevo. Yo no tenía ni idea. Por cierto, tu padre era un señor muy relevante.
“Era analista, farmacéutico y casi terminó la carrera de medicina. Mi padre era un sabio, descendiente de un diplomático escocés al que enviaron a Canarias como cónsul británico. Se llamaba Harrison Brigde MacKay y se casó con una tinerfeña, de la aristocracia insular”.

-¿Cómo fue tu infancia?
“Divertida. Éramos nueve hermanos, yo soy la séptima”.

-Volvamos a la pintura.
“Como tú quieras”.

-Cuéntame lo que haces ahora.
“Ya te dije que los colores hablan. Estoy con una serie abstracta de mucho colorido, pero no descarto volver a las meninas, que no he dejado del todo. Por cierto que tú me compraste algunas”.

-Sí, sobre todo me gustaba la que tú titulaste El halcón enamorado. Era un halcón, posado en un brazo y con mirada tierna hacia su dueña, una menina.
“La recuerdo perfectamente porque la compraste en el restaurante de Miguel de la Vega, que es el padre de tres de mis nietas”.

-Pasarás a la fama. El TEA exhibe uno de tus cuadros.
“Sí, es uno grande, de 1,80 por 1,50; esto me llena de orgullo porque no todo el mundo tiene obra en ese gran centro, que es una referencia mundial de la pintura que se hace en Canarias, o de autores canarios en el exterior. Lo digo, sobre todo, por lo que ha conseguido de la obra de Óscar Domínguez, uno de nuestros grandes surrealistas”.

-Si te tuvieras que definir como artista, ¿cómo lo harías? Perdona, es una pregunta que nunca se debe hacer, por tópica.
“Soy reticente a hablar de mí, que sea la gente la que lo decida. Pero, apurando mucho, si quieres saber una característica de lo que hago es que soy enormemente creativa. Y muy curiosa, me interesa todo lo que me rodea. No sé si te dije que mi estudio es un santuario, pero también veo televisión, comparto la actualidad nacional e internacional, escucho la radio. Por cierto, me encanta el programa en el que intervienes algunos lunes con José Carlos Alberto”.
(Un crítico, Luis G. de Candamo, escribió: “Alicia Lecuona ha seguido ese entusiasmo que tuvieron los primeros movimientos renovadores de la pintura moderna… y como un prodigio de policromía viviente aparece en ardorosa exaltación un personaje totémico, que es el gallo de lidia…”).
“Esto lo escribió cuando expuse mis gallos en Skimo-Arte, en la madrileña calle de Velázquez, en 2002, que tuvo bastante éxito, la verdad. Titulamos aquella muestra Pinturas de fulgor y paraíso y la crítica fue muy buena”.

-Bien, pues ya está. Contigo ha sido fácil la entrevista.
“¿De verdad? ¿Tienes suficiente? Pues yo no me he enterado, se me ha pasado el tiempo volando. Es como si estuviera ante la radio, escuchándote”.

-Pero si me has dicho que escribo mejor que hablo.
“A lo mejor no me entendiste”.
(Hay un cuadro de Alicia Lecuona, que se llama Menina acompañada, que siempre quise tener. No sé quién es su dueño, pero me deleito ante una foto de catálogo. Los colores impactan, la expresión de las dos mujeres que aparecen en él, atraen. Luego está la Menina del espejo y otras, pero ninguna como el Halcón enamorado. El día está precioso, vemos el Teide al fondo. Supongo que también habrá una menina en el Teide. Nos despedimos. Alicia hará de chófer de Toni Bello hasta su chalé de Vistabella. Tenemos, otro día, que contarnos más cosas. Y ya saben: Ernesto Lecuona, el autor de Siboney, no murió en el Mencey. Murió en el taxi que lo llevaba al hotel).

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