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El enorme desafío de Karla: estudiar en la sombra

Karla Torres es una joven invidente de Santa Úrsula que logró una de las notas más altas de la EBAU y podrá cumplir su sueño: ser abogada laboralista
El enorme desafío de Karla: estudiar en la sombra. | Sergio Méndez

Su nombre es Karla, en honor al cocinero Karlos Arguiñano, del que su madre, Francis, es una apasionada. Esta joven invidente de 18 años que vive en Santa Úrsula, ha sacado una de las notas más altas de la EBAU en Canarias que le permitirá cumplir su sueño: ser abogada laboralista.

Karla es ciega de nacimiento. En el quinto mes de embarazo a su madre se le paralizó la gestación y al séptimo le provocaron el parto. Después de 14 días le confirmaron que la niña no veía. Desde ese momento, dejó de trabajar es gemóloga y se dedicó a Karla, a quien enseñó a ser independientes desde pequeña. “A los tres años ya se bañaba sola”, cuenta.

Su hermana, Rita, cuatro años mayor, y con la que es inseparable, lo ratifica. “Nunca sentí que era diferente. Todo lo contrario. No me acuerdo que mi hermana no ve y la mando a buscar cosas”. Karla se ríe y dice que a veces le pasa lo mismo con algunas amigas, que le enseñan fotos y ella “les dice que están muy bien”.

En su caso, la ceguera nunca fue un obstáculo para el aprendizaje ni tampoco para lograr todo lo que se ha propuesto, como practicar atletismo cuando era pequeña. “Mi monitora, Paula, ha estado muy concienciada con los niños con dificultades y ha hecho lo posible por integrarlos”, apunta. Ella corría de su mano.

Siempre le gustó estudiar por eso nunca tuvo dificultades pese al enorme desafío de hacerlo siempre en la sombra. “Para lograr tus metas tienes que estudiar, porque una persona sin cultura no es nada. Además, es mi obligación”, espeta.

Prefiere las humanidades a las ciencias. Su asignatura preferida es Lengua. “La española es una de las más bonitas del mundo y de las más ricas”, y tiene debilidad por las antiguas, como el latín y el griego “porque son nuestro pasado y debemos conocerlo para saber cómo actuar en el presente”.

Karla con su hermana Rita (izq.) y su madre, Francis, (der.) forman un tándem inseparable. Sergio Méndez

Nunca se lamentó y siguió los consejos de su madre de “no mirar nunca para atrás”. Su progenitora es un pilar en su vida y tiene claro que “sin ella no hubiese podido lograr todas sus metas. “Me ha animado a luchar por mis derechos y a poder conseguir mis logros. Creo que todos deberían tener una madre como la mía”, subraya.

Sin embargo, el de Karla no fue precisamente un camino de rosas. Durante la escuela primaria sufrió discriminación. Niños que le ponían los dedos en los ojos, que no jugaban con ella o que la acompañaban en los recreos por obligación. “Los maestros veían eso y no hacían nada”, les reprocha. “Muchas veces pasaba los recreos sola porque no entendían que yo era una más y que conmigo también tenían que jugar. Mis amigas siempre eran pasajeras”.

Todo cambió cuando llegó al colegio donde también estudiaron su madre y sus tías, en La Orotava, a cursar la ESO. “Fueron los años más felices de mi vida”, recalca. Lo mismo le pasó en el IES Santa Úrsula, donde hizo los dos años de bachiller y donde el profesorado y el alumnado “eran una piña”.

La discriminación, a distinto nivel, sigue a día de hoy. No falta quien le recrimina “tener ventajas por ser invidente”, algo que a su juicio “los profesores no pueden permitir”. Le dicen que en los exámenes “puede buscar en el ordenador o copiarse por internet”, cuando es imposible.

Karla estudia con una combinación de técnicas. De pequeña empezó con una regleta de madera y con los clavos de las estanterías iba formando los puntos. Hay 256 combinaciones posibles dentro del alfabeto braille, con el que además de las letras pueden representarse los signos de puntuación, los números, la grafía científica, los símbolos matemáticos y la música. Siguió con Tomillo, un cuaderno pequeño que la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) editó para que los más pequeños pudieran aprender de forma sencilla, luego con los libros que la organización le pasaba a braille, y por último, el ordenador, que le supuso un reto en el que la ayudó su Maestra de Apoyo Itinerante (MAI) de la ONCE, Toni Herrera. “Ella me dijo que era la mejor opción y razón no le faltaba”, reconoce la joven. Para los alumnos invidentes, la MAI es una pieza clave del apoyo externo a la inclusión educativa. La frecuencia con la que acuden a cada centro depende de las necesidades educativas de cada escolar.

Prueba superada

Su nota media en bachillerato fue un 9,39 y en la EBAU, un 8,99. Sacó un 12 sobre 14 aunque en otras carreras como Filología o Psicología le pondera un 13.

Asegura que en el instituto les dieron todos los conocimientos necesarios y los prepararon muy bien, por lo tanto, “lo único que tuve que hacer es estudiar”.

Fueron tres días de exámenes que hizo en un aula habilitada para personas con necesidades especiales: problemas auditivos, motóricos, o como en su caso, deficiencia visual. Se lo imprimieron en braille, contestó las preguntas, y lo entregó. La única variación respecto al resto es que tuvo más tiempo.
Desde pequeña, Karla quería estudiar Derecho y en concreto, Derecho Laboral porque quiere velar por los trabajadores, a aquellos que se les discrimina por tener algún tipo de discapacidad. “No hay muchos abogados invidentes y en ese sentido me gustaría ser un referente y ayudar a los demás”, confiesa.

Su hermana también eligió la misma carrera influenciada por ella. Cursa cuarto año en la Universidad de La Laguna pero en su caso ha optado por ser abogada de familia. Y ya planean poner su despacho al que llamarán: ‘Hermanas Torres’, aunque a ella le gustaría primero trabajar en la ONCE para nutrirse de todos los conocimientos necesarios de la organización a la que pertenece y después sumarse al buffete con sus propios clientes para asesorarlos. Pero Karla es de las que va paso a paso. Y de momento, su meta más cercana es estudiar Derecho.

Tiene muchas ganas de empezar esta nueva etapa como universitaria porque cree que la vida, como decía Nietzche, está formada por eso: etapas, “que siempre son para mejor, y si no lo son, aprendes”. Esa es su filosofía de vida. Así de simple y sin vueltas, como es ella.

La música, el motor de su vida desde que era pequeña

La música es el motor de la vida de Karla, sin la cual no puede vivir porque “para ella cantar es como respirar”. Canta desde pequeña, desde hace unos años empezó como profesional y se está aventurando con el piano, un instrumento que además de abrirle muchas puertas en el panorama musical “tiene una melodía muy bonita”. Lo aprendió a tocar de oído, “porque una de las grandes desventajas de los invidentes es que no pueden tener partitura delante. Es una dificultad añadida que se afronta con esfuerzo y dedicación”, sostiene.

Como todo lo que ella ha hecho. Le gusta alternar entre estilos musicales, porque considera que un músico “nunca se debe quedar estancado” aunque su debilidad son la copla y el flamenco. Este último lo aprendió casi de manera autodidacta porque en Canarias “es muy difícil encontrar a personas que lo enseñen”. Karla estudia música dos veces por semana pero para el próximo curso su idea buscar una academia en La Laguna para combinarla con sus clases en la universidad y poder dedicarle más tiempo. Es miembro de la coral de la ONCE y recientemente entró en una de voces hispanas, conformada por personas de España y Latinoamérica con las que intercambia estilos y técnicas. También forma parte de un proyecto del Ayuntamiento de Santa Úrsula con el que está muy ilusionada: la grabación de un CD en el que participan todos los solistas del municipio.

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