
Javier Rodríguez, de 32 años, celebró el primer día de su nueva vida hace poco menos de un año, tras ganarle la batalla, por segunda vez, al linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer de sangre que afecta a todo el sistema linfático. Su hermana Elsa fue su donante de médula ósea; le salvó la vida. Ahora le toca a él seguir adelante, con las secuelas físicas y psicológicas y también con la enfermedad injerto contra huésped que, en su caso, afecta a los ojos y la boca. La historia de Javi, en resumidas cuentas, muestra el duro camino de una persona que ha superado un problema de salud grave. “Hay gente que no es capaz de verlo. Piensa que te has curado, que ya has salido del hospital y estás bien, pero no es así, lo que viene después también es duro”.
Nos reunimos bajo un tibio sol lagunero, que no calienta mucho pero te arruga el rostro cuando te da de lleno en la cara, en la plaza de la Concepción, apenas 24 horas antes del Día Mundial contra el Cáncer. Acaba de llegar de Bajamar, donde vive, y nos espera sentado en una cafetería. Siempre ha sido afable, pero todo lo que le ha pasado le ha convertido en un tipo “un poco frío”. Pese a cerrarle la puerta a su segundo linfoma de Hodgkin, la pelea sigue. “Al tener la médula tan desgastada de los dos trasplantes puedo desarrollar en el futuro una leucemia; es decir, he jugado con una medicina que me ha curado, pero también me ha dado un alto porcentaje de probabilidad de tener otra enfermedad en el futuro y, por ejemplo, un tercer linfoma no lo pasaría”.
Él esta haciendo todo lo que está en su mano para evitarlo, siguiendo la misma rutina desde el día que salió por la puerta del Hospital Doctor Negrín. Se levanta a una hora normal, desayuna, se toma su medicación -que no es poca-, hace deporte al aire libre y luego trata de pasar el máximo tiempo posible con su familia, en su casa de La Laguna. “A mi madre le encanta controlarme”, dice con una sonrisa y en tono de broma. “Hace de madre, aunque su hijo ya tenga 32 años”, añade. Por las tardes trata de realizar un poco de voluntariado o sus cosas en el ordenador, pero solo lo que le apetece. No trabaja. De hecho, le han concedido la incapacidad permanente que le revisarán en septiembre para ver si puede desarrollar algún tipo de actividad profesional, algo que le encantaría. Mientras, mantiene su pequeña empresa como puede, tratando de alejarse lo máximo posible del estrés, los nervios y la ansiedad, dolencias a las que considera sus enemigas directas: “Son enfermedades silenciosas que ayudan a la aparición de otras”.
Uno de los proyectos que tiene entre manos es la creación de una asociación para visibilizar la importancia de donar médula ósea. No, no es una operación en la espalda del donante, como piensan algunos, sino un proceso de extracción de células madre que dura unas cuatro horas con el que se puede salvar a cientos de personas a las que solo les queda esa opción para sobrevivir. Javi se ha movido para darle forma, diseñando unas bases y una estructura. ¡Ah! Se me olvidada, es experto en emprendimiento, lo saben bien en la Fundación General de la Universidad de La Laguna, donde trabajaba antes de que aflorara en su organismo el segundo linfoma. Para ello cuenta con una amplia red colaboradores y con la ayuda de varias instituciones y entidades. “Quiero ir poco a poco, hacerlo bien”, matiza.
El resto del tiempo lo dedica a hacer alguna que otra salida a comer fuera, pero siempre muy limitadas. No puede coger sol ni bañarse en la playa. Su rutina se reduce a una serie de cosas que le ayudan, sobre todo, a no estar en casa machacándose la cabeza y pensando en qué aburrido es esto y en por qué no se recupera y ya está. “Tener la mente ocupada con actividades que me llenen es lo más importante”, asevera.
Cada mes tiene que viajar a Las Palmas de Gran Canaria para los controles periódicos. Valora “muchísimo el trato que he recibido por parte del Servicio Canario de Salud, no del sistema como tal… sino de las personas que trabajan ahí. Hacen que todo lo demás que es horrible, como las esperas, la burocracia y los papeles pasen a un segundo plano”. No obstante, la prevención para él es lo más importante. “Conozco casos en los que por una prueba urgente han tenido que esperar meses”. Asimismo, de su cabeza no salen aquellos que están pasando por un proceso similar. “Ahora, el nivel de alerta 4 impide a los pacientes tener visitas y yo pienso que no puedes recibir tratamientos agresivos sin el apoyo de tu familia”.
Convivir con la pandemia de COVID-19 y sus variantes tampoco está resultando sencillo. Lo cierto es que no es complicado toparte con algún discurso que defienda que con la vacunación el problema está resuelto. Ninguna institución ha dicho tal cosa. La realidad de las personas inmunodeprimidas es otra. “Recibí la tercera dosis hace cuatro meses y desde ese día he tenido miedo porque la gente, aunque tenga la pauta completa, ante la aparición de variantes nuevas no sé si va a ser suficiente. Me ha hecho cogerle más miedo y tener más precaución”. Afortunadamente, no ha tenido que vivir en sus propias carnes el virus, si bien teme que la sociedad se relaje demasiado. Y esa pérdida de confianza en los demás le ha convertido en una especie de ser ermitaño. En ese sentido, “me da miedo todo, no solo el COVID; la varicela, una tos no controlada… He intentado ser como un niño de cristal y no salir de mi burbuja”.

Salud mental
Javi tuvo un momento de inflexión en septiembre de 2020, cuando se sometió a un autotrasplante de médula en el hospital, un “parchito” antes del trasplante de su hermana. Tocaba pasar por un trance mucho más duro que la primera vez que le diagnosticaron el linfoma, hace 14 años. “En ese momento le dije a mi madre, en innumerables ocasiones, que tiraba la toalla, que me abriera la ventana del balcón para tirarme”, recuerda. El apoyo incondicional que su progenitora le ofreció entonces se lo sigue dando ahora, igual ha hecho el resto de su entorno. “Es gente que sabe perfectamente cómo es tu proceso y evolución y no te marca plazos ni te pone prisas. Te conoce tan bien, sabe cómo estás y lo único que quiere es verte avanzar en todos los sentidos. Ellos han seguido conmigo después del ‘día 0’ (el día del trasplante).
Tras un año postrado en una cama, no ha sido fácil reconciliarse con la actividad diaria. De hecho, confiesa que se sintió como una persona de 90 años cuando volvió a hacer algo de deporte. “Me he recuperado físicamente y ahora toca la salud mental”, reconoce. De momento, ha aprendido a simplificar los problemas. Los suyos y los ajenos. “La gente, en realidad, no los tiene hasta que son de verdad; me refiero a un cáncer, una enfermedad de larga duración, un ingreso hospitalario largo… Cuando pasas por eso le quitas importancia al resto de cosas”.
El deporte, la alimentación y tener la mente ocupada es el cóctel de Javi para convivir con las secuelas de la enfermedad. “Mi vida antes se centraba en trabajar y cuando tenía tiempo libre descansaba. Mi prioridad ahora es invertir el tiempo en mí, en mi salud”. Así es el cáncer después del cáncer.