
Nació en Arona aunque, por ser negra, le preguntan, a veces insistentemente, que de dónde es. Maimouna Ba, que no para de sonreír durante todo el reportaje, incluso cuando narra vivencias difíciles, tiene un sueño, una ilusión que, a veces, puede parecer “una obsesión”: jugar a baloncesto. Por eso, cuando cuenta su historia, no sorprende que, cada día, recorra la distancia entre El Fraile y Santa Cruz de Tenerife en guagua para estudiar, descansar “un poco”, entrenar a su deporte favorito y regresar, de noche, a casa.
Su idilio con el baloncesto comienza cuando tenía 13 años y, paradójicamente, no le gustaba este deporte: “Me convenció mi padre y empecé a entrenar en el pabellón de Las Galletas. Allí un entrenador me dijo que jugaba bien y me fui al Valle Sur Fátima”.
Fue entonces cuando empezó a conocer lo que era sacrificarse por este deporte. A esa edad, Maimouna entrenaba lunes, miércoles y viernes en Las Galletas y martes y jueves en Valle San Lorenzo. No le importaba, porque era lo que más le gustaba hacer. Fue entonces cuando dio un primer paso, que no fue sencillo, el de venir a Santa Cruz a vivir sola para poder entrenar en el Adareva: “Mi madre cogió una habitación en un piso en Santa Cruz por 170 euros al mes. Acabé repitiendo curso, me costó adaptarme, pero tenía claro que quería jugar a baloncesto”.
Ya con 18 años, Maimouna se encontró con que el Adareva no inscribiría a un equipo sénior en el que poder jugar, algo que se unió a un problema económico, ya que su madre no podía permitirse pagar una habitación todo el año: “Lo intentó dos meses, pero no pudo más. Ya era noviembre y me quedé sin plaza en otro instituto -estudio en el IES Benito Pérez Armas-, y me levanto todos los días a las 5.30 horas. Desde el Fraile cojo una guagua que me deja en Los Cristianos, de allí la que me trae a Santa Cruz y luego el Tranvía hasta el Instituto. Es cansado, claro, pero lo que no quiero es dejar de jugar a baloncesto”.

Pero, por desgracia, el aspecto económico volvió a castigar las ilusiones de la tinerfeña. Tras quedarse sin equipo, comenzó a entrenar en el Unelco Tenerife, pero al no poder pagar las cuotas ni el equipaje, por ahora, solo puede entrenar: “Me gusta tanto el baloncesto que voy a entrenar aunque no juegue. Expliqué mi situación y me dijeron que en esta situación había otros chicos y chicas, así que, por el momento, entreno porque sé que el esfuerzo acabará valiendo la pena. Ahora no juego porque no puedo pagar”. Pese a todo, solo puede ir a entrenar lunes y miércoles, porque los jueves, “al salir la guagua muy tarde” es imposible llegar a una hora conveniente a El Fraile.
Por eso es común verla con su mochila, donde lleva el material escolar, y su bolsa de deporte al hombro, porque, con los horarios a los que se tiene que adaptar, es imposible poder regresar a su casa, pese a la insistencia de su madre, que ve el tremendo esfuerzo que realiza su hija: “Mi madre me dice que hago un esfuerzo muy grande, pero que todo esfuerzo tiene su recompensa. Me insiste en que estudie, que tenga un futuro, que tenga algo. Me pregunta por qué sigo entrenando sin ficha, pero yo quiero, porque el año que viene puedo volver a jugar”.
Curiosamente, fue el ámbito educativo el que le dio a Maimouna una “mamá blanca” como ella la llama. Carmen Cabeza, reconocido humorista que desarrolla su labor como profesora en Guaza, en el sur de la Isla, coincidió con la tinerfeña, algo que, según ella, le cambió la vida por completo: “Soy una chica con carácter, creo que en esa época más, pero Carmen supo tratarme cuando me tocó de profesora. Me ayudó mucho, muchísimo. Hablamos a diario”.
Mientras tanto, Maimouna sigue compaginando sus entrenamientos con las clases, porque quiere estudiar un Ciclo Superior Integración Social, mientras sueña con que el esfuerzo tendrá su recompensa: poder jugar y competir en una equipo de baloncesto de la Isla.