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Doctor Enrique González Rodríguez: “El verdadero médico no se puede convertir en un funcionario”

Es especialista en Medicina Interna; su padre fue el eminente galeno Enrique González González, un gran médico humanista que escribió un montón de libros, entre ellos una biografía del querido obispo don Domingo Pérez Cáceres
Doctor Enrique González Rodríguez: "El verdadero médico no se puede convertir en un funcionario"

Yo creo que el doctor Enrique González Rodríguez es más lagunero que chicharrero. Nació en Santa Cruz pero lo apuntaron en La Laguna. Hace de esto 66 años. Su padre fue el eminente galeno Enrique González González, un gran médico humanista que escribió un montón de libros, entre ellos una biografía del querido obispo don Domingo Pérez Cáceres. Su abuelo gaditano también fue médico y algunos antepasados tienen dedicadas calles y estatuas en la Tacita de Plata. El doctor Enrique González Rodríguez estudió Medicina en La Laguna y se especializó en Medicina Interna en el hospital Vall d´Hebron de Barcelona.

Recuerda con devoción aquellos cinco años catalanes y su obsesión, durante la entrevista, fue que yo citara a ilustres médicos que escribieron parte de la historia de la Medicina en Canarias; y también a otros maestros que no procedían de las islas. “¿Y si te reconozco que esta entrevista me ha quitado el sueño?”, me dice, con una humildad nada fingida. Sus enfermos tienen su teléfono móvil y lo consultan a todas horas: varias llamadas durante la comida, que el doctor atiende personalmente. Su abuelo paterno vino pobre de La Palma con 16 años, era tabaquero; su tío Álvaro vivía en un apartamento en el centro de Manhattan y, en su primera película, Superman vuela sobre una tienda que luce un cartel de Tabacos Álvaro. Hay tinerfeños universales, pero a muchos no los conocemos.


-Empezamos hablando de tu padre.
“Me parece bien, mi padre fue todo un referente de la Medicina en las islas, un gran médico que escribía libros sobre muchos temas y que trató a mucha gente, importante o no”.


-¿Entre ellos?
“Pues, de la importante, a Emilio Botín, pero cobraba tan barato que Botín se fue a Madrid, después del susto, porque creía que un médico que le pidió tan poco por la consulta no podía ser tan bueno como le decían”.


-Error.
“Claro, pero vete a decírselo a él”.


-Ya no puedo. Dame una lección de tu padre.
“Pues que por un dolor en una pierna, en la zona pre tibial, le diagnosticó al obispo Pérez Cáceres un cáncer avanzado de pulmón, del que murió. Su médico era don Tomás Cerviá, pero estaba fuera, impartiendo unas conferencias. Llamaron a mi padre, que tenía entonces 30 años, le detectó la enfermedad que lamentablemente apareció en las pruebas radiológicas posteriores y se lo llevaron a Madrid, donde confirmaron su diagnóstico en toda su extensión. Un pulmón parecía normal y el otro había perdido mucho volumen, no se veía tumor propiamente dicho”.


-¿Qué dijo entonces el obispo, quien por cierto era un hombre santo pero un fumador empedernido?
“Pues le dijo a don Manuel Aledo, el abogado del Obispado, que para qué lo llevaban de aquí para allá si tenía a un joven doctor muy competente en la misma calle donde vivía. Aledo le pidió disculpas a mi padre. Muchos años después de su muerte, mi padre escribió la biografía del prelado”.


-¿Alguna otra lección de tu padre?
“Dio muchas, pero me dijo que al enfermo, cuando lo examinas, tienes que explorarlo de arriba abajo. No se te puede escapar nada”.


-Tuvo un expediente académico impresionante.
“Creo que de los mejores de la Facultad de Medicina de Cádiz. Él padeció tuberculosis y durante un curso no pudo asistir a clase, se quedó en Tenerife. Pidió los libros de cierta asignatura de un profesor que no aprobaba a nadie que no asistiera a clase. Hizo un buen examen y lo tuvo que aprobar, pero cuando estaba saliendo del aula mi padre dijo que aquello no era justo, que él quería más nota. Pidió que lo volvieran a examinar, sin asistir a una sola clase, y su examen fue tan brillante que aquel profesor le tuvo que conceder una matrícula de honor. En su expediente sólo hay un notable: en religión. Y el cura se lo puso para no estropear del todo su nota media. Y era un hombre creyente, no creas”.


-Vaya tiempos.
“Los canarios que estudiaban Medicina en Cádiz estaban desesperados por volver a su tierra. Hubo uno que se tiró por la proa del barco, cuando enfiló la bocana del puerto de Santa Cruz, para llegar antes. Es rigurosamente cierto”.


-Tú tienes una obsesión. Y es que yo hable de los viejos médicos que hicieron historia en Canarias.
“Es cierto. ¿Llegaste a conocer a don José Gerardo Martín Herrera? Este hombre era un genio, como lo son sus dos hijos, José Gerardo y Emilio. Y como fue un genio la madre de ambos, la especialista en neonatología Isabel Rodríguez Killius. Cientos de niños le deben a ella haber seguido con vida en épocas muy difíciles. Era una mujer que trabajó en Nueva York y estudió enfermería y neonatología en el Instituto Valdecilla de Santander. Se las ingenió para crear, en aquellos tiempos, una leche materna que dio de comer a muchos bebés y evitó su desnutrición”.


-Vamos por partes, hablemos de don José Gerardo padre.
“Todo el mundo lo recuerda porque era quien observaba y diagnosticaba a los que viajaban a Venezuela a trabajar, pero fue además un competente profesional, de una integridad impresionante, otro referente de la Medicina en Canarias. Y sus hijos son dos genios. José Gerardo Martín Rodríguez tuvo que inventarse una excusa para que lo dejaran salir del hospital británico donde ejercía la neurocirugía y poder viajar a España. Es uno de los discípulos predilectos del doctor Sixto Obrador, eminente neurocirujano español, creador de toda una escuela, y ejerció en el hospital XII de Octubre. Y Emilio Martín Rodríguez, su hermano, es otro sabio, una persona inteligentísima del que aprendo muchas cosas cada vez que estamos juntos”.


-Creo que tienes anécdotas de esa familia, pero a montones.
“Voy a contarte dos. Cuando visité a don José Gerardo en la clínica La Colina, ya mayor, me preguntó –yo era estudiante todavía— qué especialidad iba a elegir. Le dije que Medicina Interna. Me respondió: “¡Qué disparate, eso es toda la Medicina!”.


-¿Alguna más?
“A José Gerardo, su hijo neurocirujano, le tocó hacer las milicias universitarias; para ser alférez. Fue en Madrid. Estaba muy gordo y tenía que correr alrededor del Retiro en un tiempo determinado. Sus compañeros apostaron motoristas en las esquinas para llevarlo en moto y dejarlo cincuenta metros antes de la meta. Logró una puntuación estupenda. Cuando se vio obligado a subir por la soga, el capitán mandó desalojar el pabellón donde se celebraba la prueba, por si acaso hacía el ridículo. Se quedó solo un soldado aguantando la soga desde el suelo para dejarla tiesa. Pepito, a quien todo el mundo llamaba El Buda, la subió, tocó la argolla superior, pero sus manos resbalaron y cayó. Al rato todos escucharon la sirena de una ambulancia. No mató al soldadito ayudante, pero le dio un buen susto desplomándose encima de él”.


-Cítame a médicos de tu devoción, a recordados médicos tinerfeños.
“Puedo olvidarme de alguno y no quisiera. Don Mariano Ginovés, el médico de los bigotes de Tegueste; un hombre extraordinario y un gran médico. Don Celestino Cobiella, que se ponía los pantalones encima del pijama para ir a ver a sus pacientes a cualquier hora de la madrugada en el Puerto de la Cruz y tenía un ojo clínico y una intuición para el ejercicio de la Medicina envidiables. Don Carlos Pinto Grote, escritor, humanista, elegante, un psiquiatra eminente y un anestesista que ejerció en tiempos complicados de esta especialidad. Arturo Soriano, otro referente de la cirugía en Canarias, jubilado hace unos años. Arturo Álvarez Calero, un galeno sabio. Sarbelio Pérez Pulido, que salvó muchas vidas como cardiólogo y se olvidó de la suya. Horacio Pérez, un cardiólogo fuera de serie, que aún ejerce por fortuna. El doctor Leoncio Bento Bravo, cirujano pediátrico, viaja a África a su costa a operar niños enfermos. El doctor Ventura Machado, el médico de la pajarita, que no cobró nunca a nadie en La Orotava y era muy bueno en cardiología. El cirujano don José Domínguez Domínguez, a quien hay que recordar y escribir su nombre con letras de oro. Te contaré algo”.


-Cuéntame, me encantan esas historias.
“La primera intervención de tórax que se recuerda en Canarias se realizó en el Hospital de la Inmaculada, en el Puerto de la Cruz. No recuerdo bien la dolencia tratada, pero era algo relacionado con la tuberculosis. La realizó el doctor José Domínguez y le ayudaron los médicos portuenses Celestino Cobiella Zaera y Celestino González Padrón. La intervención fue un éxito y salvaron al paciente. Supongo que estaría por ahí la recordada sor Pura, que era la monja enfermera de ese hospital, que hoy es residencia de ancianos”.


-¿Los médicos, y hablo en general, deberían ser más humildes, Enrique?
“Y más cosas. Te lo voy a explicar en palabras del jefe de Medicina Interna de mi hospital de Barcelona, el doctor Torno Solana: “Hay que escuchar a los residentes, porque yo ya no tengo tiempo para estudiar y ellos sí”. Este puede ser el resumen. Yo sigo felicitando a mi jefe todas las Navidades. Tengo miedo de que un día ya no esté, pero esto ley de vida”.


(Se nota que ha vivido y sufrido por sus enfermos a este médico, hijo de médico, nieto de médico. Tiene dos hijos, uno ingeniero y otro veterinario. Ninguno de los dos transita por la carrera de Medicina, como su padre, su abuelo y su bisabuelo. Me dice Enrique que hoy en día hay menos médicos vocacionales. “Nosotros, en Vall d´Hebron, entrábamos a trabajar a las ocho de la mañana; llegábamos a las siete, para preparar la planta. Nunca mirábamos el reloj. Salíamos cuando estaba todo resuelto, jamás cumplimos un horario estricto. Yo echo esto de menos hoy. La Medicina es una profesión maravillosa, distinta a todas las demás, que exige una puesta al día constante. Dedico dos días de la semana a estudiar. Me he pasado la vida estudiando porque quiero servir a mis pacientes”, sentencia).


-¿Cómo son entonces los profesionales de tu amado hospital de Barcelona, por otra parte un referente de la investigación y de la asistencia hospitalaria en Europa?
“Lo es, sin duda. Te voy a contar un episodio ocurrido durante mi estancia allí, en los 80. El doctor Murtra, una eminencia en su especialidad, jefe de Cirugía Cardiaca del Vall d´Hebron, trabajaba por la mañana en la pública y por la tarde, en Quirón, operaba a enfermos privados. Un día, a última hora de la mañana, ingresó una paciente embarazada a término. Él tenía que trasladarse a Quirón, a intervenir al director general de un banco, alguien muy importante, una intervención muy cara. Suspendió con una excusa este acto médico. La enferma ingresada tenía una prótesis mitral trombosada y sufría un edema agudo de pulmón. Habilitaron dos quirófanos contiguos en Vall d´Hebron, uno con un ginecólogo, un pediatra y un equipo de enfermeras y enfermeros, que sacaron al niño vivo del vientre de su madre. El otro quirófano para él y su equipo de cardiología. Abrió el tórax de la señora, cambió la prótesis trombosada, solucionó el edema, la llevaron a la UVI y al día siguiente yo me encontré a la paciente sentada en la cama amamantando a su bebé. Esto es ejercer la Medicina con todos los ingredientes de organización, dedicación y medios”.


-¿Se ha hecho buena medicina en Canarias?
“La duda ofende. Fíjate que en los años 50, en el Hospital del Tórax, ya desaparecido como tal, se llegó a hacer comisutorías mitrales. Era un logro para la época”.


(Aclaro: la comisutoría mitral es una intervención quirúrgica en la válvula mitral para aumentar el tamaño de su orificio en caso de estenosis. ¡Y esto se practicaba en la isla de Tenerife en los años 50! Y yo me entero hoy entrevistando a este médico vocacional que sigue estudiando dos veces en semana asuntos relacionados con su especialidad).


-¿Te has ido de vacaciones alguna vez?
“No. ¿Y qué hago con mis enfermos? Mira, los médicos viejos dormían en las casas de los pacientes, por eso eran tan queridos. Yo sé que los tiempos han cambiado, pero la Medicina actual está deshumanizada, el médico jamás se puede convertir en un funcionario que entra a trabajar a las nueve y sale a las tres. No hay mayor satisfacción para un médico que atender bien a sus enfermos y observar sus rostros agradecidos”.


-Estoy encantado contigo, pero tengo que cerrar. ¿Con qué?
“Con esto. Cuando citas a un paciente y tienes prisa no funciona. Un médico con prisas está abocado al fracaso”.


-Amén.

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