Si hay un clásico de los clásicos en el cine de todos los tiempos, ese es Casablanca. Si hay un clásico de los clásicos que no podemos dejar de ver cada vez que lo pasan por la televisión, ese es, sin duda, Casablanca. Y si hay un clásico de los clásicos del que recordemos más frases y más escenas, sobre todo la final, ese es, sin duda alguna, Casablanca.
Casablanca, la película más mítica de Hollywood, aunque muchos le niegan la consideración de obra maestra (cuestión de gustos, obviamente), cumple hoy nada más y nada menos que 80 años. Ocho decenios incrustada en nuestra memoria colectiva, mil veces reinterpretada y sublimada.
Casablanca se estrenó oficialmente el 26 de noviembre de 1942 en el Hollywood Theatre de Nueva York para hacerla coincidir, una cuestión nada baladí en el contexto bélico mundial de entonces, con el desembarco de las tropas aliadas que se estaba produciendo en las costas del norte de África. Un filme que, a pesar de las buenas críticas y del aplauso del público y de lograr galardones, como los Óscar a mejor película, mejor director y mejor guion adaptado, no alcanzó la verdadera gloria y su significación en el mundo del séptimo arte hasta un buen puñado de años después: en 1957, y por culpa de la comunidad universitaria. Y es que el cine The Brattle, en la ciudad de Cambridge, donde se encuentra la prestigiosa Universidad de Harvard, en el estado de Massachusetts, decidió proyectarla durante tres semanas al año, y, bueno, la experiencia se repitió en otros lugares , lo que ayudó a relanzar el filme, dando comienzo así al mito.
Pero ¿qué hace de Casablanca la película de las películas?, ¿por qué un filme concebido como propaganda bélica y con un modesto presupuesto ha llegado a tocar la fibra de varias generaciones? Quizás sea porque trata de asuntos universales y sentimientos cotidianos: emoción, amistad, solidaridad, coraje, amores imposibles… Casablanca bebe de la obra teatral Everybody comes to Rick’s (Todo el mundo viene al café de Rick), escrita por Murray Burnett y Joan Alison, que se estrenó, por cierto, décadas después, y que los guionistas y hermanos mellizos Julius y Philip Epstein y Howard Koch adaptaron al cine para la Warner Brothers, con el productor Hal B. Wallis a los mandos, quien se decantó por Michael Curtiz después de tentar a otros popes de la dirección de la época dorada de Hollywood, como Howard Hawks o William Wyler.
El estudio eligió finalmente al realizador húngaro nacionalizado estadounidense para ejecutar el proyecto, una apuesta segura, no en vano era el artífice de éxitos como La carga de la brigada ligera (1936), Robin de los bosques (1938), ambas con Errol Flynn como protagonista, o Yanqui Dandy (1942). Curtiz aceptó el reto con un elenco nada desdeñable, encabezado por el duro Humphrey Bogart y una actriz sueca emergente, de nombre Ingrid Bergman, si bien antes se barajaron otras opciones, como la norteamericana Ann Sheridan o la austriaca Hedy Lamarr (la inmortal Dalila cinematográfica y feliz inventora). El elenco se completó con el también austriaco Paul Henreid, los británicos Claude Rains (en el inolvidable papel del capitán Louis Renault) y Sydney Greenstreet, el alemán exiliado en Estados Unidos Conrad Veidt (curiosamente, interpretaba al mayor Strasser, siendo un reconocido activista antinazi), el húngaro de origen judío Peter Lorre, y el inolvidable pianista que no lo era en realidad, Sam, en la piel del actor y cantante Dooley Wilson.
La historia de Casablanca ya la sabemos de sobra, y si hay algún mortal que no la haya visto todavía, pues, sentimos el spoiler… Rick Blaine (Bogart), un buscavidas norteamericano, regenta un café nocturno, con casino incluido, en la ciudad de Casablanca, en el Protectorado francés de Marruecos, bajo la égida del Gobierno colaboracionista de Vichy, en plena Segunda Guerra Mundial, al que acuden refugiados políticos, policías galos, militares alemanes, delincuentes y gente de diverso vivir… Una variada clientela que siempre es bienvenida al local, mientras no den problemas de orden público. Sin embargo, todo se trunca cuando Ugarte, un truhan de poca monta, que ha robado unos valiosos salvoconductos que permiten salir de Casablanca hacia un lugar libre de la contienda mundial, vía Lisboa, los intenta vender al mejor postor, pero es descubierto y arrestado, no sin antes confiárselos a Rick. Todo se complica más cuando al local llega una elegante pareja de exiliados. La mujer, Ilsa Lund (Bergman), se encuentra con Rick, con quien tuvo un idilio en París, y que acabó abruptamente el día en que las tropas alemanas entraron en la ciudad. Ella no apareció en la estación y no dio ninguna explicación del motivo de su ausencia, lo que llevó desde entonces a Rick a sumirse en la amargura. Ahora ve como reaparece en su vida, y encima acompañada de un marido, Victor Laszlo (Henreid), un carismático líder de la resistencia del que desconocía su existencia como esposo de Ilsa. La pareja viene a buscar los documentos robados por Ugarte para poder salir de Casablanca rumbo a la capital portuguesa, lo que pone a Rick en un brete y en un problema frente a la Gendarmería francesa y los nazis, aunque finalmente cede y se los entrega, renunciando de paso al amor de su vida.
Casablanca, cuya banda sonora es de uno de los grandes, Max Steiner, deviene en esas películas que, aunque las veas mil veces, siempre descubres algo nuevo, un detalle, un encuadre, un nuevo sentido de una frase, de una mirada. Michael Curtiz esbozó un convincente fresco, sin excesivos medios, con decorados prácticamente de cartón piedra, sin apenas exteriores (recordemos que estaba basada en una obra teatral), en el que se entremezclan el melodrama, la intriga y el cine romántico, trufado de frases memorables y secuencias épicas. A pesar de que muchos críticos han rebajado su relevancia e incluso denostado su calidad fílmica, Casablanca se ha erigido en una de las películas que forman parte del Olimpo cinematográfico y en las preferidas por el público de diversas generaciones, algo que pocos filmes pueden presumir. Se cuenta que el guion estaba bastante abierto y que los actores no sabían cuál era el final de este drama romántico; por eso, esa expresión, con ciertos atisbos de frialdad, de Ingrid Bergman, ignorante de no saber con quién se iba a quedar de los dos en este triángulo amoroso. De hecho, el propio código Hays marcó un poco la línea de lo que sería el epílogo. Este documento, que toma su nombre de William H. Hays, uno de los que cortaba el bacalao en el Partido Republicano de la época y uno de los principales representantes de la MPPA (la asociación de productores cinematográficos de Estados Unidos), determinaba una serie de reglas morales muy restrictivas por las que las películas debían regirse, desde asuntos relacionados con la religión o el crimen, hasta el alcoholismo y la sexualidad. En este código, el adulterio estaba tachado en negro, y claro, que Ilsa se quedara con Rick y dejara a Lazlo… La mejor solución: el legendario final en la que ella se va en el avión con su marido, y él afronta el “principio de una bonita amistad”.
EN ESPAÑA, EN 1946
En España, Casablanca no se pudo ver hasta 1946. El filme se estrenó un 19 de diciembre, por lo que dentro de menos de un mes se cumplirán 76 años de la première en nuestro país, que, por cierto, se hizo de una manera muy discreta. La tardanza de cuatro años en llegar se debió a las reticencias de muchas majors: la Alemania nazi había ayudado de manera tácita al llamado bando nacional en la Guerra Civil y el Gobierno franquista, pese a su ambigua neutralidad, estaba en la órbita de las potencias del Eje. Es más, en España, Casablanca se las topó con otro código Hays: la censura franquista. La película sufrió el temido tijeretazo; por ejemplo, cuando Lazlo ensalza las actividades de Rick, en el guion original dice: “Combatió usted en Etiopía, combatió el fascismo en España…”. No obstante, para los españolitos de la época, decía: “Llevó armas a Etiopía, luchó contra el Anschluss austriaco”. Una ligera diferencia. También se eliminó la escena en la que los soldados alemanes cantan su himno y los franceses y otros ciudadanos les responden entonando La Marsellesa.
Casablanca sigue en pie, firme y resuelta a pesar de ser octogenaria. Y lo que le queda…