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La experiencia de vivir en la calle de la mano de gente tan ‘normal’ como Marta, Beatriz o Fernando

Santa Cruz presenta una exposición en la Rambla con motivo del Día Mundial de las Personas Sin Hogar, en la que algunos afectados cuentan cómo se ven y cómo esperan que se les vea
vivir en la calle
Fotos: Sergio Méndez / DA

Beatriz, Marta o Fernando son usuarios del Centro Municipal de Acogida (CMA) de Santa Cruz y son algunos de los que, ayer se animaron a contar su historia en voz alta en la inauguración de la exposición en la que ellos, pero también otros usuarios, cuentan cómo se ven a sí mismos y cómo les gustaría que la sociedad les viera.

Precisamente, que se les vea, es uno de los objetivos de la muestra inaugurada ayer en el Paseo de Las Tinajas, en la Rambla de Santa Cruz, con motivo de la celebración del Día Internacional de las Personas Sin Hogar, que se conmemora el próximo viernes. El alcalde capitalino, José Manuel Bermúdez, y la edil de Acción Social, Rosario González, acompañaron a los usuarios que acudieron a la inauguración, en la que se leyó un manifiesto abogando por ese cambio de mirada, alejada de los estigmas. “Debiéramos tener en cuenta, concienciarnos, de que nuestras vidas pueden cambiar de la noche a la mañana, en un instante, y podemos pasar de tenerlo todo a no tener nada”, reflexionó el regidor. Por su parte, González destacó “la importancia y lo esencial que ha sido el trabajo en red para atender de manera directa o indirecta a las personas sin hogar”.

Una red que permitió a Beatriz, a sus casi 78 años, encontrar un lugar en el que refugiarse después de quedarse en la calle por no poder pagar el alquiler. “Llevo dos años en el albergue y ahora que me han concedido una pensión no contributiva pienso en independizare”, cuenta con una sonrisa. Agradece, como el resto de usuarios, el trabajo y la atención del personal del albergue. Beatriz cobraba 190 euros y tenía que pagar un alquiler de 250. Lleva en España desde 2005. Vino de Cuba con su marido, y al quedarse viuda, la pensión no le dio para vivir. Intentó hacerlo en Cuba, pero allí “las cosas están peor que aquí”, y se volvió.

Marta, que leyó el manifiesto del colectivo, tiene la mitad de años que Beatriz. A sus 40, sabe lo que es vivir en la calle, a dónde llegó en plena pandemia. “Se me acabó la ayuda que cobraba y me vi en la calle. Dormí debajo de un puente durante todo el confinamiento, bañándome con garrafas de agua, aguantando el frío, la lluvia y la mirada de la gente”. En el albergue ha encontrado el apoyo que necesitaba. “Ahora estoy en un plan de ahorro para conseguir un piso y esperando una operación de vesícula, que complementa la de hígado y páncreas que ya me han hecho. Cinco años llevo esperando”. Después llegará el momento de buscar trabajo.

Fernando es el más joven. Con 30 años y una discapacidad se muestra locuaz a la hora de contar cómo es ahora su vida. “Soy de la Península, pero llevo aquí cuatro años. Llegué porque mi madre es de aquí”. Indica que desavenencias con su familia le llevaron a alejarse y acabó en la calle. “Dormí al raso un par de veces y es algo que no le deseo a nadie”, confiesa. Ahora, ya en un piso del albergue, un trabajo es el objetivo.

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