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Las siete vidas de la Rambla de Castro

Este paraje de la costa de Los Realejos ha sobrevivido a sequias, actos de vandalismo, proyectos urbanísticos demoledores, al mismísimo Agente 007, y a la desidia de las administraciones
Las siete vidas de Rambla de Castro
Fortín de San Fernando. Foto Isidro Felipe Acosta

Por Isidro Felipe Acosta. Desde su declaración como espacio protegido en 1987, muchos han sido los proyectos para lograr la recuperación de la Rambla de Castro, en la costa de Los Realejos que ha sido durante décadas el objeto del deseo de promotores turísticos, y ha sobrevivido a sequias, actos de vandalismo, proyectos urbanísticos demoledores y a la desidia de las administraciones.

El anuncio del interés del Cabildo y el Ayuntamiento de Los Realejos por rescatar el proyecto para la restauración de la casona con la intención de crear el centro de visitantes del paraje, tras más de diez años durmiendo el sueño de los justos, es una gran noticia, y esperemos que el último de los capítulos de un largo culebrón que de una vez por todas ponga en valor a esta joya de la naturaleza de las islas.

Dediqué más de 10 años de mi vida a la divulgación de este espacio protegido, desde que allá por 1985 desaparecieron dos de los cinco cañones que componían la tronera del fortín de San Fernando, una pequeña fortaleza defensiva que protegía la costa de piratas y corsarios.

En esos años, un grupo de expertos estaban trabajando en la elaboración de un borrador de lo que sería el Catálogo de Espacios Naturales Protegidos, y Rambla de Castro no entraba en esos primeros planes. Tocó buscar tiempo para indagar en todos los archivos posibles para que los canarios tuvieran conocimiento de lo que teníamos y podíamos perder. Surgieron así casi un centenar de artículos periodísticos, los necesarios para que Rambla de Castro fuera conocida, querida y protegida.

Castro, fotografía del portugués Antonio Passaporte. (1932)

Una historia interminable

Entre los muchos beneficiados de los primeros repartimientos de tierras tras la conquista de Tenerife estaba el portugués Hernando de Castro, quien recibió en 1501 once fanegas de terreno de secano en el lugar de La Rambla, donde fundó su hacienda, y en la que se dice se plantaron las primeras viñas de Tenerife. A lo largo de los siglos viajeros europeos pasaron por aquí y dejaron constancia de su belleza. A Sabino Berthelot le recordó a los jardines de Armida, sin necesidad de la mano del hombre y para el belga Jules Leclercq, su flora era comparable a la que contempló en Río de Janeiro y sus abundantes grutas le hacían soñar con la isla de Calypso. Artistas de la talla de J.J. Williams y Marianne North plasmaron en sus cuadernos y lienzos sus encantos, y fotógrafos como Marcos Baeza y el madeirense Jordao da Luz Perestrello, la retrataron y publicaron sus primeras postales cuando el siglo XX veía sus primeras luces.

Rambla de Castro vivió su época más gloriosa cuando la familia Betancourt y Molina accedió al Mayorazgo entre los siglos XVIII y XIX, y su peor pesadilla a principios de los años setenta del siglo XX con la puesta en marcha de un desmedido proyecto urbanístico que dio un mordisco casi irreparable al espacio natural. Hasta el Loro Parque, en el tiempo que su recinto se veía amenazado por la ampliación de la carretera de Punta Brava, anunció el traslado de sus instalaciones a Rambla de Castro.

Maqueta del proyecto “Tropicana Playa”. Revista Costa Canaria (1972)

Un proyecto demoledor

El 15 de noviembre de 1972, dos sociedades inmobiliarias se presentan ante el Ayuntamiento de Los Realejos manifestando que adquirieron la finca sita en este término municipal denominada Rambla de Castro, y todos sus usos entre los que se encontraba el proyecto de Plan Parcial del mismo nombre.

El terreno de 104.201 metros se dividió en tres grandes sectores: Una zona verde con hotel colgado sobre los acantilados con una superficie de 47.000 metros cuadrados, con dos pistas de tenis y piscinas y en la que también está incluida la casona y una vaguada poblada de abundantes palmeras y una red de sendas.

La segunda de las parcelas estaría dedicada a apartamentos y ocuparía una superficie de 25.000 metros cuadrados situada al noreste de la parcela, cerca del mar. Al ser el terreno en pendiente la construcción escalonada quedaría como un auténtico mirador al mar, mientras que una tercera estaría dedicada a bungalows y se situaría en los bancales dedicados al cultivo de plátanos.

Éste y otros proyectos turísticos se paralizaron debido principalmente a la crisis mundial del petróleo de 1973. Una breve guerra, la del Yom Kipur, de apenas tres semanas de duración que desató una de las mayores crisis económicas y energéticas del siglo XX.

Paisaje Protegido de Rambla de Castro. Foto Isidro Felipe Acosta

A mediados de 80, los propietarios del terreno retoman el proyecto de urbanizar. En un principio se hablaba de un hotel de 600 plazas y posteriormente, ante la alarma social que despertó esta actuación, la edificación de bloques abiertos de apartamentos en dos zonas del acantilado.

A finales de 1992 se acordó la firma un convenio urbanístico entre el ayuntamiento y los propietarios por la que se cedió al municipio gran parte de la finca, unos 80.000 metros cuadrados incluyendo la casona, el fortín y los nacientes de agua, a cambio de que se recogiera en las entonces Normas Subsidiarias de Planeamiento, las condiciones urbanísticas precisas para la construcción de un hotel.

En este espacio se han rodado un gran número de secuencias de películas, entre las que destacan la primera versión de Moby Dick, El Agente 007, y a mediados de los años veinte del siglo pasado, El ladrón de los guantes blancos, de José González Rivero y Romualdo García de Paredes, considerado el primer largometraje canario.

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