Miguel y Sara, un matrimonio tinerfeño de mediana edad, decidieron pasar, como muchos tinerfeños, dos días del pasado puente en el sur de Tenerife. Se alojaron en un hotel de cuatro estrellas en Playa de Las Américas, con la buena fortuna que le dejaron la habitación mucho antes de las dos de la tarde como estaba consignada, pese a que “es temporada baja, pero entre la Semana Santa y este Puente estamos en números de temporada alta”, les comenta Amelia, una recepcionista gallega.
La pareja quería solo dejar la pequeña maleta y irse rápidamente a la playa, casi a pie del hotel, pero pudieron recepcionar la habitación, no sin antes ser invitados a una copa de cava y a una naranjada.

La entrada se las dio Amelia, mientras el maletero, de origen canario, les acompañó hasta la habitación. Solo dejaron las pocas pertenencias y recogieron las toallas para acudir a la playa.
Allí, Mamadou, un senegalés que llegó en patera a Los Cristianos hace tres años, les ofreció una de esas colchas gigantes que venden los africanos en las calas de todo el sur, aunque también otros les ofrecieron gafas y bolsos de reconocidas marcas, por supuesto que réplicas falsificadas. Casi sin que llegaran a ponerse la crema para introducirse en el mar, un indio se acerca con una bolsa de Mercadona ofreciéndoles agua, cerveza o Fanta. Justo al lado, dos jóvenes italianas, se hacen una trenza a manos de otra senegalesa, y un lituano se recorre la playa con una especie de camilla plegable ofreciéndote un masaje. Todo un mercadillo y una exposición de cómo algunos se buscan, literalmente ‘Las Américas’, aunque de manera irregular.

Pero no solo se observa la presencia extranjera en el trabajo irregular, también tiene uno la percepción y los datos, que la mayoría de trabajadores del sector turístico (hoteles, restaurantes, comercio y servicios varios) son de origen extranjero, nada que pueda extrañar si tenemos en cuenta que la población foránea en Adeje alcanza el 55% y en Arona casi llega al 50% (48,9%), los dos municipios que comparten Playa de Las Américas, el primer núcleo turístico de Tenerife.
Miguel y Sara regresan al hotel a media tarde. En la piscina hay clientes canarios, pero la mayoría son ingleses, peninsulares e italianos, algunos con niños pequeños, pero el gran porcentaje de personas mayores. La pareja decide reservar una cena en un libanés de Los Cristianos, mientras cae el sol por La Gomera, que parece una continuación de Tenerife. Allí les atiende un grupo de camareras, ninguna canaria: lituana, brasileña, italiana y gallega, mientras los dueños son dos hermanos libaneses. Entre los comensales, igual, un rosario de nacionalidades diferentes, pero pareciera que el italiano es el idioma oficial de Los Cristianos.

Al día siguiente, para mantener la línea y mejorar la salud, Miguel y Sara se prestan a recorrer el paseo marítimo que une Los Cristianos con Costa Fañabé. No están solos, esa avenida se convierte tras el amanecer en una auténtica pista de atletismo, ahora hasta peligrosa para esquivar los patinetes eléctricos. Antes de regresar al hotel deciden tomar un café cerca de la Milla de Oro. Un turco, que apenas habla español, les atiende.
Ya en el hotel, proceden a desayunar. Allí Sergio, de ascendencia gomera, es de los pocos canarios que trabajan de camareros: “Ahora no somos muchos, vivir aquí se ha puesto imposible, como no tengas casas estás apañado, no podemos pagar 800 euros de alquiler. Claro que la gente se lo piensa, porque el sueldo no te llega. Yo me estoy buscando otra cosa”, les comentó a la pareja, mientras un camarero chico Li Xiamping, les retiraba los platos y se disponía a montar de nuevo la mesa.
De regreso a la habitación, Cecilia, camarera de piso gallega, comenta que “aquí trabaja gente de todos sitios, hay mucha sudamericana, pero también canarias”, mientras agradece que hayan dejado casi limpia la habitación, porque “hay quienes la dejan como si fuera pasado la guerra de Ucrania”.
De regreso a la playa, la misma sensación de verse uno incluido en un gran zoco. El paseo, casi despejado unas horas antes, es ahora un hervidero de gente, con los conseguidores o engatusadores tratando de convencerte para que entres a almorzar a su local. Ese es el trabajo de Sami, un senegalés que lleva años trabajando en ello para un restaurante de platos combinados que gestiona un chino, gracias a que domina hasta cinco idiomas. “Sigo aquí porque ahora me va muy bien”, tras recordar que “siempre me ha gustado la agricultura y no desespero de que algún día pueda montar una finca”.
Convencidos por Samuel, la pareja decide comer en ese restaurante y pedir el menú de tres platos por 10.95 euros. Quedan satisfecho y regresan al hotel para entregar la habitación, pasadas las cuatro de la tarde, otra generosidad de la recepcionista, ahora una finlandesa. De regreso a la capital, Miguel y Sara, paran en una gasolinera a medio camino entre el sur y el área metropolitana. Allí nos atiende Fernando, un canario. Y a medida que te acercas a la capital con más probabilidad encontrarás a un trabajador nacido aquí, algo que en el sur de Tenerife, se antoja casi “como una especie en período de extinción, relata un conocido hostelero de Los Cristianos, para quien “hay trabajo, pero la gente cada día es más cómoda y prefiere vivir de la paguita”.
Trabajo habrá, pero las condiciones laborales -no siempre se cumplen los horarios pactados- , la escasa formación en idiomas y la falta de recurso habitacional, ahuyentan a nuestros jóvenes a venir al Sur, aún cuando la guagua sea gratis. Muchos prefieren seguir en casa de los padres o emigrar a Europa para trabajar y de paso aprender idiomas, ya sea con estudios mínimos o incluso universitarios. Algo pasa para que nuestra juventud no quiera hacer Las Américas en su propia casa.
P.D: Los hechos son reales y solo algunos nombres, imaginarios.