Por Ángel Llorente. La presencia de los judíos en el país magrebí se remonta a varios siglos atrás. Mucho antes de la expulsión de los sefardíes por los Reyes Católicos en 1492, que provocó un éxodo a las ciudades del sur de Mediterráneo, ya existía una tradición judía en Marruecos. Los sultanes otorgaban protección a los judíos a cambio del pago de un impuesto, permitiéndoles residir en los Mellah, que eran barrios amurallados próximos a sus palacios. Se establecieron en las ciudades principales como Fez, Marrakech y Rabat. Uno de los mayores asentamientos fue el de Marrakech donde se han recuperado los nombres originales de las antiguas calles del barrio judío y se conservan algunas sinagogas. En el siglo XIX la población judía en Esauira era incluso mayor que la musulmana.
El 10 de enero de 1961 naufragó un barco español arrendado por el Mosad para trasladar ilegalmente de Marruecos a Israel a 44 judíos marroquíes, falleciendo todos los emigrantes. Este suceso se conoce como la tragedia del Egoz. Tras la llegada al trono del rey Hassan II se llegó a un acuerdo con una organización judía estadounidense para permitir que 80.000 judíos marroquíes abandonaran Marruecos, la mayoría con destino a Israel. La mayor parte del colectivo hebreo marroquí emigró a Israel en 1967, tras la Guerra de los Seis Días.
Se estima que en Israel hay unos 700.000 ciudadanos de origen marroquí. Son descendientes de los cerca de 300.000 miembros de las juderías que emigraron a Israel tras la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos mantienen cierta vinculación con su país de origen. Por otra parte, miles de turistas israelíes, buena parte de ellos de ascendencia marroquí, visitan Marruecos cada año.
Actualmente se conserva una pequeña comunidad judía de unas 3.000 personas, establecida fundamentalmente en Casablanca, que es la más numerosa del norte de África. Su procedencia es variada, quedando solo algunos de origen sefardí.
Marruecos es uno de los escasos países de confesión islámica en que los judíos son respetados. El Código de Familia (Mudawana) aprobado en 2004 mantuvo el estatuto personal hebreo. También existen, en los barrios judíos de diferentes ciudades, servicios sociales y sanitarios especiales para ellos, tiendas de alimentación kosher, sinagogas y cementerios. En Casablanca hay un museo, único en el mundo árabe, sobre el judaísmo marroquí. Aunque la comunidad hebrea que actualmente permanece en Marruecos es muy reducida, se trata de un colectivo socialmente tolerado e influyente por su alto estatus económico y la buena relación con la monarquía. Algunos de sus miembros han desempeñado incluso cargos importantes en la política y ejercido como consejeros reales, como es el caso de André Azoulay, de origen sefardí.
Los llamados Acuerdos de Abraham surgen de un previo concierto entre EE.UU. e Israel, que actuaban como parte indivisible, con el propósito de conseguir el mayor número de adhesiones de países árabes para que normalizaran sus relaciones con Israel, a cambio de diferentes contrapartidas. Estos pactos no hubieran sido viables sin la mediación norteamericana, cuyos intereses geoestratégicos, militares y económicos son coincidentes con los del Estado hebreo.
La prioridad de Israel era mantener relaciones de confianza y cooperación con el mundo árabe, especialmente con los países de su entorno geográfico, con un doble objetivo: rebajar la tensión en Oriente Medio originada por la ocupación de los territorios palestinos y debilitar el eje iraní, considerado como su principal amenaza. El elemento común que animaba a los potenciales candidatos a suscribir los Acuerdos era su manifiesta enemistad con el régimen de Irán y el deseo compartido de aglutinar un frente amplio para contrarrestar su influencia regional, con el apoyo de EE.UU.
Emiratos Árabes Unidos (EAU) y el reino de Baréin fueron los dos primeros países de confesión musulmana que suscribieron los Acuerdos de Abraham, así llamados en homenaje al patriarca común de judíos, cristianos y musulmanes. Posteriormente se sumó Sudán. Se firmaron en la Casa Blanca el 15 de septiembre de 2020 y suponían un cambio de alineamiento de los países árabes firmantes. Aunque formalmente eran una declaración de buenas intenciones para favorecer el diálogo interreligioso y la paz en Oriente Medio, su verdadera finalidad no era otra que justificar el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y los Estados árabes de la región.
NEGOCIACIONES PREVIAS
La diplomacia norteamericana había mantenido simultáneamente contactos discretos con Marruecos y otros Estados árabes, tradicionales aliados suyos, que consideraba proclives a adherirse a su propuesta. Las negociaciones fructificaron con Marruecos, alineada con el eje anti-iraní tras haber roto toda relación con Teherán en mayo de 2018 por su presunta implicación en el adiestramiento y apoyo armamentístico a los milicianos saharauis, lo que justificó la fulminante expulsión del embajador iraní en Rabat.
El resultado más relevante de las negociaciones previas que se llevaron a cabo y que actuó como precursor del ulterior pacto tripartito, fue el acuerdo militar alcanzado el 2 de octubre de 2020 entre Washington y Rabat para fortalecer la cooperación militar durante la próxima década, el cual fue firmado por el Secretario de Defensa estadounidense, Mark Esper.
Los detalles de ese pacto no se dieron a conocer, más allá del propósito mutuo de intensificar aún más la colaboración en materia de defensa, teniendo en cuenta que EE.UU. ya era el mayor proveedor de armamento a Marruecos. La pretensión de las fuerzas armadas marroquíes era fortalecer su alianza militar con Washington para contrarrestar el poderío militar argelino y procurarse la adquisición de material bélico norteamericano de última generación, reservado a los aliados preferentes.
No obstante, la condición esencial planteada por Marruecos era el reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sáhara, el cual fue realizado por Donald Trump el 10 de diciembre de 2020 en una declaración publicada en twitter, ya en la etapa final de su mandato y cuando se sabía perdedor de las elecciones presidenciales. Fue una decisión personal, bastante sorpresiva y no exenta de críticas por un posible conflicto de intereses familiares. Cabe recordar que el artífice de los acuerdos con Israel fue Jared Kushner, empresario estadounidense de origen judío y consejero presidencial, casado con Ivanka Trump, hija del presidente norteamericano.
La contraprestación al respaldo norteamericano a un Sáhara marroquí fue la adhesión de Marruecos a los Acuerdos de Abraham y el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Una cuestión aparentemente delicada para la sociedad civil marroquí, volcada hasta ese momento en la defensa de la causa palestina y que había protagonizado en el año 2000 las mayores manifestaciones del país contra la opresión del estado sionista, las cuales fueron apoyadas con entusiasmo por el régimen político.
Conviene tener en cuenta que el 1 de septiembre de 1994 se abrió una oficina de enlace israelí en Rabat y dos años después Marruecos inauguró la suya en Tel Aviv, pero ambas representaciones fueron cerradas diez años después a instancia de Marruecos, a raíz de la represión del Estado hebreo durante la segunda intifada palestina en septiembre de 2000. Según una de las escasas encuestas permitidas en el país magrebí, prácticamente el 90 % de la opinión pública estaba a favor del pueblo palestino y en contra del reconocimiento del Estado de Israel. A ello hay que añadir que el rey de Marruecos es el presidente del Comité de la Liga Árabe Al-Quds (nombre árabe de Jerusalén) que tiene por objeto proteger la ciudad santa, su legado islámico y el apoyo a la resistencia del pueblo palestino.
La declaración conjunta, a la que luego me referiré, fue firmada en representación de Marruecos por el Presidente del Gobierno en aquel entonces, El Otmani, secretario general del partido islamista Justicia y Desarrollo (PJD) y leída después por el ministro de Exteriores marroquí Naser Burita en una comparecencia ante la prensa, con la presencia de Jared Kushner, yerno del presidente saliente de EE.UU y también firmante del documento. La intervención de El Otmani, cuyo rango político era muy superior al de los representantes de EE.UU. e Israel que suscribieron el acuerdo, podría interpretarse como un golpe de autoridad del Palacio Real para imponerse al dirigente del partido de orientación islamista, cuyos militantes eran contrarios al reconocimiento del Estado hebreo y que había declarado el 24 de agosto de 2020 que el Gobierno de Marruecos rechazaba cualquier normalización con Israel porque reforzaba su posición para continuar violando los derechos del pueblo palestino.
De hecho, en marzo del año en curso el PJD, actualmente en la oposición, acusó al Gobierno marroquí de amparar a la entidad sionista y traicionar la causa palestina, lo que motivó un duro comunicado por parte del Gabinete del Rey, advirtiendo que la política exterior es una prerrogativa real que no puede ser objeto de críticas partidistas.
En ese contexto podría extrañar la buena acogida de la sociedad marroquí a un giro tan radical de su política exterior, si no fuera porque la decisión norteamericana fue presentada mediáticamente como un gran éxito diplomático, en la medida en que el país más poderoso del planeta proclamaba públicamente que el Sáhara era parte integrante del territorio nacional, lo que reforzaba la posición mantenida por Marruecos en el ámbito internacional respecto al contencioso saharaui.
La reacción positiva de la ciudadanía, de incongruente apariencia, viene a corroborar que la reivindicación del Sáhara está anclada en un sentimiento nacionalista de profundo arraigo en el pueblo marroquí, alimentado constantemente por el Majzem y los medios afines, que lo han convertido en una causa nacional casi sagrada. Ello puede explicar que el peaje pagado a Estados Unidos y a su aliado israelí haya sido asumido por la población como un mal menor, en el camino para alcanzar el objetivo superior de consolidar la integridad territorial del reino.
La firma del acuerdo tripartito
El 22 de diciembre de 2020, doce días después del anuncio de Donald Trump en redes sociales, se formalizó el acuerdo con la firma en Rabat de una declaración conjunta tripartita (EE.UU.-Israel-Marruecos), en un acto que contó con la presencia del monarca marroquí. En el documento se hacía referencia a la previa conversación telefónica mantenida entre el rey de Marruecos y el presidente norteamericano y se anunciaba una nueva etapa para instaurar relaciones diplomáticas plenas entre Marruecos e Israel. De esta forma, Marruecos se convirtió en el sexto país de la Liga Árabe en establecer relaciones diplomáticas con Israel, uniéndose así a los vecinos del Estado hebreo, Egipto y Jordania, los primeros en normalizar sus relaciones, tras los Acuerdos de Camp David en 1978 y de Oslo en 1993, respectivamente.
En dicha declaración se reafirmaba el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el territorio del Sáhara Occidental por parte de Estados Unidos, así como el apoyo en la ONU al plan de autonomía para la región y el anuncio de la apertura de un consulado en Dajla que, hasta este momento, no se ha materializado. Igualmente se destacaba el compromiso de promover una cooperación económica bilateral con el Estado hebreo, en materia de comercio, finanzas, inversiones e innovación tecnológica; así como la concesión de autorizaciones de vuelos directos entre Marruecos e Israel y la reapertura de las oficinas de enlace en Rabat y Tel Aviv.
Han pasado ya dos años y medio desde que Rabat y Tel Aviv acordaron instaurar relaciones diplomáticas y, aunque la invasión rusa de Ucrania ha eclipsado casi todo el panorama internacional, la irrupción de Israel en el ámbito del Magreb no solo ha quebrado completamente las frágiles relaciones de vecindad entre Argelia y Marruecos, sino que ha convulsionado también el tablero geopolítico del norte de África. Los gobiernos de Argelia y Túnez consideraron que la aparición en la escena magrebí de una potencia militar extranjera como Israel, enfrentada a gran parte del mundo árabe, supone un peligro para la estabilidad regional.