Cuando aquel lejano 14 de diciembre de 1972, Eugene Cernan, el último hombre que pisó la Luna, subió al módulo de alunizaje Challenger para despegar de su superficie y poner rumbo de vuelta a la Tierra, pocos podían imaginar que debería transcurrir más de medio siglo para estar próximos a poder volver a ver algo similar.
Sin embargo, actualmente estamos siendo testigos de una nueva carrera espacial por la conquista de la Luna, tal como ocurriera en la década de los 60 del pasado siglo entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, con la salvedad de que en esta ocasión el segundo actor ha sido sustituido por China. El pistoletazo de salida para esta nueva carrera por la Luna ha sonado y ambos contendientes esprintan al límite de sus posibilidades para conseguir proclamarse vencedores de la competición. La meta, el polo sur lunar y sus codiciados recursos; el objetivo, plantar allí una base habitada permanente. Todo ello con un ojo puesto en dar el salto desde allí hasta Marte, el verdadero premio gordo a no tan largo plazo. Si en la carrera espacial que presenciamos en la segunda mitad del siglo pasado el objetivo era llegar antes a la Luna, en la primera mitad del nuevo siglo la meta ha pasado a ser establecerse en ella.
El combate está servido. En una esquina, Estados Unidos pretende revalidar el título, mientras que en la esquina opuesta, su audaz adversario oriental se ha propuesto tomar ventaja del salto de gigante en materia de exploración espacial que ha protagonizado en apenas dos décadas. ¡Segundos fuera y que suene la campana!

EE.UU.VS CHINA
Aunque todo hacía pensar hasta ahora en una clara ventaja de la NASA frente a la CNSA (las agencias espaciales estadounidenses y china, respectivamente), no hay que perder de vista que el progreso del programa espacial del gigante asiático ha sido sorprendente y vertiginoso, cosechando un éxito tras otro en los últimos años.
Si se comparan ambas agencias a grandes rasgos, podemos ver que la NASA fue fundada en 1958 y que la mayoría de sus logros son de sobra conocidos, teniendo su apogeo en el programa Apolo, que puso al primer hombre sobre la Luna en 1969. Por su parte, la CNSA fue fundada en 1993, lo que la convierte en el recién llegado a los asuntos relativos a la exploración espacial, pero ha resultado ser un recién llegado que se ha coronado como el niño prodigio de la clase. Presupuestariamente, la NASA superó los 24.000 millones de dólares en 2022, mientras que, en el mismo ejercicio, la CNSA apenas arañó los 9.000 millones.
Pese a estas enormes diferencias en cuanto a experiencia y recursos, hay que destacar que China ha alcanzado en los últimos años logros tan relevantes como enviar el primer róver a la cara oculta de la Luna; ser el segundo país que ha conseguido aterrizar con éxito un vehículo de exploración en Marte, hito que, además, logró en su primer intento, y poner en marcha en un tiempo récord su propia estación espacial, bautizada Tiangong, convirtiéndose con ello en el único país que dispone de una estación espacial propia en órbita en la actualidad.
Pero China no se conforma y no levanta el pie del acelerador, fijando su meta en llevar astronautas a la Luna y plantar la bandera roja con estrellas amarillas en las regiones del polo sur lunar. Los esfuerzos de la CNSA se centran en el desarrollo de todas las etapas previas para lograr ese objetivo y avanza con paso firme y decidido.
Ante tal panorama, las alarmas han saltado en EE.UU. y no han sido pocas las voces del gobierno y de la propia NASA que han mostrado su preocupación al respecto. El propio administrador de la agencia, Bill Nelson, declaraba en referencia al programa espacial chino que “Es un hecho: estamos en una carrera espacial. Y es cierto que es mejor que vigilemos que no lleguen a algún lugar de la Luna con el pretexto de la investigación científica. No podemos descartar que luego digan: «Manténganse alejados. Estamos aquí y este es nuestro territorio»”. Aunque, todo sea dicho, ante el calibre de tal afirmación del máximo dirigente de la NASA y el dramatismo que la envuelve, cabría citar al poeta romano Juvenal y preguntarse “Quis custodiet ipsos custodes?” (¿Quién vigila a los vigilantes?).

LA GUERRA QUE LLEGÓ AL ESPACIO
EE.UU. y China mantienen una larga guerra en el terreno comercial e industrial que se encarnizó desde que la Administración Trump anunciase la imposición de aranceles a los productos provenientes del país asiático en marzo de 2018. La batalla entre las dos mayores economías del planeta se ha extendido también más allá de la atmósfera, pero en cuestiones espaciales esto viene de más atrás…
Es bien sabido que la Estación Espacial Internacional no es tan internacional como su nombre podría sugerir, ya que el Congreso estadounidense, bajo la administración Obama, vetó en 2011 la participación de China al prohibir expresamente cualquier tipo de colaboración entre los dos países en materia espacial. El veto incluyó también la denegación de acceso a material de la NASA, como, por ejemplo, cartografía de la Luna y Marte, que sí está disponible para otros países socios de la NASA que pretendan poner en marcha sus propias misiones espaciales o colaborar con las estadounidenses.
Lejos de amilanarse, este hecho espoleó a la CNSA para acelerar sus planes y desarrollar los componentes y proyectos necesarios para sacar adelante su propio programa espacial y ahora recoge los jugosos frutos de su iniciativa, ante la desesperación de su rival. En un alarde, China no dudó en jactarse de ello al anunciar al mundo que su estación espacial está abierta a los astronautas extranjeros, sin especificar si la invitación incluye a los estadounidenses, aunque se sabe que no, y a la incipiente y lucrativa industria del turismo espacial.
Así pues, el espacio (especialmente la Luna), se ha convertido en un nuevo campo de batalla en la particular guerra entre las dos potencias. Ante el imparable avance del programa chino, EE.UU. parece ver peligrar su hegemonía más allá de la atmósfera terrestre y fuerza la máquina tanto como puede para cumplir sus objetivos, con Artemisa como el optimista buque insignia de su vuelta a la superficie lunar (y agujero negro presupuestario donde los haya) y vertebrando su estrategia en el ya imprescindible apoyo de la industria privada.
EL TRATADO DEL ESPACIO
La Asamblea General de las Naciones Unidas creó en 1967 el Tratado del Espacio Ultraterrestre, documento que fue ratificado por más de cien naciones, entre ellas, EE.UU. y China. El texto recoge en su artículo II que “El espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera”. Sin embargo, a día de hoy no resulta descabellado imaginar que la nueva carrera por la Luna y la explotación de sus recursos, podría convertir el acuerdo en papel mojado.
Y es que, aunque el Tratado del Espacio Ultraterrestre es, evidentemente, de más moderna factura que el poema de Juvenal, en la actualidad suena considerablemente más obsoleto que los siempre vigentes versos del visionario poeta romano.