“Salí a observar el fuego pero, para mi sorpresa, me encontré ante una verdadera aurora boreal”. La cita corresponde al erudito canario José de Viera y Clavijo, quien quiso dejar constancia, en el manuscrito ‘Carta filosófica sobre la aurora boreal’, el hecho insólito que presenció el 18 de enero de 1770, cuando se encontraba en San Cristóbal de La Laguna.
En un primer momento, numerosos isleños, con una mezcla de temor y sorpresa, pensaron que se trataba de un incendio que se había producido en los montes de Taganana, principalmente por el resplandor incandescente. Viera y Clavijo aseguró que “fue espectacular y notable, pues fue visto a latitudes insólitamente bajas”.
Las auroras boreales son un fenómeno natural que generalmente se observa en regiones cercanas a los polos, como el norte de Europa, Canadá y Alaska, debido a la interacción de partículas solares con la magnetosfera de la Tierra. Por ello, sorprende que pudieran verse en Canarias, donde las posibilidades son nulas.
“Extremamente inflamada”
Según detalla Viera y Clavijo en el citado texto, “se divulgó por esta ciudad (La Laguna) el rumor de que en los montes de Taganana quizá se habían prendido fuego, atendiendo a que aquella parte del cielo parecía extremamente inflamada roja y bañada del resplandor más vivo. Yo salí a observar el incendio. Pero cuál sería placer cuando me encontré con una verdadera Aurora Boreal”.
Las auroras boreales observadas en la Península Ibérica, Baleares y Canarias durante el siglo XVIII fueron documentadas en un estudio de los autores Enric Aragonés Valls y Jorge Ordaz Gargallo, quienes, mediante la “aportación abundante de información inédita de la literatura especializada y su tratamiento crítico”, catalogaron 80 auroras observadas entre 1716 y 1792. Los autores sostienen que “las fluctuaciones del óvalo auroral” pueden explicar las observaciones de auroras boreales en Canarias entre 1770 y 1778.