Para conversar con Eliseo Izquierdo Pérez (La Laguna, 14 de abril, día de la República, 1931) no me hacen falta muchas notas. Desde 1970 nuestros destinos han estado muy cercanos. Coincidimos en el periódico La Tarde, volvimos a coincidir en el jurado de los premios literarios y de historia de El Día y hemos sido amigos desde hace cincuenta años. Por lo que sí le tuve que preguntar fue por sus comienzos. Eliseo empezó su vida laboral cobrando letras de las ventas a plazos en una oficina bancaria –no en un banco—, que dirigía don Miguel González.
A sus 92 años, Eliseo es miembro de dos academias, la Canaria de la Lengua y de honor de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, a la que salvó más de una vez del desastre, cuando tomó sus riendas como secretario. Ha publicado tres tomos sobre los Periodistas Canarios (S.XVIII-S.XX) y dos tomos de Encubrimiento de la Identidad, con los seudónimos de los principales periodistas de las islas, estos últimos editados por el Instituto de Estudios Canarios y la Universidad de La Laguna.
A esto se le llama seguir los pasos de don Luis Maffiotte, aunque esta vez sobre los periodistas, no sobre los periódicos. Dirige la Revista Anchietea y la Cátedra Cultural de la Universidad de La Laguna, ciudad de la que es Cronista Oficial. Es licenciado en Filosofía y Letras por esta universidad y en Ciencias de la Información por la Complutense. Se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (Sección de La Laguna), en la segunda promoción. Con tanta vida académica me olvidé decir que pertenece al Cuerpo de Correos y Telégrafos y que fue jefe de Correos y Telégrafos de La Laguna, puesto en el que se jubiló.
-¿Por dónde empezamos?
“Por donde tú quieras, pero no te inventes nada que luego quedo fatal”.
-Cuando cuento ciertas anécdotas referidas a compañeros, algunas familias se cabrean.
“Hombre, es normal, porque son muy fuertes. Yo ahí no quiero entrar”.
-Pues no entramos. ¿Qué haces ahora?
“Pasear. Pero todos los días escribo algo, para no perder el hábito”.
-¿Echas de menos aquellos tiempos en activo, como periodista y como telegrafista?
“Bueno, cada época la vive uno de acuerdo a su edad. Yo muchas noches iba caminando de Santa Cruz a La Laguna, en mi primer destino en la central, porque la última guagua de la Exclusiva había salido ya cuando concluía mi trabajo. Había que dejar todos los asuntos resueltos, no podías entregar el turno con un solo tema pendiente”.
-Tú te graduaste como periodista en la segunda promoción. Con Elfidio y compañía.
“Sí, en la segunda. Terminé en junio y el mismo año fui profesor de lenguaje y estilo periodístico. Trabajé con don Gregorio Salvador, catedrático y académico de la Española de la Lengua. Cuando murió le dediqué un artículo en el que contaba esa relación”.
-Don Gregorio dijo que la prosa de Alfonso García-Ramos no tenía que envidiar a la de García Márquez. Lo dijo públicamente.
“Sí, es que la prosa de Alfonso era magnífica. Yo realicé la selección de sus artículos para los tomos de Pico de Águilas. Lo que pasa es que él era muy descuidado a la hora de puntuar y esas cosas y muchas veces tuvimos que darle algún repaso antes de enviar sus artículos a las linotipias”.
-La Sección de Periodismo de La Laguna fue una escuela fantástica. ¿No crees eso?
“Sí, porque contaba con un plantel de profesores excelentes: los catedráticos Ortego Costales, Emilio Lledó, Gregorio Salvador, Juan Miquel, Benito Rodríguez Ríos, Hernández-Rubio, Alejandro Nieto y un montón de gente más que colaboraba, como don Felipe González Vicén. Marcó la EOP lagunera toda una época en el periodismo canario”.
-Además, fue un centro que no tuvo discusión.
“No, porque políticamente se manejó muy bien. Y a todos los periódicos de las islas les interesaba su existencia, en la que tuvo mucho que ver también, en sus comienzos, don José Ortego Costales, que era vicerrector de la Universidad de La Laguna”.
-Tú eres de los tiempos del famoso Hell, aquella máquina infernal que casi nadie entendía para la transmisión de las noticias. Telégrafos la tuvo.
“Yo no sabía manejar el Hell. Nijota (Juan Pérez Delgado, redactor-jefe de “El Día”), sí; le entretenía. Él trabajaba en el tercer piso, para que no le dieran la lata. Me tenía mucho afecto. Muchas noches bajaba a la redacción y decía: “¿Falta mucho?”. Para irse. Se ponía a silbar y a darse un paseíto para meter prisa a la gente”.
(Algo sobre el Hell. Fue inventado este aparato, que era capaz de transmitir palabras e imágenes, por Rudolph Hell (Baviera, 1901). Su invento fue el precursor del fax y del escáner. Hell falleció a los 100 años en 2002 y su aparato lo diseñó en 1921. Fue utilizado como sistema de comunicaciones por la Legión Española y por la generalidad de los diarios de este país y transmitía información legible en condiciones extremas. Tanto la patente del Hell como la del Clichógrafo, que imprimía imágenes y las transmitía, fueron vendidas más tarde a Siemens. En “La Tarde” manejaba el Hell Enrique García Ramos, auxiliar de redacción; y muchas palabras se perdían por el camino. En las alineaciones de los equipos de la Liga, por ejemplo, cuando un nombre de un futbolista no podía captarse se sustituía por el de un periodista de la plantilla. Así Pérez y Borges podía aparecer como portero del F.C. Barcelona, Manuel Perdomo como delantero centro del Real Madrid y Óscar Zurita como medio volante del Osasuna de Pamplona. El precario periodismo de la época hacía sus habituales juegos malabares).
-Me dijiste que cobrabas letras y recibos en La Laguna, de jovencito, para ganarte la vida.
“Sí, es verdad. En esos tiempos yo trabajaba en una agencia de representación bancaria, como te conté. Y comenzaban las ventas a plazos de almacenes Godiño y de todos aquellos comercios. Así me ganaba la vida, persiguiendo a la gente para que pagara. Bueno, persiguiendo es un decir, los clientes eran serios”.
-¿Y cómo entraste en Telégrafos?
“Mi tío Domingo era segundo jefe y consiguió mi plaza. De aquellos tiempos recuerdo a don Tomás Calamita, a don Pedro Tarquis, a un montón de personas caballerosas y cultas. Y en tu pueblo, en el Puerto, estaban Betancor, Tamajón y don Felipe Machado, que fue muchos años el jefe de Telégrafos”.
-Ya ha desaparecido Telégrafos.
“Hombre, claro. Ahora todo el que tenga un móvil puede hacer esas funciones, tanto como estación emisora como receptora. ¿Para qué mantener el Cuerpo?”.
-¿A qué otras personas recuerdas con cariño de tu época en El Día?
“Hombre, a Salcedo, desde luego, y a Paco Martínez, el caricaturista, que era una persona muy inteligente, y un gran dibujante, pero a quien le importaba un pito todo. Una vez intenté montar una exposición de su obra y me entregaron dos maletas de aquellas viejas, llenas de papeles, pero ninguno tenía ni fecha ni noticia de en qué medio se había publicado, así que fue imposible”.
-¿Tenemos el periodismo que nos merecemos, Eliseo?
“El periodismo es, ni más ni menos, que un reflejo de la época en que se ejerce. Si esta época es la que es, ¿qué le podemos pedir al periodismo que se hace ahora?”.
–La Tarde, sobre la que trabajo ahora en un texto, fue una publicación muy digna. ¿No crees?
“Mira, la gente esperaba en las estaciones de guagua a que llegara el periódico. Era un periodismo de opinión, que es mucho más libre y más auténtico. Nadie del periódico se metía con tu opinión, si acaso la censura. Pero podías escribir libremente, dentro de esos parámetros que no dependían de nosotros”.
-Un periodismo más limpio.
“Es que nadie trabajaba por dinero. Sólo queríamos contar las cosas y las contábamos. De “La Tarde” salió un montón de gente muy buena y de “El Día” también”.
-¿Y cómo te entró la afición?
“No sé, lo primero que publico fue en 1945, con 14 años; estudiaba bachillerato y con motivo del centenario de la fundación del Instituto Cabrera Pinto se editó una separata con los trabajos de algunos alumnos. Fue don Pablo Pou, una gran persona y un gran profesor, catedrático de instituto, quien inspiró aquella especie de concurso literario”.
-Eliseo, no me puedo olvidar de la borrachera que agarramos unos cuantos con el padre Sierra, ni la procesión por Santa Cruz, tras su falso sermón de las siete palabras.
“Bueno, esa anécdota sí se puede contar. Nos fuimos a comer al Shangai del chino Alonso unos cuantos, entre ellos Alfonso (García-Ramos), tú, yo, Enrique (García Ramos también, sin que fuera pariente del anterior) y alguien más que no recuerdo. El fraile (franciscano menor) se cargó, por allí apareció un crucifijo, entonó el sermón de las siete palabras y entre palabra y palabra nosotros cantábamos el “Adiós muchachos, compañeros de la vida”. Acabamos en procesión por la calle de la Marina, hacia el periódico. Fue un cachondeo terrible, difícil de describir con palabras”.
-El padre Sierra forma parte de la historia de “La Tarde”.
“Él hacía unos comentarios sobre el Evangelio de los domingos, decía cosas disparatadas. Alfonso, en su imaginación, mantenía que no era fraile sino legionario. Y que entró con Franco en Madrid, cuando la guerra civil, vio un fraile muerto, le robó el hábito y la cédula y así se convirtió en fraile. Era mentira, por supuesto, pero Alfonso lo contaba con tanta seguridad que a la gente que no lo conocía le parecía verdad”.
(El padre Sierra, un fraile vamos a llamarlo trabucaire, llegó a ser ecónomo o superior –no recuerdo bien– de la Orden de San Francisco. En cierta ocasión vino de visita el provincial, sin avisar, tocó en el convento y le abrió la puerta un fraile viejito, al que tenían para estos avíos. “¿Y dónde está el resto?”, preguntó, alarmado, el provincial. “En el restaurante Soto Mayor, reverendo padre”, respondió el viejo. El alto cargo franciscano se dirigió al restaurante y se encontró a la comunidad comiendo y bebiendo, en medio de tremendo jolgorio. Cuando le preguntó al padre Sierra el porqué del dispendio, éste le contestó: “Sale más barato, padre provincial, porque el dueño nos da la comida gratis”. Este era el padre Salvador Sierra Muriel. Hace ya cincuenta años de todo eso. Más tarde fue trasladado a Las Palmas. Se le perdió la pista aquí, pero antes de irse le dio tiempo de darle un cachetón al periodista Pérez y Borges por motivos que no vienen al caso).
-Tú formaste parte, acaso, de la mejor generación de esta profesión. ¿No crees?
“Había gente muy buena y también mucho bandido, claro, pero uno los recuerda a todos con cariño, salvando las distancias de cada cual. Todos sabíamos latín. Sabíamos que para que Domingo de Laguna no nos pusiera a parir teníamos que ayudarlo en sus publicaciones, por ejemplo”.
-Y ahora, descanso.
“Bueno, asisto a las sesiones de las academias, camino mucho, me encuentro algunas veces con nuestro amigo común Juan-Manuel García Ramos en La Laguna y me mantengo activo. Y si estás haciendo algo sobre “La Tarde”, lo último que recuerdo, ya al final, es que quise entrevistar a Rodríguez Sahagún, que fue el primer ministro de Defensa civil, en tiempos de la UCD. Pedí medios, nada, para taxi y fotógrafo, para entrevistarlo en Los Rodeos y me los negó el gerente. Entonces entendí que “La Tarde” estaba llegando a su fin. Y fue una pena”.
-Sí, señor. Una pena.