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Pepín: “Si hoy gestionáramos las fiestas como antes, iríamos todos a la cárcel”

El conocido como El Mariscal del Puerto de la Cruz, que trabajó para el Consistorio casi desde niño, hizo un poco de todo y dirigió los actos festivos clave de la ciudad en dictadura y democracia, se alegra de los controles de hoy
Ramón Castilla, en su casa del Puerto el pasado martes, donde guarda muchos documentos, fotos y placas. DA
Ramón Castilla, en su casa del Puerto el pasado martes, donde guarda muchos documentos, fotos y placas. DA

Lleva años esperando por una prótesis de cadera y, por más escritos que presenten, parece que ha de seguir esperando. Usa audífonos y dos bastones, su familia lo arropa para alivio y felicidad diaria, y se mueve lo mejor que puede con su contundente cuerpo. Eso sí, cuando se le pregunta por su larga etapa en el Ayuntamiento portuense, a Pepín (Ramón Castilla Yanes) se le encienden los ojos, se explaya con los recuerdos y enseguida da consejos, reforzando su apelativo de El Mariscal. Es más, incluso admite cosas que, en su tiempo, le habrían costado sustos, como que “si la gestión de Fiestas se hiciera hoy como la hacíamos antes (en dictadura y democracia), todos iríamos a la cárcel”.

Pepín nos recibe, junto a su mujer y una de sus hijas, en su casa de la calle Las Cabezas. Nada más entrar en su piso de la tercera planta, muestra orgulloso una dependencia repleta de fotos, placas y otros objetos de su polifacético paso por el consistorio, casi desde que, de niño, ayudaba haciendo carrozas hasta su jubilación, tras la que se sucedieron los tributos.

Nacido en 1940, su ascendencia y peso decisorio fue tal que, al igual que tiene numerosos amigos (“las viejas guardias, muchos recuperados desde que me jubilé”), también reconoce que “un puesto así te crea enemistades”, y más en un municipio tan politizado. Trabajó con numerosos alcaldes y ediles en dictadura y democracia. Preguntado por si tiene alguna predilección, prefiere la cautela y no se queda con ninguna etapa, aunque reconoce que concibe al actual alcalde como “un hijo por vivir al lado mucho tiempo” y afirma que la mejor época de las fiestas, sobre todo en Carnavales, fue con Paco Afonso (de 1979 al 83), “cuando TVE parecía tener su cuartel general aquí”.

Tras alcanzarle su hija una carpeta, Pepín enseña orgulloso folios en A3 amarillentos de carnavales como los de 1976, 1985 y 1988 (salen bastante a voleo) en los que quedan patentes aquellas formas poco ortodoxas hoy de controlar los gastos. Con nombres de voluntarios a la izquierda, cometidos en el centro y pagos a la derecha, defiende, sin embargo, que antes “organizara todo el ayuntamiento y no hubiese las empresas externas de ahora, lo que creo un error”.

A su juicio, y aunque admite que el control fiscalizador de entonces no solo no era ejemplar, sino carne hoy de denuncia, considera que los resultados en las fiestas eran, muchas veces, mejores, si bien lamenta que Felipe González de Chaves “quitara el festival del Atlántico porque decía que era muy caro”.

Pepín cree que el Carnaval portuense, que en su día contó por contrato con comparsas como Joroperos y otras, perdió peso por surgir otros en La Orotava, Los Realejos o Icod. Por eso, considera que lo ideal sería pasarlo a una semana después, algo que ya se hizo el sábado siguiente en 2023 con un evidente éxito. Eso sí, lo que nunca ha entendido es el de verano y tiene claro que “la poca gente que participa” prueba el error.

Asimismo, y aunque sostiene que las Fiestas de Julio han mantenido su éxito, critica que “ni siquiera los del pueblo sigan como antes la procesión al regresar la embarcación”. Además, censura que las fiestas se politicen y defiende que “las haga todo el pueblo. Siempre hubo políticos que quisieron utilizarlas, pero se equivocan”.

Admite también que los cambios en la Navidad le maravillan si los compara con su etapa. Eso sí, y aunque este año no vio la cabalgata, le llegaron malas críticas, algo que extiende, con enojo, a la iluminación “porque me llevaron por Los Realejos y La Orotava y nada que ver”. En este sentido, no sabe qué pasó para un cambio así, aunque teme que sea por dinero.

Sobre el presente y futuro de la ciudad, cree que vive una buena etapa económica y turística, se muestra entusiasmado con la limpieza y, sobre todo, con los jardines. No obstante, critica profundamente los años perdidos con el Parque San Francisco (“por el que ni paso porque me da cosa”) y el proyecto, especialmente por el paseo entre la iglesia y el auditorio, “pues está concebido solo para 600 personas cuando su aforo debería ser mucho mayor”.

En esta línea, aboga por otro espacio de ocio y aparcamientos en la antigua estación de guaguas y apuesta por un centro comercial y estacionamiento de varias plantas en la explanada. Está tan convencido del potencial de nuevas plazas para aparcar en una ciudad tan pujante, que dice que, de tener dinero y en otra etapa en su vida, trataría de promoverlos porque “enseguida darían beneficios”.

Para lo que aún tiene tiempo es para ser consciente de que, con muchos amigos y algún enemigo, jamás pasó inadvertido ni dejó indiferente a casi nadie. Imposible si eres El Mariscal.

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