Cada martes de la embarcación de la Virgen del Carmen del Puerto de la Cruz, marcado a fuego en el calendario de julio para gran parte de la población local y de otras muchas zonas de la Isla, se escucha y se siente la profunda emoción de los que vitorean no solo a la “Reina de los Mares” y San Telmo, sino a los pescadores. Esos “vivas” truenan durante la procesión y las réplicas de los asistentes parecen despertar incluso a las morenas más escondidas en sus cercanas cuevas. Sin embargo, el pueblo de pescadores por excelencia en el Norte, el que sirvió durante siglos de referente para los visitantes extranjeros por su clima y la belleza del Valle, el que se convirtió en ciudad turística mundial desde mediados del siglo XX e inventó (junto a otras pocas excepciones) esta industria de masas en España se ha quedado casi sin pescadores.
Sí, aún hay quien se gana la vida con la mar; por supuesto que la estampa del muelle, de la casa de la Aduana, la cofradía, el museo y los barcos entrando y saliendo a faenar son inherentes a la idiosincrasia local y se repiten casi a diario (y más con este sol perpetuo y estas calmas marítimas tan impropias del invierno norteño), pero los pescadores exclusivos o que se dedican a esto una parte del año se pueden contar, casi literalmente, con los dedos de la mano.
Así lo expone a DIARIO DE AVISOS el que, según subraya él mismo, pero admite casi cualquiera que esté puesto sobre esta situación en la ciudad, es el pescador que más merece ese nombre en la actualidad: Javi “El Pelenque” (39 años). Para recordar los nombres de los que se dedican a la pesca en el motor económico del Norte no tiene que hacer mucho esfuerzo y los saca en breves segundos: “Francis, José Carlos, Marcos, Aarón, Damián y yo, aunque los que nos dedicamos en exclusiva y salimos todo el año somos solo Aarón (41 años) y yo. Los otros son profesionales y tienen sus barcos, pero se dedican también a otras cosas y se dan de alta unos meses como pescadores”.
Entre otros muchos factores, Javi achaca este declive de la pesca local y el claro riesgo de que no haya relevo generacional, extensible a otros muchos sitios de las Islas y de fuera, a que sean muy pocos los que arriesguen dedicándose a esto todo el año, “algo que pasa en el resto de cofradías de Tenerife y Canarias”.
“La gente se ha ido acomodando y esto contrasta con lo que pasaba hace solo 10 o 15 años, cuando en el Puerto habría 18, 20 profesionales y que se dedicaban todo el tiempo o gran parte, pero es que se han jubilado muchos, como Eusebio, que iba conmigo. También Miguel y Domingo ‘El de Cirilo’ y, ahora, Lorenzo, Salva, ‘El Porro’…”. Preguntado por si les compensó su dedicación de siempre ahora que ya están jubilados, dice que sí: “Cobran buena pensión porque pagaron mucho dinero. Antiguamente, pagaban los sellos en pesetas y ahora tienen pagas dignas”.
“ESTO NO SE VALORA”
Javi admite que él vive bien de la pesca, “pero es un trabajo muy sacrificado; requiere mucha dedicación, muchas horas al día y el problema hoy es que la pesca artesanal no es dura en el mar, sino en tierra, porque todo es a base de hacer amaños, palangres, nasas… cosas que llevan mucho trabajo y que la gente no valora como se debería”.
Eso sí, se le remarca la condición de pesca artesanal y “El Pelenque”, verdadero personaje local que no pasa inadvertido para casi nadie, enseguida se revuelve y recuerda su cabreo al infinito cuando, en una reciente reunión en el Cabildo de Tenerife, una técnico, “que siempre dan a entender que lo saben todo, me dice que no soy pescador artesanal porque no pesco con anzuelos. Le respondí que estaba muy equivocada porque la pesca artesanal (el nombre lo explicita etimológicamente, según él mismo subraya) es toda la que hace el hombre con sus manos al crear los amaños y pescar. Los atuneros emplean cañas y también son artesanales, pero, a su vez, lo son los que cosen sus redes o sus nasas”.
Según reconoce, “hay meses que son muy buenos, sobre todo desde abril a septiembre u octubre”. No oculta que, en esta etapa, gana más de 4.000 euros al mes (“y más, y más…”), con días que ha hecho incluso más de 2.000, aunque inmediatamente recalca que él vive bien de esto “porque trabajo mucho, sin parar. Aquí se me ve siempre con la ropa sucia y trabajando, y Aarón también se está espabilando. Sin embargo, y esto se lo he dicho a todo el mundo siempre, tengo un hijo de 17 años y no quiero que se meta en la pesca porque sé lo que yo he pasado, con inviernos duros, duros, en los que no tenía ni para pagar el alquiler”. Lo dice y se emociona.
DE 12.000 A 15.000 EUROS
Uno de los problemas, a su juicio, es la comparativa con lo que ocurría antes con el aprovechamiento del pescado. “Antiguamente, un pescador cogía 5 kilos, por ejemplo, y todos se iban para la casa, pero, ahora, 3 se lo queda Hacienda, casi 2 Puertos Canarios y, el resto, se va en carnada, Seguridad Social y herramientas. No es oro todo lo que reluce y puedo enseñar mis números a quien quiera, porque hay que tener en cuenta lo que cuestan las nasas, los aparejos… y siempre rezándole a Dios para que nunca pase una avería”. Según sus cálculos (y se le advierte de que si da una cifra irreal o poco verosímil se lo podrán reprochar desde que le lean), limpio al año saca “entre 12.000 y 15.000 euros, que es lo que declaro a Hacienda”.
Eso sí, la venta la tiene siempre asegurada. “En mi puesto en el muelle, me lo quitan todo de las manos enseguida (el 70% de sus capturas son viejas, el 20%, camarón y el resto, sobre todo, lapas), aparte de que le estoy vendiendo a los restaurantes La Pescadería” (de gran éxito en diversos puntos y los viernes y sábados en el mercado municipal, junto a la tasca El Cayuco). “No obstante (y es algo fácilmente comprobable), lamenta que, “si se hiciera un estudio cada día en el Puerto, de 50 restaurantes con pescado, en unos 48 no tienen producto de aquí, sino de fuera, aunque pongan en las pizarras y cartas que es de playa. Y, encima, no se valora lo de aquí, te dicen que es caro el kilo de lapas cuando, luego, los restaurantes cobran esa misma cantidad por solo 12 lapas. A un kilo de camarón que vendo por 15 euros un restaurante normal le puede sacar 80”.
Pese a tantas dificultades, Javi no ve otro horizonte laboral en su caso. “Siempre he dicho que el pescador no se hace, sino que nace. Si me ofrecieran 20.000 euros al mes en la mano, no dejo esto porque es mi pasión, mi vida. Claro que he trabajado en la construcción en invierno en el pasado porque soy un burro para trabajar y en las obras se gana bien, pero me asomo al mar y en marzo me meto sin duda porque es lo que me gusta, si bien están poniendo muchas trabas para que sigamos”.
En este sentido, cree que la gestión del subsector pesquero “es malísima. No se me puede meter en el saco de un barco grande. No puedo tener uno de 6 metros de eslora (solo puede salir hasta 12 millas y suele abarcar desde La Matanza a San Juan de la Rambla) y, sin embargo, se me exige la seguridad de uno de 15. Trabajo solo y me puedes pedir un chaleco, 3 bengalas, cohetes… pero no todo lo que me exigen, 20.000 cosas”.
Sobre las capturas, asegura que se mantienen. Aunque duda con lo del cambio climático (“pues creo que el mundo y la vida son cíclicas, si bien es verdad que lo estamos destruyendo nosotros”), sí admite que el agua está más caliente, que los días de estos meses no parecen de invierno, que hay especies que se han ido a aguas más frías (“los meros han aflojado un montón, antes se cogían más abades y cada vez se pesca en profundidades mayores) y que otras (“invasoras”) están subiendo desde el Sur. No obstante, es aún más crítico y le alarma más los vertidos al mar y los efectos de los humanos, convirtiéndose en uno de los pescadores más movilizados con esta causa.
Según señala, y aunque resalta que en Senegal y otras zonas de África hay mucha pesca que explotan las grandes compañías, “el único país que lo hace bien es Noruega con sus temporadas, vedas y toneladas fijadas”.
Quizás, el problema es que el pueblo de pescadores por excelencia en el Norte de Tenerife ya no se reconoce en ese nombre, ya no lo merece, no le es coherente ni inherente, aunque cada año pasee a la Reina de los Mares entre lágrimas, sal y puros tembleques de emoción atlántica.
Tal vez sea así, aunque también todo puede cambiar. Quién sabe: depende de los jóvenes, de muchas cosas, de si, como en la agricultura, se abre un veta laboral a la migración variopinta o, de repente, los residentes descubren su sacrificado potencial, pero se enamoran para siempre como Javi y ya no pueden evitar su perpetua llamada. Y es que lo que sigue ahí es un inmenso mar y unos manjares que, con mayor o menor afección climática, suponen una excelente oportunidad de ganarse la vida honrada y orgullosamente.