Cada mañana, de lunes a viernes, tienen una cita a la que casi nunca faltan y a la que intentan ser puntuales. Saben que tienen unos escasos 20 minutos para compartir y quieren aprovecharlos al máximo. Mateo, Ismael, Lucas, Cande, Ricardo y Beatriz se juntan a las ocho en punto a jugar a la oca y al parchís antes de entrar a clase, en el colegio de La Milagrosa, en La Orotava.
Lo hacen en la librería El Aula, ubicada justo enfrente, donde ya tienen su propio rinconcito, preparado por José Manuel Oliva, su dueño desde hace 14 años y quien los motiva a compartir juegos y lectura, ya que a veces también leen libros aunque los gustos difieren. Cande prefiere los de historia y a Lucas le gustan más “los de comedia y risa”.
Hace más de dos años que comparten esta rutina, además de curso -todos van a cuarto de primaria- a excepción de Mateo, el más pequeño, que se sumó al grupo por su hermano, Ismael. A veces juegan dos y hasta tres partidas. Riqui y Bea suelen ser los ganadores, coincide el resto.
Llegan y van corriendo a saludar a José Manuel, que media hora antes ya tiene abierto el negocio. Sus padres y madres los esperan afuera. Cuando llueve se ponen debajo del muro porque no quieren interrumpir una iniciativa tan bonita.
Carolina, la madre de Lucas, conoce a ‘Jose’, como lo llaman todos, desde hace mucho tiempo. “Veníamos a comprar y los chicos jugaban al fútbol por fuera de la librería, la gente se molestaba y tomaron la iniciativa de entrar, ponerse a leer, empezaron a ver los juegos hasta que les propuso juntarse todos los días y les reservó un espacio”, cuenta.
La oca y el parchís son juegos tradicionales que a muchas personas adultas las acompañaron durante toda su infancia. Ya no se utilizan tanto, pese a que sus beneficios en el desarrollo educativo de los más pequeños son indiscutibles. Requiere jugar en grupo y en casa quizás no tienen la oportunidad de hacerlo porque son hijos únicos, se encuentran solos, o son invadidos por las pantallas.
En El Aula se juntan los seis, comparten un rato agradable, han aprendido a organizarse desde el primer momento y también a respetar las reglas que impone el juego aunque no estén de acuerdo.
Al principio, sus progenitores se preocupaban porque temían que obstaculizara el trabajo de José Manuel con los clientes y “molestaran”. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. Ya están familiarizados con la librería y “responden con mucha libertad y respeto”, asiente Elena, la mamá de Cande, quien junto a Carolina espera pacientemente cada día a su hija acompañada de Marta, la madre de Ismael y Mateo, y Pedro, el padre de Ricardo y Beatriz. Esta última, pese a su corta edad, asegura que “va a heredar” el negocio.
En muchas ocasiones, hasta despachan los artículos incentivados por él.“¿Jose en qué te ayudamos?”, le preguntan al entrar. Fue él quien también les propuso que cogieran un libro y cada uno leyera una página. Y aunque no tienen los mismos gustos y se “pican” porque unos leen más que otros, ha conseguido que compartan “el que toca hoy”.
Pero cuando comprobó que se entusiasmaban más con un pequeño parchís imantado, decidió comprar uno más grande exclusivamente para ellos.
José Manuel lleva al frente de la librería casi una década y media. Trabajó en otro sector del comercio pero se quedó en paro, le surgió la oportunidad y quiso aprovecharla porque su antiguo dueño la traspasaba. No lo dudó porque siempre fue un negocio que le llamó la atención. Uno de sus tíos tenía una imprenta y de pequeño lo ayudaba a limpiar las máquinas. “Lo del papel y la tinta siempre me gustó”, confiesa.
La primera se encontraba ubicada a pocos metros del local actual, en la avenida Emilio Luque Moreno, donde se trasladó en el año 2019 porque era mayor. Justo un año después vino la pandemia de Covid-19 y con ella todas las consecuencias económicas y sociales que trajo aparejada y que nadie hubiese podido imaginar.
Pese a ello, y a que las plataformas digitales limitan su trabajo y “te las tienes que ingeniar”, ha logrado sobrevivir con mucho esfuerzo y conservando las ganas de siempre.
Firmas de libros, presentaciones y cuentacuentos. Siempre intenta organizar diferentes tipos de actos culturales para atraer público y fomentar la lectura. El Aula no es una librería más. Quiere diferenciarse y de una u otra manera lo ha conseguido.
Sin embargo, él dice que lo hace por la “cara de felicidad de los niños” que lo motivan cada día a abrir la puerta de su negocio. “Si los demás comercios que están próximos a un colegio hicieran lo mismo, sería un acierto”, sostiene.
Un acierto y una pequeña dosis de esperanza ante el canibalismo de las pantallas que a estos seis pequeños revolucionarios de la oca y del parchís todavía no los han logrado devorar.