La intención del Ayuntamiento de Granadilla de reconvertir en viviendas públicas 30 edificios a medio construir -paralizados en su mayoría por la crisis de 2008 y actualmente en manos de bancos y fondos de inversión-, ha devuelto al primer plano de la actualidad un grave problema que se ha extendido por la comarca como una plaga durante los últimos decenios: los esqueletos de hormigón, esos edificios fantasmas por los que asoman las costuras del boom de la construcción en el Sur. Uno de ellos, la vieja edificación de Chasna, en Costa del Silencio (Arona), ha sido noticia en las últimas semanas al ser desalojado por orden judicial el pasado 12 de marzo ante el riesgo de derrumbe.
No existe un censo oficial de edificios sin terminar en el Sur, salvo el inventario que acaba de realizar el Ayuntamiento de Granadilla, que ha llegado a contabilizar los 30 inmuebles citados. Pero a nadie se le esconde que la zona meridional de Tenerife cuenta con numerosas arquitecturas frustradas -algunas fuentes consultadas hablan de más de un centenar-, especialmente en zonas como San Isidro, El Fraile o Costa del Silencio, entre otras, en las que se aprecia con nitidez las huellas del fracaso empresarial en el subsector de la construcción.
Este alto número de edificaciones inacabadas en el Sur está estrechamente ligado a las grandes expectativas del boom turístico de los años 70 y 80. A muchos de los proyectos de edificación, algunos con más de 40 años de antigüedad, les pasó factura la falta de experiencia de los inversores, atraídos por el caramelo del auge turístico, a los que la aventura les salió muy cara y acabaron arruinados. Pero también influyeron otros factores, como la crisis del petróleo, en 1973, y la financiera de 2008, además de litigios judiciales, renuncias de herederos o fallecimientos de promotores.
Además del impacto visual negativo que generan, hay edificios fantasma que se han convertido en lugares de riesgo para las personas sin hogar, ya que se trata de estructuras de hormigón deterioradas por el paso de los años, con materiales sin ningún tipo de mantenimiento y sometidas a factores externos como el viento, la lluvia, el sol y, sobre todo, el mar, cuya proximidad es uno de los elementos externos más perjudiciales. Y es que, como resumió a este periódico un arquitecto tinerfeño, “la maresía y el hierro no se llevan bien”.
Retomar las obras de un esqueleto de cemento no suele ser la opción más viable, dado el coste extra que supone afrontar el deterioro que ha sufrido la construcción por el paso del tiempo, partiendo de una minuciosa evaluación que determine el estado real de los materiales. Hay estudios que indican que terminar un edificio abandonado puede ser un 20% más caro que levantar uno desde cero.
Profesionales especialistas en urbanismo advierten de que el suelo nunca volverá a ser el mismo tras una obra abandonada, ya que se rompe el ecosistema. También subrayan que el solar de un edificio abandonado genera un efecto llamada de escombros y materiales inservibles de obra, por lo que acaban convirtiéndose, en algunos casos, en vertederos, con el consiguiente problema de insalubridad.
Desde algunos sectores ecologistas, se reclama el establecimiento de un plazo determinado para la conclusión de los mamotretos y, en caso de no reanudarse las obras, plantean soluciones que pasarían por la demolición o la construcción de viviendas sociales, opción esta última que explorará el Ayuntamiento de Granadilla, primero en Canarias en dar un paso en esa dirección.