¿Quién no querría ir a un lugar en el que podían visitarse las miniaturas de los lugares más emblemáticos de Canarias? Eso fue PuebloChico, un lugar creado a imagen y semejanza de Madurodam, en los Países Bajos, que se presentó como una alternativa atractiva a otros emplazamientos turísticos de la Isla. Pero no salió bien o, al menos, no obtuvo el resultado esperado.
El 11 de julio de 2002 se llevaba a cabo la inauguración de PuebloChico. Culminaba así un trabajo de años (los trabajos comenzaron en 1998), en el que se tomó como modelo Madurodam, ubicado en La Haya, y cuyas características, paradójicamente, eran colosales: ubicado en La Orotava, en el comienzo del camino de la Cruz de Los Martillos, junto a la rotonda de la salida 35 de la autopista del Norte, frente a la ermita de San Nicolás, ocupaba una superficie total de 20.000 metros cuadrados. La inversión total había sido de seis millones de euros.
Así era PuebloChico
60 maquetas “que cuidaban hasta el más mínimo detalle” a escala 1:25 fomaban parte de un lugar que destacaba también por sus espacios verdes. La intención de los promotores era que el visitante pudiera sentirse “como un gigante” paseando entre la catedral de La Laguna, el edificio del Cabildo, el Ayuntamiento de La Orotava, el Auditorio o el castillo de Arrecife.
Para que la ambientación fuera total, entre las maquetas circulaban vehículos, cada ambiente tenía su propio sonido y pequeños muñecos daban la sensación de convertirnos en Gulliver, en nuestro particular Lilliput. Podíamos contemplar, por ejemplo, cómo el jet-foil atracaba en el puerto de Santa Cruz de Tenerife o un avión de Iberia se preparaba para despegar desde el aeropuerto Tenerife Sur. La autopista TF-5, sin atascos, era otro de los lugares preferidos, por la cantidad de vehículos y sonidos personalizados que se había llevado a cabo.
La entrada a PuebloChico, que estaba organizado en ocho áreas, atravesaba una reproducción de una cueva volcánica realmente espectacular, centrada en la cultura guanche, mientras que la salida estaba dedicada al paisaje lunar de Vilaflor. Un jardín endémico canario, una zona dedicada a la arquitectura rural de las Islas, otra a los edificios más modernos de las mismas, como El Corte Inglés santacrucero, una muestra monográfica de La Laguna y otra con los elementos más importantes del patrimonio histórico del Archipiélago completaban la visita, que se realizaba siempre con una espléndida vista del Teide. Tenía tiendas, un restaurante, una zumería y la posibilidad de llevar a cabo celebraciones, gracias a un espacio acondicionado para ello.
En medio del actual debate sobre la necesidad de diversificar la industria relativa al turismo en Tenerife, PuebloChico decidió crear una empresa, El Maquetal, para confeccionar todas las miniaturas y elementos disponibles en el recinto. Unos 30 empleos, directos e indirectos, dependían de ella. Tras meses de estudio, se logró confeccionar maquetas que soportaran, por ejemplo, las inclemencias del tiempo, al estar todas ellas al aire libre.
175.000 visitantes en el primer año
Pero este mundo de fantasía tenía que ser viable económicamente. Las expectativas eran que, en solo el primer año, PuebloChico fuera visitado por 175.000 personas, una cifra ambiciosa, al ser algo completamente nuevo -la aceptación de los turistas era una incógnita-, con entradas a un precio asequible: ocho euros para los adultos y cinco para los niños -siendo residente-, y 11,5 euros para adultos -seis para niños-, para el resto del público.
El objetivo final era que 500.000 visitantes pasaran al año por el lugar, pero las cuentas no salieron. En 2015, tras 13 años de actividad, la misma cesó. En los primeros años, colegios y asociaciones visitaron PuebloChico, que tuvo éxito, pues recibió muchos visitantes, pero, quizás, se adelantó a su tiempo. El sur de Tenerife y la gran oferta turística en la Isla fueron rivales poderosos para este mundo en miniatura que tantos y tantos tinerfeños visitamos con una sonrisa en los labios.