Con muy mal pie ha comenzado la megaconstelación de internet de banda ancha china Qianfan. El primer lote de 18 satélites, de un total de más de 14.000 previstos, fue puesto en órbita polar a 800 kilómetros de altitud el martes pasado por un cohete Larga Marcha 6A, pero la etapa superior del lanzador se desintegró poco después, causando una nueva nube de escombros que ha quedado a la deriva dando vueltas a nuestro planeta sin control.
No es la primera vez que un cohete Larga marcha 6A genera una nube de desechos en órbita. En noviembre de 2022, el mismo modelo de lanzador se desintegraba momentos después de desplegar en órbita un satélite meteorológico. El accidente tuvo como consecuencia más de 500 fragmentos.
Es importante destacar que los fragmentos rastreables en el espacio con la tecnología actual son tan solo aquellos de tamaño superior a 10 centímetros. Los restos de menor envergadura, que representan una cantidad muy significativamente mayor, no son cuantificables con precisión y su población se estima con modelos estadísticos.
Antecedentes
Los dos eventos protagonizados por el lanzador chino no representan, ni mucho menos, la totalidad de los ocurridos, sino tan solo algunos de los casos más recientes.
Otro incidente destacado, también protagonizado por China, ocupó los titulares por la cantidad de escombros generados y la preocupación que causó en enero de 2007, cuando el país asiático destruyó uno de sus propios satélites fuera de servicio como parte de una prueba de armamento espacial duramente criticada por la irresponsabilidad que supuso. En aquella ocasión, se generaron más de 3.000 fragmentos rastreados y, aproximadamente, otros 32.000 demasiado pequeños para ser detectados.
En otro caso especialmente sonado por ser la primera gran colisión accidental entre dos satélites en órbita y ocurrido apenas dos años después, en febrero de 2007, el satélite ruso fuera de servicio Cosmos 2251 se estrelló contra el satélite de comunicaciones operativo Iridium 33, produciendo no menos de 2.000 fragmentos rastreables.
El Síndrome de Kessler
Se denomina síndrome de Kessler al fenómeno propuesto por el consultor de la NASA Donald J. Kessler en el que la cantidad de basura espacial en órbita alrededor de la Tierra alcanza un punto en el que crea a su vez más desechos al impactar contra otros objetos, destruyéndolos y causando en el proceso un nuevo enjambre de escombros. Este efecto dominó, imparable una vez iniciado, tendría un impacto enorme en el entorno orbital.
El síndrome Kessler supone una amenaza para la vida de los astronautas y también para toda la tecnología de la que somos tan dependientes en la Tierra a nivel de comunicaciones, con incalculables pero, sin duda, nefastas consecuencias en los ámbitos económico y social, por no mencionar el científico.
Por otra parte, un hipotético cinturón de escombros alrededor de nuestro planeta a causa de una cadena de colisiones aleatorias pondría en serios aprietos a los planificadores de futuras misiones y, en general, a la exploración espacial.
Según contó el propio Kessler a la revista Space Safety en el año 2012, “este proceso en cascada puede considerarse continuo y ya iniciado, cada colisión o explosión en órbita resulta lentamente en un aumento en la frecuencia de futuras colisiones”. Una afirmación en la que coinciden cada vez más expertos y que parece no tener marcha atrás. La única esperanza reside en la puesta en marcha de tecnologías, actualmente en estudio, capaces de recuperar satélites fuera de servicio y restos para reducir la densidad de desechos en la órbita.
El entorno espacial actual
La Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), en su más reciente informe anual sobre el entorno espacial, publicado el pasado mes de julio, informa de la presencia en órbita terrestre de aproximadamente 40.500 fragmentos mayores de 10 centímetros; 1,1 millones de fragmentos de entre 1 y 10 centímetros y 130 millones de fragmentos de entre 1 milímetro y 1 centímetro. Este último grupo, aunque muy numeroso, podría parecer relativamente inofensivo debido a su pequeño tamaño, pero, teniendo en cuenta las velocidades a las que viajan, cercanas a 30.000 kilómetros por hora, la realidad es que son tremendamente destructivos y capaces de inutilizar o destruir satélites y naves en caso de impacto.
Todos estos restos han sido generados por más de 640 explosiones, colisiones o eventos anómalos registrados que han tenido como resultado una fragmentación en órbita.
Actualmente, hay en órbita casi 10.000 satélites. Con cada vez más frecuencia, alguno de estos satélites e incluso la propia Estación Espacial Internacional, se ven en la necesidad de realizar maniobras evasivas con el fin de evitar colisionar con alguno de los fragmentos catalogados y sometidos a seguimiento por las redes de vigilancia espacial.
El síndrome de Kessler es una temible realidad que podría poner en jaque a toda la tecnología espacial que ha sido puesta en órbita desde que el Sputnik 1 empezara a emitir pitidos en aquel lejano año 1957 y de la que tanto dependemos. Una temible realidad que, probablemente, ya estamos presenciando.