Parece un osito. Tiene cara de zorro. Y come como un panda gigante. Pero el panda rojo no tiene apenas nada que ver con ninguna de estas especies.
Sus semejanzas morfológicas mantuvieron durante años el debate científico que lo incluyó en el género en el que están englobados los mapaches, más tarde en el de los osos o en el de los pandas gigantes. Para ser más exactos, el panda rojo pertenece al género Ailurus. De hecho, es la única especie dentro de este género.
Conocer a estos hermosos animales, desde el punto de vista biológico, social y ecológico es imprescindible para trabajar en su conservación. Porque, ni la simpatía ni la belleza protegen de la amenaza de extinción a ninguna especie. En Loro Parque, una pareja de estos pequeños animales, habita en una reproducción de su ecosistema: un espacio arbolado y verde en el que han encontrado un espacio seguro en el que vivir.
De pelaje espeso y suave, con una poblada cola anillada y pulgares oponibles, el panda rojo ronda los 60 cm y pesa entre 3 y 6 kilos. Uno de sus rasgos más característicos es el antifaz que luce en su cara y que varía de un ejemplar a otro. Sus rasgos parecen diseñados para mover a la ternura humana, con ojos redondos y un hocico húmedo como el de los perros. Sin embargo, son adaptaciones biológicas adaptadas a las características de su bioma.
Expertos trepadores
Uno de los retos que pueden encontrar los visitantes que desean conocer al panda rojo es tener la paciencia suficiente para poder contemplar a estos habitantes de los árboles. Pero el desafío vale la pena. En Loro Parque, la pareja alterna su tiempo entre su alimentación en el suelo, a donde también descienden a defecar, y su tiempo de aseo o descanso en el que permanecen entre las ramas, acostados relajadamente o lamiendo su pelaje a la manera de un gato, para mantenerlo limpio y brillante.
Una pista: busca su cola roja colgando desde las ramas del bambú. Y olvídate de la prisa. La naturaleza tiene sus tiempos.