Es posible que no exista en todo el Archipiélago un lugar con una tradición mágica tan reconocible, y resistente al paso del tiempo, como La Laguna Grande. En este singular espacio, convertido en área recreativa y enclavado en el Parque Nacional de Garajonay, confluyen dos expresiones patrimoniales de La Gomera, la de un entorno natural sugerente y envolvente, y la propia de un punto concreto del territorio en el que la memoria oral nos conecta con un apasionante universo de creencias que rayan lo sobrenatural. Este rincón de Vallehermoso es el epicentro de las historias brujeriles gomeras, el principal bailadero en el que, de acuerdo con la tradición, se reunían las brujas en ciertas noches para celebrar sus oscuras ceremonias. Estamos ante un lugar de paso que fue clave en la isla, una confluencia de caminos que se desaconsejaba transitar cuando caía la noche. Era entonces cuando las brujas podían salir al encuentro de los incautos y convertirlos en víctimas de sus burlas y triquiñuelas. En la tradición no era extraño asistir a su transformación en animales, contemplarlas danzar con el torso desnudo en el círculo central de La Laguna Grande, ser agitados y zarandeados por ellas, o experimentar miedos incontrolables y desorientación al aventurarse por esos parajes. A veces las brujas se dejaban ver en formas chispeantes, como luminarias que causaban inquietud.
Posiblemente este tipo de relatos se fueron conformando a lo largo del tiempo para etiquetar primero, e intentar dar sentido después, a la ocasional observación de los discretos encuentros que algunas personas pudieron celebrar en este lugar, rememorando las tradiciones y festividades de la población aborigen. Aunque pueda extrañarnos, la persistencia de prácticas y creencias de los antiguos gomeros prehispánicos siglos después de la Conquista de Canarias está sobradamente documentada. En la vida cotidiana pervivieron infinidad de expresiones, y en el marco de las creencias ocurrió otro tanto. De ello dio cuenta en una reveladora cita el que fuese cura de Chipude, José Fernández Prieto. En 1774, refiriéndose a Argodey, la Fortaleza de Chipude, escribe como “allí se van á hacer los exorcismos cuando hay plagas y el presente cura ha estado allí cinco ó seis veces, por encima en lo llano, sirve de echar cabritos y corderos de este, hay en ella muchas casas de gomeros, se hallan vestigios y huesos de ellos” .
La continuidad de esos ritos, en este caso transformados por las creencias cristianas, también se percibe en el llamado Velorio de los Angelitos, una sobrecogedora y emotiva costumbre funeraria, de gran arraigo en La Gomera, que se desplegaba cuando fallecía un niño menor de siete años. Entre otras acciones donde están presentes el baile, el tambor y las chácaras, familiares, amigos y vecinos terminaban enviando “recados” a sus seres queridos fallecidos al través del niño o niña que iba a recibir sepultura, colocando en su ataúd pequeños papelitos con sus mensajes, o bien flores y lazos de colores, al tiempo que en voz alta describían el recado a transmitir.
Luces, agua mágica y topónimos
Próxima a La Fortaleza encontramos La Vega Abajo, y también La Dama, parajes por donde merodeaba un extraño fenómeno que los vecinos, durante generaciones, han interpretado como la manifestación de un alma en pena. Se trata de un hacho o luz popular, una luminaria de colores diversos que, con una forma predominantemente esférica, ha llegado a acercarse a muchos testigos. No sabemos con exactitud qué se esconde tras esta rareza, pero los gomeros han construido varios relatos para darle una explicación. En uno de ellos se narra la arribada a la costa cercana de unos piratas, dos de los cuales entierran tierra adentro su tesoro. La avaricia, el miedo y la venganza terminan con sus vidas, quedando el tesoro perdido y las almas de ambos bucaneros custodiándolo. No es la única luminaria. En torno a Roque Cano, también se ubica una luz de ánimas similar.
Otra expresión de ese patrimonio inmaterial gomero que conecta con el folklore y las tradiciones mágicas nos lo brindan Los Chorros de Epina, un evocador reclamo para quienes visitan la isla. Ubicados a poca distancia del caserío de Epina, en Vallehermoso, siete chorros de agua cristalina aglutinan todo tipo de creencias, emulando en versión gomera la potente carga mágica que desde tiempos ancestrales acompaña a los manantiales por todo el planeta. Se asegura que su agua es curativa, que son punto de encuentro de brujas, que algunos chorros bendicen el amor, otros la prosperidad y otros la salud. Lo que parece claro es que, de los siete caños actuales, los hombres deben beber de los chorros impares y las mujeres de los pares; en caso de equivocarte, puedes transformarte en bruja. Avanzando por la isla nos encontramos con otras tradiciones, como el de la Cueva del Comegente, topónimo rescatado de la tradición oral por José Perera López, que rememora la existencia entre El Cercado y Valle Gran Rey, de una suerte de criatura, quizás un gigante, que arrastraba a su cueva a las personas que atrapaba para, una vez engordadas, alimentarse de ellas.
Una última rareza lleva el nombre de Filiichristi. Estamos ante un colectivo de personas, artistas e intelectuales de la primera mitad del siglo XX, que en Agulo y Hermigua conformaron una singular congregación cristiana, en la que practicaban la hipnosis, la meditación y la mediumnidad, abrazando ideales masónicos y enseñanzas teosóficas. Toda una curiosidad histórica que cuenta con museo propio en Agulo.