Cuando le pido, absurdamente, a José Luis Fajardo (La Laguna, 83 años), sentado con su hermano Julio en Los Limoneros (Julio es su biógrafo y su crítico principal, autor del texto del libro dedicado a su hermano en la colección Biblioteca de Artistas Canarios), José Luis me dice: “Pues vete a la web Fajardopintor.com y allí está todo”. Y tiene razón. A un pintor de su categoría, a un artista principal, yo no le puedo pedir su biografía. Y entonces nos pusimos a hablar de la Transición y de la década anterior. Dice Julio en el libro citado: “La vida (en los 60) se desarrollaba en torno al Paseo de Recoletos y el Café Gijón. El Gijón era el equivalente a lo que hoy es un locutorio para los emigrantes: como el panal al que acuden todas las moscas”. Y entonces resulta que José Luis, que me lleva seis años, conoce a tanta gente con la que yo conviví, que resulta que transitamos por Madrid casi al mismo tiempo, sobre todo cuando yo hice mis prácticas en Pueblo y traté y soporté y disfruté de los mismos personajes y con los mismos disparatados hechos ocurridos en los años anteriores y posteriores a la muerte del dictador. Y José Luis me recomienda que lea el último libro de su amigo Manuel Vicent. De vuelta al Puerto, desde Los Limoneros, pasé por Agapea de La Orotava y compré “Una historia particular”, que es más de lo mismo, pero brillantemente contado, con esa prosa exacta de Vicent que a mí me enamoró desde que leí “Tranvía a la Malvarrosa”. Vicent es amigo del artista, igual que Raúl del Pozo, con el que recorrí en coche, desde Roncesvalles, el Camino de Santiago, en la noche de los tiempos, y con el que intentamos reconstruir el crimen de los alemanes en Santa Cruz, con fotografías de Raúl Cancio. Yo era un niño, Raúl ya no, pero sí era el joven reportero estrella de Pueblo. También conocí a Umbral, cuando yo asistía a los consejos de Colpisa, pero siempre estaba huyendo de la gente. Le interesaban pocas cosas. Por eso digo que, a falta de la biografía innecesaria de José Luis Fajardo, sirven para rellenar esto nuestros conocidos comunes, más de él que míos, que todavía sobreviven, algunos a duras penas.
-Pues dime cómo empezó todo.
“Después de dudas, vacilaciones propias de un joven inquieto de los años cincuenta (ya quedan pocos), viviendo tiempos difíciles de la post guerra, con una enseñanza ramplona y afortunadamente amparado por personas que actuaron como abuelos culturales, se fue despejando el sentido que le quería dar a mi vida”.
-¿Qué era?
“Pues seguramente la pintura. Y el primero que me acoge, mi primera exposición, fue en el Puerto de la Cruz, en el Instituto de Estudios Hispánicos, de la mano de Eduardo Westerdahl y de Analola Borges. Se celebra en 1962 y le sigue otra, en el 63, en el Museo Municipal de Santa Cruz”.
(Muy pocos años después, en ese pequeño salón de actos del IHE, su hermano Julio cantaría a Atahualpa Yupanqui, reuniendo allí a toda la progresía joven local. A los primeros que rompieron con el franquismo al uso: Margarita Rodríguez Espinosa, Carmita Álvarez, Jesús Hernández, Luis Reverón, Pepe Rodríguez Espinosa, Carmen Rosa Torrents, Layo Santaella, José Javier Hernández y un corto etcétera. Era un grupo entusiasta que formó la Sección de Estudiantes, bajo el auspicio protector de Analola Borges, que no es que fuera demasiado de izquierdas, pero sí los amparó y los protegió y los promocionó y consiguió que se enriquecieran culturalmente. No estaban politizados sino lo suficiente para ser felices. Porque allí cabía todo el mundo, incluso cupe yo).
-José Luis, cuánto hemos cambiado. Lo dice la canción aquella de la Coca-Cola.
“Soy partidario de que cualquier tiempo pasado fue peor”.
-Y eso, ¿cómo lo pongo yo aquí?
“Con matices, claro. Al conservador exagerado jamás le podría convencer, tampoco al adanista, ni a los que viven anquilosados en contra de la vida”.
-La vida cambia.
“La vida es dinámica, por definición, y luminosa, lo contrario es muerte y sombra total. Claro que cambiamos, por fortuna. Cuando era un niño, mi padre instaló un teléfono en su despacho. No tenía números, era de baquelita negra, con una manecilla; y yo hacía guardia durante horas para comunicar con Barcelona y lograr la conversación deseada, después de recorrer media España y escuchar las cuitas de las distintas telefonistas preguntando por la salud de los suyos y por otras cuestiones más íntimas de las que fui oyente privilegiado. Algo ha cambiado, pues, cada día con su afán, pese a personajes inamovibles, que de todo hay”.
-¿Cambiamos a mejor?
“Hemos salido de cierto ostracismo, después de superar un Imperio y de dar bandazos por la historia hasta conformar nuestra actualidad”.
-¿Está sana la sociedad?
“Pues mira, yo creo que este maravilloso cóctel que somos, encerrados en valles, se ha llenado de caminos que nos llevan al respeto, al orgullo de ser, a la dignidad”.
-Eso me parece optimismo puro.
“Soy optimista por naturaleza, creo que nos ha tocado vivir en una sociedad compleja, pero saludable, que se tiene que adaptar continuamente a la realidad y a veces sorprendentemente genial en sus opciones”.
(Resulta que no hablamos casi de pintura. Sólo me contó que un conocido constructor local le encargó una vez el cuadro más grande que había pintado jamás. “Mételo en un furgón y llévaselo a Fulano de Tal”, me dijo. Era en Madrid. Y cumplió el encargo y cobró el millón de pesetas a tocateja. Pero, claro, se me estaba desnudando un poco, sin entrar en demasiadas intimidades, el José Luis Fajardo humanista, que lo es un rato. Y, además, acaba de publicar un libro de dibujos de La Laguna, con textos de Juan Cruz, en el que refleja su amor por la ciudad y unos rincones que ni yo ni probablemente nadie –sino Julio y él—conocen. He leído el libro y he recorrido, a través de esos trazos, una parte de La Laguna de los 60 que yo viví, primero estudiando y sin acabar Derecho, y luego en la nevera de la Escuela de Periodismo. Es un libro encuadernado en tela, editado por Tintablanca, que creo que ha publicado también sobre otras ciudades Patrimonio de la Humanidad).
“Ese libro responde a mis recuerdos”.
-Yo creo que a más cosas.
“Y a los paseos con los amigos y amigas buscando respuestas a preguntas de adolescentes, embriagados de humedad”.
-Es La Laguna. Casi nada.
“Sí, es La Laguna. Las maguas portuguesas y galaicas. Los carpinteros adornaron las ventanas con Portugal y los agricultores con terrazas; y las chimeneas ocultas de las fraguas donde se doblaban las rejas. Estos recuerdos los he tratado de sintetizar en este libro que me encargaron ilustrar”.
-Me siento en la obligación de preguntarte por el arte. ¿Hay quien viva de él?
“El mercado del arte, como todos los mercados, es imprevisible y especulador, está sujeto a variables internacionales, nacionales y hasta locales. Siempre ha sido difícil y complejo, no es una cosa de ahora”.
-¿Y te interesa?
“Sí, pero me interesa más el taller, el día a día. Mi abuelo, pintor y que me inició en este quehacer, me dio un consejo que me vale para muchas situaciones. Me dijo: “Si no encuentras nada que hacer, barre el taller”.
-¿Qué es La Laguna?
“Un Macondo”.
-¿En serio?
“Sí, sí, es un Macondo insular muy interesante”.
-¿Por qué, José Luis?
“Porque sus personajes son universales y también son personajes de barrio, al mismo tiempo”.
-De otro mundo, entonces.
“Viven en otros momentos sentimentales mientras analizan la actualidad con una sabiduría propia de la magia y de la ausencia del tiempo”.
-¿Hay un pozo inagotable de lagunerismo?
“No lo sé”.
-¿Y qué tiempo es mejor, en tu Macondo, el de ayer o el de hoy?
“No, no, los dos. Y cada momento tiene su afán”.
(Entonces Julio empieza a contar anécdotas de personalidades laguneras –porque lo son, aunque no nacieran en Aguere–, de renombre. Al profesor don Felipe González Vicén lo venía a recoger su hijo al Café Alemán y entraba disparado al coche, pero de cabeza. Una vez le abrieron la otra puerta y aterrizó en la calle. Se quedó sentado en ella. Julio es el gran cronista de La Laguna, aunque ahora le ha salido un competidor: el profesor Juan-Manuel García Ramos acaba de sacar un libro delicioso con diálogos entre don Felipe González Vicén, don José María Hernández-Rubio y el macho de Ayala, don José Peraza, con el Bar Alemán y otros garitos, como telones de fondo. El libro está ya en las librerías y promete mucho).
-Todo lagunero, José Luis, tiene uno o varios personajes de referencia.
“No, no; yo no”.
-Pero los hay.
“Para mí son aquellos que siguen vivos en las anécdotas y en las historias que se van alimentando en las esquinas y se adaptan en cada conversación a lo que convenga y según venga la mano esa tarde”.
(Cuando Los Sabandeños se iban de gira, Julio Fajardo con ellos, de vez en cuando, en el silencio del descanso, si acaso turbado por alguna nota desgarrada que salía de una guitarra desafinada, alguien suspiraba y gritaba, simulando nostalgia: “Y cada vez más lejos de Casa Pepe el Gago”. Pepe el Gago, con sus manises y su pirriaco, era una referencia lagunera, como lo fue Rubén el Mono, y aquel al que llamaban el coronel Fagot porque no sabía tocar el fagot).
-José Luis, ¿los canarios somos superdotados para el arte y para la escritura?
“No lo sé, pero es posible que la propia insularidad y el espíritu escondido de ese Macondo provoquen ciertas vocaciones y capacidades. Lo que sí sé, visto lo visto, es que afortunadamente somos un país creativo. De esto no tengo dudas”.
-La Laguna es surrealismo puro, me parece a mí, que no la conozco en profundidad.
“El surrealismo hizo cuna y fortuna en Tenerife y lo proclamó Andre Breton, su pontífice. No fue casualidad que coincidieran aquí y hayan tomado posesión de las esquinas de la isla desde entonces. Luego puede que tengas razón, que La Laguna sea surrealismo puro”.
(Y pongamos que hablamos de Madrid, como Sabina. José Luis iba al café Gijón, donde ya no quedan sino Álvaro de Luna y cuatro más. Lamenta la enfermedad de su amigo Cervino. Lamenta la tristeza de Manuel Vicén y celebra, como ya dije, su libro. Habla del éxito de la presentación de “La Laguna, largo paseo por el arte”, del que ya hablé, y que ha ilustrado con sus lápices, delgados y gruesos, con trazos que insinúan la magia de la que fue su Macondo, o lo es todavía. Dice que donde se siente más feliz es en su estudio, en su taller lo llama él, “allá donde lo tenga”. Ha sido trotamundos, ha triunfado en el mundo del arte, es uno de los grandes artistas canarios. Su hermano Julio escribe en el libro de la Biblioteca de Artistas Canarios: “José Luis Fajardo siempre tuvo una extraordinaria facilidad para hacer amistades y para hacerse querer por ellas. A estas personas todo termina por llegarles, es sólo una cuestión de esperar a que se cumplan los plazos necesarios… su pintura no es la crónica de un tiempo concreto, es atemporal y universal porque está contando una historia de siempre”. Pero yo no conocía al José Luis Fajardo humanista y enamorado de la vida, a pesar de que la vida no le ha tratado bien en ocasiones. Ha sido un placer).