Cuando llegó a Sarasota, Estados Unidos, para participar en el Chalk Festival, el Festival Internacional de Tiza, el maestro alfombrista Ezequiel de León no se imaginó que su trabajo iba a ser una verdadera aventura.
Aunque la experiencia fue muy positiva tuvo que sortear distintos tipos de obstáculos que no tenía previsto pero que lo reforzaron aún más como artista y le demostraron que no hay tierra que se resista a sus manos y a su creatividad.
Al tercer día de llegar atravesó un momento difícil al enterarse del fallecimiento de su madre, que se encontraba en un delicado estado de salud. Aún así y pese a que era consciente que podía suceder, “tuvo que hacer tripas corazón y sacar el trabajo adelante porque era el compromiso que había asumido” con la directora del festival, Denise Kowal.
Este año quiso conocerlo personalmente y aprovechó las Fiestas del Corpus para visitar la Villa junto a su esposo y comprobar in situ el trabajo del responsable de la alfombra central del Magno Tapiz de la plaza del Ayuntamiento de La Orotava que se confecciona cada año con motivo del Corpus Christi.
Allí no dudó en reiterarle la invitación que ya le había hecho en 2022 y que no pudo concretar porque el paso del huracán Ian obligó a suspender la edción de ese año.
De León está acostumbrado a partir de cero, pero en esta ocasión no solo tuvo que ajustar sus tiempos a los días del festival sino afrontar todos los problemas de logística sobrevenidos. El primero fue comprobar que la tierra no era la idónea porque no tenía polvillo para sacar los detalles. El segundo inconveniente, y el que más “dolores de cabeza” le dio, fue no encontrar colorantes para poder teñirla y obtener los colores adecuados, parecidos a las tierras naturales del Parque Nacional del Teide que se utilizan para el Magno Tapiz.
“Recorrimos Sarasota de punta a punta, más de 150 kilómetros en coche buscando en tiendas especializadas y no conseguimos”, cuenta.
Búsqueda de colorantes
Por casualidad conoció a unas chicas que participaban todos los años en el festival y fueron ellas quienes le ofrecieron unos colorantes “que no secaban nunca”. Se vio obligado a hacer muchas pruebas “para lograr la cantidad justa y que no se le pegara la arena”, detalla. Fue un trabajo arduo, pero lo superó.
Cuando creyó que ya había vencido todos los obstáculos, apareció uno nuevo, en este caso con el dibujo. Debía realizarlo en unas chapas de madera en el museo de arquitectura de la ciudad, un sitio cerrado “pero con bastante luminosidad”, para luego trasladarlo a Pineapple Avenue, la principal avenida de Sarasota. Allí, más de 150 artistas de renombre internacional exponen sus creaciones cada año durante un fin de semana ante los ojos del público.
El museo estuvo cerrado durante una semana y el tiempo para preparar su dibujo fue insuficiente. A ello se le sumó que tampoco había maderas del tamaño que él necesitaba, 4,30 metros de ancho por 6 de largo y un tapiz central, donde iba el rostro de una mujer, de 3 metros por 2,20 metros.
La idea inicial de crear una especie de “mini alfombra”, con un tapiz central de unos 2,50 metros y el resto, cenefas, “que arroparan al cuadro”, pero se vio reducida a casi la mitad y tuvo que volver a rediseñar la cara en 1,80 por 2,44 metros.
Pero la sorpresa mayor fue que al trasladar las chapas al lugar donde tenía que trabajar, desde la organización del festival lo llamaron para avisarle que “se habían doblado por completo”.
“En ese momento estuve a punto de tirar la toalla”, confiesa el maestro alfombrista, quien asegura que “lo único que pude hacer es dibujar la cara en una de las chapas pero midiendo 1,22 por 1,80”, un tamaño mucho más reducido que el que había planificado inicialmente.
Ezequiel de León nunca imaginó tener tantos problemas de logística. Era la primera vez que participaba en este evento, en el que cada artista recibe una caja con 48 colores para hacer su propio cuadro sobre el pavimento, y que en esta 18 edición reunió por primera vez a múltiples delegaciones de artistas de Infiorata -como se denominan en Italia las alfombras de flores con motivos sacro, un arte nacido en el Vaticano- y Rangoli, una antigua manifestación de arte folclórico popular de la India para la que se utilizan polvos de colores.
“Había verdaderas maravillas y creo que ser el festival callejero más importante del mundo se lo ha ganado a pulso”, subraya. No obstante, su trabajo difiere mucho de esa realidad. “Creo que pensaban que era muy parecido al resto pese a que inicialmente les advertí que era de quirófano, que como fallara algo, el paciente se nos iba”, bromea. Le dijeron que no se preocupara, que estaría todo organizado, pero cuando llegó faltaban muchas cosas.
Sus 35 años de experiencia no son en vano y por eso, pese a todas las dificultades, Ezequiel consiguió, una vez más, cautivar al público con su arte, esta vez plasmado en el rostro de una mujer de avanzada edad con “bastantes arrugas y una mirada humilde y maternal”.
El título del festival era la belleza de las flores pero él prefirió hacer hincapié en la belleza de la edad. “Con las enfermedades, las guerras, y las catástrofes como las que han ocurrido en Valencia, hoy en día cumplir años es un regalo, porque mucha gente joven se queda en el camino. Dichoso el que llega a ser anciano”, sostiene el artista.
La mujer tenía unos profundos ojos celestes, llevaba la cabeza cubierta, y en su pecho tenía apoyada una rosa roja, símbolo del amor y al mismo tiempo, la flor nacional de Estados Unidos, declarada en 1986 por el expresidente Ronald Reagan.
‘El maestro’
“Los artistas y el público nunca habían visto la técnica de las arenas y quedaron alucinados porque no terminaban de creerse que con ella se pudiera hacer ese trabajo y fueron a verme trabajar mientras hacía la cara”, relata orgulloso. Tal es así que lo apodaron “el maestro” y así lo llamaron durante los días del festival. Un apodo que se ganó a pulso, con su trabajo, y que lo consolida como un verdadero maestro del arte efímero.