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“La realidad es que nuestros hijos e hijas molestan”

Castigos, repetición de curso, falta de auxiliares, y una escasa oferta formativa, son parte de la realidad educativa del alumnado con TEA; las familias del Norte que integran Visión Azul denuncian los obstáculos que se enfrentan a diario en los centros

Los colegios ordinarios no están preparados ni adaptados para el alumnado con necesidades educativas especiales pese a los muchos esfuerzos que las administraciones intenten realzar. Castigos, repetición de curso, falta de auxiliares, de apoyo terapéutico y psicológico, una escasa oferta formativa y la exigencia de más medicación, son parte de la realidad educativa del alumnado con Trastorno del Espectro Autista (TEA), según las familias que conforman Visión Azul Autismo.

Los datos de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias indican que en el curso 2023-2024 se registraron en el Archipiélago 4.565 casos de TEA, un trastorno generalizado del desarrollo que afecta de manera diferente a cada persona.
Entender esto último es importante ya que el TEA no se puede tratar de una manera general, cada persona tiene sus características y conocerlas es fundamental. Sin embargo, esta es la principal barrera con la que se encuentran las familias a la hora de escolarizar a sus hijos e hijas. Cada una tiene su realidad particular dependiendo del centro que han elegido, algunas los han tenido que cambiar varias veces y siguen sin dar con el que responda a sus necesidades.

La educación es el tema que centra la mayoría de los encuentros de las familias que integran Visión Azul Autismo, una asociación sin ánimo de lucro que nació en el Puerto de la Cruz para ayudar a encontrar respuestas al TEA, aunque su ámbito de actuación se extiende al Norte -especialmente al municipio de Los Realejos- y atiende a todas las personas que lo necesiten en el resto de la Isla.

Una veintena de madres y padres compartieron con este periódico la realidad educativa de sus hijos con TEA. Algunos prefirieron no dar sus nombres ni exponer su imagen por temor “al hostigamiento de los centros educativos hacia las familias”, una afirmación con la que coinciden todos.

La normativa actual contempla al alumnado con necesidades especiales y hay nuevas figuras, como los auxiliares educativos, cuya labor consiste en brindar apoyo a los docentes y a los estudiantes que tiene a su cargo. La falta de estos profesionales en el aula repercute de manera muy negativa en la atención a los menores con TEA porque les impide realizar salidas y excursiones con sus compañeros, almorzar en el comedor, o aprender a su ritmo.
El déficit de este personal especializado es un problema que se arrastra desde pasados cursos pero que en este se ha hecho más acuciante y complica la conciliación laboral de los miembros de la unidad familiar, quienes muchas veces tienen que dejar de trabajar para estar pendientes de sus hijos, porque cuando los llaman del colegio por su comportamiento disruptivo tienen que ir inmediatamente. Esta realidad supone una discriminación del alumnado con TEA respecto al resto de estudiantes y una vulneración de sus derechos a tener una educación de calidad.

Anabel Mederos confesó que no sabía si estaba haciendo bien en participar de este reportaje. No era la única. Esa duda la manifestaron todas las personas que acudieron a contar una realidad que las une pero que a la vez es distinta en cada familia.

Su hijo Ilyas acaba de empezar el cole. Está en Infantil de 3 años y el auxiliar está pedido desde antes de comenzar el curso. La reclamó y le siguen dando largas y el silencio como única respuesta. En el colegio al que acude hay una auxiliar “para todo el centro”, y solo está con él entre 45 minutos y una hora, sobre todo a la entrada del cole para que no se aturda, porque es hipersensible al sonido y a la contaminación visual y se agobia sobremanera en sitios donde hay mucha gente. Como muchos niños con TEA, Ilyas es escapista y tiene problemas de conducta y por lo tanto, recibe quejas casi a diario de su tutora “que es muy cariñosa y maravillosa”, al verse abrumada por la conducta de su hijo, porque tiene comportamientos muy exagerados en los cambios de actividades. Su frustración es máxima aunque se le anticipe, y como consecuencia, se pone a gritar, rompe cosas, se autoagrede y se tira al suelo.

Cuando este tipo de situaciones ocurre, el niño es enviado al aula de cuatro años para que se calme, una medida que se podría evitar con el apoyo de una auxiliar, alguien que lo acompañe en lugar de “sentirse solo” como le cuenta a la psicóloga, “y que lo mandan a otra aula “porque siempre se porta mal” y “molesta”.

Esa es la conclusión a la que llegan: “nuestros hijos e hijas molestan”, recalca Laura Vié, madre de Fran, de 21 años, quien junto a su esposo, Ramón Rodríguez, señalan que la situación actual no dista mucho de la de 18 años atrás cuando su hijo estaba escolarizado. “Los centros siguen sin contar con los medios necesarios para atender a los niños con TEA y tampoco están dispuestos a ponerlos”, apunta. Es más, por momentos creen “que ha empeorado, porque cuando Fran tenía cuatro años era el único diagnosticado en el colegio, había más profesores enfocados en él y no tanta persecución hacia la familia, como vemos ahora”.

Fran sí recibió un trato inadecuado por parte del profesorado. Empezando primer curso de primaria ya le advirtieron que en segundo iba a repetir “porque todos lo hacen”, y no podía ir a ninguna excursión si no iba acompañado de una persona que se hiciera cargo de él. En el instituto fue aún peor porque estaba en un Aula Enclave y lo obligaban a lavar coches, cuando era alérgico a muchos de los productos y un certificado médico se lo impedía, “algo que todavía se hace en algunos centros”, asegura la presidenta de Visión Azul, Irene Zalba. “La excusa era enseñarle a tener habilidades para conseguir un trabajo en un futuro. Fran convulsionaba y se deprimía por la ansiedad que cogía, nos confirmó el médico”, relata su madre.

Se toparon con todo tipo de docentes y directores. “¿pega, muerde?”, les preguntó el director del instituto en una ocasión. Su esposo no tardó en responderle: “El que puede hacerlo soy yo”, le dijo.

La vida del joven cambió al salir del instituto y ahora se dedica al arte, que es lo que le gusta, pero las actividades que sus padres encuentrann las costean de sus bolsillos porque la oferta formativa es limitada.

La realidad de Pablo, de 23 años, e hijo de Tirma Lorenzo, es similar. Le ofrecieron un centro de gran nivel para personas que también tienen otros trastornos, aunque no es lo mismo tener TEA que otro tipo de discapacidad. “Se dedican a prepararlos para el tránsito a la vida adulta y eso, intercalado con una disciplina integral está bien, pero hacer todos los días lo mismo frustra a cualquiera y más a estos chicos que necesitan una motivación continua”, sostiene.

Tienen temor que al protestar sus hermanos se vean perjudicados. A Maribel López Peraza le ocurrió con su hija, “que fue acribillada” junto con su hermano Jesús, diagnosticado con TEA. Hacían integración en el aula y cuando la veía, se emocionaba, pero les impedían acercarse y él entraba en crisis. Anabel se defendía y les decía que era su hermano pero los docentes se lo dejaban claro: “aquí dentro no”.

Ricardo, el hijo de Elena Fuentes Salazar, tiene 12 años, autismo de grado 3, y necesita un auxiliar educativo para acompañarlo al baño, ayudarlo a comer, a sentarse, y a escribir. “Todas esas cosas que un niño sin necesidades especiales no requiere, nosotras siempre hemos tenido que luchar con la Consejería, mandar escritos, personarnos para que nos den más apoyo”. A juicio de Elena, eso no solo pasa por tener más auxiliares, sino también “docentes que estén preparados y tengan voluntad para apoyar y aprender, porque el autismo es algo nuevo todos los días”.

Gabriel, el hijo de Anabel Dávalos tiene siete años y ya estuvo en dos colegios. En el primero le hicieron repetir el último año de Infantil porque consideraban que necesitaba madurar aunque ya sabía leer.

“Repiten porque son autistas, el sistema educativo no está hecho para la neurodiversidad, están tratando que se comporten como neurotípicos y eso no va a pasar ni ahora ni nunca, porque mi hijo va a ser autista hoy, mañana y siempre, y eso sigue sin entenderse”, insiste Anabel.

Les sugieren que los mediquen porque no prestan atención. “Los profesores no son médicos y además, un niño que sabe leer, escribir, sumar, restar, ha aprendido las tablas de multiplicar y toca el violín, como Gabriel, tiene muchísima capacidad, pero la queja del equipo educativo es que “no se sienta, se pone a hacer ruido y molesta al resto de la clase”.
El hijo de Yanira, Alejandro, además de TEA tiene TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) e impulsividad. Lleva todo el año pidiendo sin éxito un auxiliar educativo pese a que es “un derecho que tienen los niños y niñas con TEA”. En su caso, sí hay castigo por parte del colegio porque el pequeño, al no poder reconocer que está en una crisis, cuando se frustra le pega a los demás, también a los profesores. Ya le avisaron desde la dirección del centro que de seguir en esa línea lo iban a expulsar y que se iba a quedar sin excursión. Alejandro necesita una mano firme, un apoyo que le diga: ‘Yo estoy aquí’, igual que el resto.
Yanira se siente como si fuera una mala madre, una percepción que también comparte el resto. “Te sientes culpable por su autismo y encima te catalogan de mentirosa”, confiesa.
Las familias de niños y niñas con TEA necesitan lo mismo que el resto cuando los dejan en el colegio, sentir la tranquilidad que están en su segunda casa, pero no es así. Viven con incertidumbre, ansiedad y pegadas al teléfono, al tiempo que se cuestionan: “¿Cuál es la inclusión? ¿Dónde están los derechos de nuestros hijos?”.

Se trabaja en los pliegos para mejorar el servicio de los auxiliares educativos, confirman desde la Consejería de Educación

Fuentes de la Consejería de Educación subrayan que la inclusión no es una asignatura pendiente sino el presente. Por esta razón, todo el profesorado recibe formación sobre alumnado con necesidades educativas especiales y concretamente, con TEA, y los centros educativos deben contar obligatoriamente con un plan de formación en el que están incluidos. Indican que en este curso escolar se ha incorporado un mayor número de profesorado de apoyo que ha permitido bajar las ratios de atención y se trabaja en unos nuevos pliegos que mejoren el servicio de los auxiliares educativos en la próxima contratación. Éstos se nombran a inicio de curso, pero una vez que la Inspección Educativa determina las necesidades que hay en cada centro, en cada grupo y en cada alumno, éstas pueden verse modificadas. El presupuesto destinado a estos efectivos ha pasado de los 13 millones existentes al inicio del mandato, a los 21 millones para 2025

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