“Comprarse un barco va a ponerse de moda. Algo así como el caravaning”, dice Nicolás. En el puerto deportivo de Amarilla Golf, entre el balanceo de los barcos y el sonido del viento sobre el agua, este joven de 25 años ha construido una vida diferente. Su hogar no está en un apartamento con vistas al mar, sino flotando sobre él. Hace cuatro años, llegó a Canarias, con apenas 21. Ya en aquel momento, el acceso a la vivienda era complicado. Tras varios meses pagando su piso, un día encontró una solución inesperada para el problema residencial: vivir en un barco.
“Es una vida de libertad. Un día estás aquí, y al otro en Mogán”, explica el marinero. La oportunidad llegó cuando encontró un barco abandonado en Puerto Rico, Gran Canaria. Es en ese momento cuando decidió comprarlo y restaurarlo, cambiando de esta forma su concepción de vida. “Fue mucho dinero. Me habré gastado 12.000 euros, sin contar los amarres en distintos puertos”, explica.
Nicolas trabaja como capitán y haciendo arreglos a otras embarcaciones. Según él, la vida flotante representa una independencia “inalcanzable” en tierra firme. “Ninguno de mis amigos está independizado. De hecho: ¿quién conoce a alguien de mi edad que lo esté totalmente? Yo me considero un agraciado”, comenta.
UN AGUJERO SIN FONDO
El atractivo de vivir en un barco va más allá del ahorro. Nicolás enseña su casa, un espacioso habitáculo con cocina, baño, televisión e, incluso, dos camas. “Ya me dirás quién tiene esto”, dice con una sonrisa en la boca. “Esto te tiene que gustar. No es sólo vivir aquí, es un agujero sin fondo”, admite. Desde el mantenimiento hasta los amarres, todo implica un gasto constante. “Te crees que estás ahorrando, pero pintarlo ya te cuesta mil euros”.
Además, la vida en el mar requiere conocimiento y preparación. “Esto no es para cualquiera. Es una locura. Son tres días yendo a un rumbo y tienes que saber de todo. Eso también te engancha, es una dualidad”.
Los riesgos también son una realidad. Nicolás relata que ha vivido tormentas y situaciones en las que su barco estuvo en peligro. “He tenido que poner cabos y anclas y he rezado para que no se caiga el barco. A veces, tienes el ancla echada y, de repente, el barco se te va”. Y es que, en el mar, cualquier avería puede ser costosa. “Cada polea, cada tensor, cada cable… son muy caros, son inoxidables. Mañana sales y se te rompe algo y ya son 6.000 euros”.
Para Nicolás, la decisión de vivir en un barco no sólo fue una elección de estilo de vida, sino también una “necesidad”. “No merece la pena hoy vivir en un piso de alquiler. Necesitas el 70%-80% de un salario base para pagar una vivienda. Yo no tenía para vivir. Me compré el barco por eso”. La falta de vivienda afecta a muchos jóvenes y algunos han encontrado en el mar una alternativa viable.
Eso sí, no está solo en esto. “Aquí somos unos 40, aunque yo te diría que más”, dice, indicando con su dedo los barcos a su alrededor, muchos de los cuales están habitados. “Esta es una alternativa que requiere de conocimientos, sí, pero que hoy se presenta como una solución. No tenemos los jóvenes muchas más oportunidades”, concluye.
“QUERÍAN VIVIR MI VIDA”
Sin embargo, la navegación no es una solución fácil ni accesible para todos. “La gente que navega tiene mucho dinero. No es un ambiente ni una práctica para cualquiera”, explica. La vida en el mar, aunque ofrece independencia, también conlleva una serie de desafíos y costes elevados.
Nicolás sigue mirando al futuro con ilusión, a la vez que lamenta la “nula” incentivación que tienen los jóvenes en muchos aspectos de la vida, como la vivienda.
Es por ello que, en septiembre, zarpará rumbo al Caribe, con la esperanza de seguir explorando nuevas fronteras. “Cuando estaba viviendo en Las Vistas, me encontré en varias ocasiones con una situación rara. Venía gente con mucho dinero y querían vivir como yo. La vida a veces tiene esa dualidad”, reflexiona.