Cristian Álvaro Martínez Pensado tiene 40 años y emigró desde Buenos Aires hace cinco. Su primer lugar de destino fue Mazaricos, un pequeño municipio de la provincia de A Coruña, en Galicia, donde viven algunos familiares cercanos.
Allí llegó en noviembre de 2019 junto a su mujer, repitiendo la historia de sus progenitores pero a la inversa. Ellos dejaron España y partieron a América en busca de una vida mejor. Primero lo hizo su padre, siguiendo a un tío, en 1971. Fue una de las últimas personas que viajó en barco entre ambos continentes haciendo escala en Santa Cruz de Tenerife. Volvió, conoció a su madre, se casaron y juntos regresaron a Buenos Aires, pero ya en avión. La historia de su familia es similar a la de muchas otras de la época, que reflejó con su arte magistral el director argentino Juan José Campanela en la recordada serie Vientos de agua.
Igual que muchos de sus personajes, estuvieron siempre solos, dado que las familias de ambos se quedaron en Galicia. Cristian y su hermana crecieron sin abuelos y al paterno solo recuerda haberlo visto una vez, en el año 1994.
“Pienso en que ellos emigraron a Argentina a buscar una vida mejor y yo ahora me vine para aquí. No puedo evitar pensar si lo estoy haciendo bien o no”, confiesa, aunque no duda de la decisión que tomó. No fue por motivos económicos, como muchos de sus paisanos. Allí su familia es propietaria de una panadería y no le faltaba trabajo, sino por buscar estabilidad en un país que por ahora, no se la garantiza.
Tampoco cuando tuvo que elegir su futuro y quiso ser piloto de aviones, una formación con un coste económico muy alto y que la crisis de 2007, una de las más graves, lo obligó a aparcar después de haber realizado varias horas de vuelo.
En marzo de 2022 el matrimonio llegó a Tenerife, una isla que su mujer había conocido previamente en unas vacaciones. Siempre le gustó ser policía y todo lo relacionado con la seguridad, pero señala que esta profesión en Argentina no es la más idónea ni tampoco la mejor considerada. “No se le tiene el mismo respeto que aquí, de estar al servicio de la comunidad, y tampoco exige tanta preparación”, cuenta Cristian.
Por eso pensó que intentar dedicarse a algo que siempre le había gustado, iba a ayudarle a estar mejor lejos de su tierra y no extrañar tanto a los suyos. Se informó sobre la formación que necesitaba en una academia en La Laguna y alquiló allí un piso para estar más cerca del centro de estudios. Le especificaron cómo eran los exámenes, sin saber exactamente qué suponía una oposición, sino “como pruebas que tenía que hacer y superar”.
Cuando le contó a sus padres y hermana “le dijeron que estaba loco” pero él tenía claro su elección. Prueba de ello es que aprobó la primera convocatoria y quedó en la lista de reserva en La Matanza de Acentejo. En en la segunda, ampliada a la mayoría de municipios en Canarias (a excepción de El Hierro y La Gomera) consiguió una plaza en la Policía Local de Garachico, donde cumple las horas reglamentarias de prácticas hasta jurar. Comenzó a trabajar en julio de 2024 y el matrimonio se mudó a Los Silos, más próximo a su centro de trabajo, un municipio tranquilo “que es lo que yo buscaba, nada que ver con lo que es Buenos Aires”.
Cristian estudió en el colegio primario Ambrosio Tognoni, de carácter religioso, en Palermo, un barrio residencial de la capital. Tomar allí la comunión y la confirmación “era como hacer una materia más”, salvo que en esta última ceremonia tuvo un ministro de sacramento de lujo: Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires.
“Yo tenía apenas 13 años y solo me acuerdo que tenía un gorro blanco largo, para arriba”, apunta con una sonrisa.
No fue él quien se acordó que el después papa Francisco había sido el sacerdote que lo confirmó sino su madre cuando fue elegido máximo representante de la iglesia Católica en 2013.
De eso sí tiene recuerdos más recientes. “Fue un proceso que se vivió de una manera muy extraña y a la vez muy alegre, porque fue el único Papa que sin ser europeo, era argentino y además, una persona simple, que iba en metro, y se compraba los zapatos siempre en el mismo lugar”.
Su familia es católica practicante y su progenitora “está orgullosa de que fui confirmado por el papa pero allí se veía como un cura más”.
Es una anécdota a la que Cristian no le otorga mayor significado de no haber sido por el reciente fallecimiento del sumo pontífice, que sorprendió al mundo entero tras su última aparición pública, un día antes, en la plaza de San Pedro. Se la ha contado a algunos de los compañeros del cuerpo y tampoco le dieron mucha importancia. “Estamos para lo que estamos”, sostiene, con la misma humildad que se recuerda al sacerdote que lo confirmó.