¿Cómo aprendemos a levantarnos cuando la vida nos sacude con dureza? Elsa Punset, referente en la divulgación sobre bienestar e inteligencia emocional, regresa con Alas para volar, su obra más personal, escrita a través de una historia real: el cuidado de un pequeño gorrión malherido que llega a su vida por azar. Con la voz serena y positiva que la caracteriza, nos invita a tomar una pausa y mirar con más atención lo que somos, lo que llevamos dentro y lo que necesitamos soltar. En esta entrevista exclusiva para DIARIO DE AVISOS, conversamos con ella sobre las alas que todos necesitamos para vivir con más conciencia, afrontar cambios y empezar de nuevo.
-Elsa, ¿cómo fue ese instante en que te encontraste con el gorrión y supiste que esa historia no era solo para ti, sino algo que debías compartir con todos?
“Abrí la puerta de casa y ahí estaba: un pajarillo desplumado, inmóvil, frágil. Le acogí en casa, y esa parte fue fácil, porque todos los seres vivos necesitamos lo mismo: comida, cobijo y cariño. Convivir con ese pajarillo testarudo y valiente me recordó algo fundamental: no se puede vivir con las alas rotas. Y eso es lo que he querido compartir. He escrito un libro honesto, que no disimula que la vida es difícil: hablo de las cicatrices que deja la infancia, de la soledad, de los amores averiados, del miedo a decepcionar, de la sensación de no ser suficiente, del desgaste de cuidar siempre a otros sin cuidarte a ti. Y de lo que nos ayuda a retomar el vuelo y volver a empezar”.
-Dices que éste es el libro donde más “alma” has puesto. ¿Qué lo hace distinto de los anteriores?
“Todos mis libros nacen de un deseo honesto de comprender y compartir lo aprendido. En ellos hay mucha búsqueda deliberada: quiero entender la condición humana, quiero encontrar respuestas útiles y compartirlas. Alas para volar tiene esa misión, pero es más íntimo, más directo. Todos conocemos a esas personas especiales que te dan paz y te calman solo por su presencia, ¿verdad? Ojalá este libro tengo algo de eso. Es como me sentía al escribirlo: cerca del lector, acompañándole”.
-Hablas de aprender a querer sin encadenar. ¿Cómo se logra ese delicado equilibrio entre el amor y la libertad en nuestras relaciones cotidianas? ¿Nos falta educación afectiva?
“Si, nos enseñan matemáticas, historia, idiomas… pero nadie nos enseña a cuidar de otro sin anularnos, a decir lo que necesitamos sin herir, a acompañar sin invadir. Además, vivimos en una sociedad que confunde enamoramiento con amor. Pero el enamoramiento es solo un lobo vestido de amor: es un proceso evolutivo poderoso cuyo objetivo es asegurar la supervivencia de la especie. La naturaleza no quiere que pienses cuando te enamoras: por eso idealizamos al otro, colocamos sobre él nuestras carencias, nuestros sueños, nuestras heridas no resueltas. El amor, en cambio, se construye desde la realidad, no desde la fantasía. El buen amor ve al otro como es y se alegra de su crecimiento, incluso cuando ese crecimiento le aleja un poco de ti, le da alas”.
-En el libro afirmas que “saber algo no cambia nuestro comportamiento”. Sabemos que la salud mental es importante, pero seguimos sin cuidarla. ¿Qué claves podrías darnos para incorporar hábitos emocionales positivos en el día a día?
“Durante el siglo XX aprendimos a cuidar nuestro cuerpo. Nos enseñaron la importancia de adquirir buenos hábitos físicos, como el sueño, la alimentación, la higiene… y conseguimos transformar esa información en hábitos. Pero cuidar nuestra mente es algo mucho más reciente. Creo que lo primero es darnos cuenta de cómo estamos viviendo. Vivimos centrados en activar los circuitos de placer inmediatos, porque es lo que le interesa a la economía de consumo: redes sociales, comida ultraprocesada, compras impulsivas… Todo eso nos da un subidón rápido de dopamina, pero a la larga nos deja vacíos, irritables, adictos a estímulos constantes. El reto es dejar de vivir solo en ese modo de “recompensa rápida” y empezar a activar también nuestra capacidad para la alegría y la felicidad. Por eso es importante mirar tu vida con objetividad y preguntarte: ¿estoy equilibrando placer, alegría y felicidad? ¿Estoy sosteniendo hábitos que me nutren de verdad? Estos hábitos tienen que ver con los vínculos que te sostienen, la risa compartida, los abrazos sinceros, el tiempo de calidad sin pantallas, el contacto con la naturaleza, el sentido de propósito, la calma, el juego, el movimiento, la gratitud…”
-Dices que las emociones negativas pesan más que las positivas. ¿Eso no supone una batalla constante para alcanzar la felicidad?
“Nuestro cerebro está programado para sobrevivir: le importa mucho más que llegues a la noche vivo, que siendo feliz, creativo o generoso. Por eso le da más peso a lo negativo: para que no se nos olvide el peligro, para que estemos alerta. Y eso, que nos salvó la vida durante miles de años, hoy nos pasa factura: recordamos más fácilmente una crítica que un elogio, y damos mil vueltas a lo que nos angustia… pero apenas nos detenemos en lo que sí funciona, en la alegría. Por eso la felicidad requiere intención, práctica, conciencia. No aparece sola. Hay que entrenar el foco, ampliar la mirada, sostener las pequeñas cosas buenas antes de que se nos escapen. No se trata de negar el dolor -eso sería ingenuo-, sino de no quedarnos atascados en él. Para generar espacios para la alegría, yo he aprendido a hacerme esta pregunta: ¿Esto me da alegría, o no?”
-En un mundo tan incierto, ¿cómo podemos cultivar la esperanza y la alegría sin caer en la ingenuidad?
“Decía el explorador polar Ernest Shackleton, que consiguió hazañas increíbles, que cuanto peor van las cosas, más condenadamente optimista hay que ser. ¡Me encanta esa frase! Retrata lo que sabemos a ciencia cierta: que las personas optimistas suelen tener mejor salud, mejores relaciones y más capacidad de elección. Es porque no se resignan: miran al futuro con esperanza y se ponen manos a la obra. En un mundo revuelto como el actual, eso es justo lo que necesitamos: una epidemia de optimismo lúcido, comprometido, activo. Lo contrario —vivir al margen o cruzarse de brazos— es ceder al pesimismo. Y para mí, eso es una derrota. Sé que a veces dan ganas de apartar la mirada. La violencia, el conflicto, las guerras… están más visibles que nunca gracias a la tecnología. Pero no son nuevas. Los humanos llevamos siglos luchando por poder, por territorio, por ideología. Nuestra violencia no es solo instintiva, como la de los demás seres vivos: es simbólica, estructural, heredada. Necesitamos más autoconciencia como especie. Porque la tecnología ha amplificado nuestra capacidad de dañar, y también nuestra responsabilidad de elegir otro camino”.
-Dedicas un capítulo a las red flags, esas “banderas rojas” que nos advierten de que algo no va bien. ¿Por qué son tan importantes y cómo podemos identificarlas?
“Sí, me impresiona hasta qué punto la vida nos habla todo el rato, nos avisa con señales, palabras, sensaciones… Lo que pasa es que a veces andamos distraídos, o bien nos empeñamos en no querer ver las cosas como son. Pero si algo te apaga, si te encoge, si limita tu capacidad de ser tú, de crecer o de soñar… esa es una red flag. Si tienes que sostener una relación con demasiadas excusas, esa es una señal. Si algo te cansa o entristece sin que sepas por qué, fíjate en ello. Escúchate. Yo detecto estas señales con mi cuerpo. He aprendido a confiar en que esas sensaciones corporales me están diciendo algo importante. También me ayuda hacerme una pregunta muy sencilla: ¿Esto me constriñe… o me da alas? Eso, casi siempre, me aclara el camino”.
-En el libro hablas de una “segunda parte de la vida” que no depende de la edad. ¿Qué señales muestran que hemos llegado a ella?
“Para la mayoría de nosotros, la primera mitad de la vida transcurre siguiendo un guion heredado. Vivimos según lo que otros esperaban de nosotros: nuestras familias, la escuela, la sociedad. Es una vida heredada, y la vivimos en piloto automático, desde la inconsciencia. ¡Por eso para muchas personas, la primera mitad de la vida suele ser un error gigantesco e inevitable! Y luego, generalmente tras una pérdida, una crisis o simplemente por un cansancio sordo que se instala, llega una grieta. Algo se rompe. Y entonces empieza lo que podríamos llamar la segunda parte de la vida. La segunda mitad de la vida no es un momento cronológico, es el momento en que dejas de vivir para complacer y empiezas a preguntarte de forma consciente quién eres tú, más allá de los disfraces. No es fácil ni inmediato. Hay quien vive cien años sin llegar nunca ahí. Pero para quienes lo hacen, empieza un camino distinto: más libre, más honesto, más en sintonía con la vida que de verdad quieren vivir”.
-Defiendes la imaginación como una herramienta de cambio. ¿Qué deberíamos atrevernos a imaginar más, tanto como individuos como sociedad?
“La imaginación no es un lujo para artistas o soñadores. Es una herramienta que te ayuda a imaginar una vida más amplia. Por ejemplo, imagina que dibujas una línea. Un extremo es tu nacimiento. El otro, tu muerte. Y luego pregúntate: ¿dónde estoy ahora, en esta línea? Puede ser impactante verlo así, pero te recuerda algo esencial: hay un calendario. El tiempo cuenta. Y cuando miras hacia atrás, muchas veces aparecen los remordimientos. A veces por lo que hiciste, y a veces por lo que no hiciste. Si nos encontráramos dentro de un año, ¿qué tendrías que hacer durante ese tiempo para vivir sin remordimientos? Cuando te permites imaginar una vida diferente, estás abriendo una posibilidad, o recordando lo que anhelas, o reescribiendo algo. Y eso es fundamental, porque muchas veces lo que nos asfixia no es la falta de amor, ni de salud, ni de trabajo. Es la falta de amplitud interior. Imaginar ayuda a empezar a salir de una vida que tal vez se te ha quedado pequeña”.
-¿Qué papel juega la curiosidad —esa mirada infantil que a menudo perdemos— en la construcción de una vida más plena?
“Cuando hablo a una audiencia, me gusta pedirles que se presenten todos a la vez, diciéndome su nombre. Lo hacen, y luego les digo, “vamos a hacerlo de nuevo, pero esta vez quiero que lo hagáis como si fuerais niños de 6 años.” ¡La respuesta es tan diferente! El niño que tenemos dentro sigue lleno de alegría y curiosidad. ¡Dicen su nombre gritando y riendo! La curiosidad es una forma de estar vivos. Es esa energía alegre que tenían nuestras miradas de niños, cuando todo parecía nuevo, y queríamos saber, tocar, entender, preguntar sin miedo. Con los años, muchas veces esa mirada se va apagando. Porque nos enseñan a ser eficientes, a tener respuestas rápidas, a no perder el tiempo. La curiosidad y la alegría son lo contrario de la resignación. Nos permiten mirar otra vez lo que dábamos por hecho: una relación, una emoción, un paisaje, incluso a nosotros mismos”.
-Si pudieras enseñar una sola competencia emocional en todas las escuelas del mundo, ¿cuál sería?
“Enseñaría a elegir conscientemente entre los dos grandes polos emocionales de las personas: el amor y el miedo. Porque todas nuestras decisiones, grandes o pequeñas, nacen de uno de esos dos lugares. Y esa elección tiene consecuencias. Imagina que enseñas a los niños a preguntarse cada día: ¿Qué ropa eliges ponerte? ¿Quién la ha hecho? ¿A qué coste para el planeta o para otras personas? ¿Qué comes? ¿Contribuye a una cadena que cuida la vida o que la destruye? ¿Cómo hablas a los demás? ¿Desde la escucha o desde la necesidad de tener razón? Elegir desde el amor es tomar decisiones que no dañen innecesariamente a otros. Es vivir con más conciencia, más coherencia, más respeto. Nuestra sociedad necesita recuperar la ternura, que es la capacidad de relacionarnos sin dañarnos. Enseñar eso desde la infancia —con ejemplos reales, con acciones diarias— cambiaría el mundo”.
-Si ese gorrión que te inspiró regresara hoy a tu ventana, ¿qué crees que te diría?
“Sin duda, ¡nos agradeceríamos nuestra ayuda mutua!… porque durante nuestra convivencia, los dos recuperamos nuestras alas. Ayudar a un ser de tu propia especie es algo natural y fácil. Ayudar a un ser de otra especie es una experiencia que te transforma: cuando te vinculas con otro ser en apariencia tan diferente a ti, ganas una familia entera, porque descubres el vínculo profundo que nos une a todos los seres vivos en la Tierra”.

Divulgadora y referente en el ámbito de la inteligencia emocional
Elsa Punset es escritora, divulgadora y una de las voces más influyentes en el ámbito de la inteligencia emocional y el crecimiento personal. Licenciada en Filosofía y Letras y formada en Humanidades, Educación y Periodismo, ha dedicado su trayectoria a acercar herramientas de bienestar emocional a millones de lectores. Autora de éxitos como Una mochila para el universo, El libro de las pequeñas revoluciones o Felices, su obra ha sido traducida a más de quince idiomas.
En septiembre de 2025 publica Alas para volar, su libro más íntimo y reflexivo. Nacido de una experiencia personal marcada por el cambio, la pérdida y la necesidad de volver a comenzar, la autora convierte la historia de un pequeño gorrión en una metáfora luminosa sobre el arte de soltar, cuidar y recuperar la confianza. No es solo un relato, sino una invitación a reconocer las señales que la vida nos envía y a reencontrarnos con nuestra propia fuerza interior.
También en 2025, en un contexto marcado por la desconexión de la naturaleza, el aislamiento urbano y el creciente malestar psicológico, Elsa Punset pone en marcha la Fundación Punset Terraviva, con el propósito de crear espacios y proyectos que tiendan puentes entre el mundo natural y el bienestar humano.






