Los asesinos que nunca pagaron por su maldad

El recuerdo de víctimas como Marisa, Urbana o la familia Dorta evita que su memoria se diluya, mientras quienes les quitaron la vida siguen sin responder por ello ante la Justicia
Los vecinos de San Juan de La Rambla han mantenido vivo el recuerdo de Marisa con manifestaciones y protestas periódicas. DA
Los vecinos de San Juan de La Rambla han mantenido vivo el recuerdo de Marisa con manifestaciones y protestas periódicas. DA
Los vecinos de San Juan de La Rambla han mantenido vivo el recuerdo de Marisa con manifestaciones y protestas periódicas. DA

Es un dolor añadido a una pérdida irreparable en la peor de las circunstancias. Las familias de las víctimas mortales de los casos sin resolver no solo tienen que asumir el inesperado adiós a un ser querido, ya que la impunidad del asesino de turno es, sin duda, una carga añadida a tan pesada mochila sentimental. Por eso siempre hay tiempo de acordarse de esos crímenes sin resolver, ya que colabora a mantener la memoria de lo sucedido y, conservar así la llama de una investigación que, lógicamente, acaba siendo relegada.

Aunque el nivel de eficiencia a la hora de resolver los asesinatos es muy alto en Canarias, siempre quedan casos por resolver, como ocurre con las violentas muertes sufridas por María Isabel Hernández Velázquez, más conocida por Marisa, en San Juan de la Rambla; por Urbana Ramos Plasencia, cuyo cadáver apareció una triste mañana en Fonsalía (Guía de Isora), o por cuatro miembros de la familia Dorta, muertos a tiros en el corazón de Santa Cruz de Tenerife.

Marisa

Probablemente sea el recuerdo de Marisa el que más permanece en la memoria de los tinerfeños, gracias fundamentalmente al empeño de los vecinos del citado municipio norteño para exigir una vez más justicia por el trágico fin que sufrió.

Fue un 11 de septiembre, el de 2003, cuando el cuerpo sin vida de esta mujer de 36 años de edad, que sufría una minusvalía psíquica, apareció flotando frente a la costa de Las Aguas dos días después de que desapareciera. Aquel día salió de casa para hacer un recado en la tienda existente a dos calles de su casa.

Con los dos euros que le dio su hermana, la joven se tomó el café y compró un cupón de la ONCE, como tenía previsto, pero nunca regresó a casa.

La autopsia desveló datos tan terribles que marcaron para siempre a la opinión pública de un municipio nada acostumbrado a semejantes pruebas de maldad. A Marisa la atropellaron con un vehículo por la espalda y luego le dieron una paliza tan brutal que le partieron la mandíbula y un brazo a golpes, para luego ser violada, probablemente por más de una persona. Lamentablemente, el mar borró muchas pistas que hubieran permitido esclarecer el caso. Aun así, la Guardia Civil arrestó a un sospechoso, al que finalmente hubo que poner en libertad por falta de pruebas, para pesar de unos investigadores convencidos de que no andaban errados.

Urbana

Dos años antes, los tinerfeños se estremecieron desde la primera hora de aquel 9 de noviembre de 2001 tras saber que Urbana Ramos Plasencia, de 35 años, apareció asesinada en la localidad de Fonsalía (Guía de Isora), concretamente en un camino de tierra conectada con la vía que circula entre Adeje y Los Gigantes. Como ocurrió con Marisa, los resultados de la autopsia confirmaron lo violento del crimen, ya que a Urbana le dieron una veintena de puñaladas, además de recibir varios golpes en el rostro. Estos indicios de que el crimen tenía una motivación pasional y el hecho de que el asesino conocía las rutinas de la víctima, que se disponía a incorporarse a su puesto de trabajo cuando fue sorprendida, centraron las sospechas sobre su marido, del que ya estaba en trámites de separación. Sin embargo, al igual que en el caso de Marisa, la ausencia de pruebas impidió que el trabajo de los especialistas asignados al caso diera con los huesos del responsable en prisión, sea quien fuere.

Los Dorta

Hay que remontarse mucho más en el tiempo para recordar uno de los crímenes más violentos que tuvieron lugar durante el siglo XX en esta isla. Fue a finales de junio de 1981 cuando el espíritu de los santacruceros fue perturbado al conocer que cuatro miembros de la misma familia habían sido asesinados a tiros en el Edificio Olympo, por entonces uno de los más modernos de la capital y emplazado en un lugar de privilegio. Los cuerpos sin vida del matrimonio formado por Oroncio Dorta y Araceli Franchi, de 82 y 74 años de edad, respectivamente, se encontraron junto a los de sus dos hijos, Oroncio y Sergio, de 49 y 54 años de edad. Los dos vástagos padecían minusvalías psíquicas, si bien era más pronunciada en el caso de Sergio. El hecho de que su hermano poseyera licencia de armas y practicara el tiro olímpico motivó que las sospechas recayeran sobre él, pero lo cierto es que el caso nunca se resolvió oficialmente.

Con el transcurso del calendario, poco a poco se perdió en el olvido lo que en su día resultó una enorme conmoción en una ciudad tan tranquila como era Santa Cruz en el arranque de los años ochenta, pero no definitivamente. El hecho de que, años después, una cadena local de televisión instalase su sede en el mismo inmueble devolvió actualidad a la tragedia de aquella familia. ¿El motivo? Los trabajadores del horario nocturno de aquel medio de comunicación aseguraron escuchar, en varias ocasiones, lamentos y gritos de auxilio que resonaban sobre el silencio de la madrugada en aquel enorme edificio.

TE PUEDE INTERESAR