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Seis leyendas urbanas de Tenerife

Un espectro que anticipa un peligro mortal en la carretera de Icod del Alto; una niña que se pierde durante años en el barranco de Badajoz; fantasmas en un sanatorio de Abades que nunca tuvo uso; minas de oro y plata en La Laguna, sádicas agresiones en el Carnaval...
Leyendas urbanas de Tenerife

Por José Gregorio González

No todo es misterio, no todo es inexplicable. Más bien al contrario, la inmensa mayoría de los fenómenos y hechos presentados como potencialmente enigmáticos pueden tener una explicación satisfactoria, ya sea esta racional y permanente cuando son analizados con rigor y detalle, o bien provisional, aunque argumentada de forma solvente. Sin embargo, siempre hay un seductor porcentaje de casos que se queda al margen, que resiste con uñas y dientes, desafiante, a los esfuerzos por comprender su mecánica y encajarlos en nuestra manera de explicar la realidad.

Los hitos que presentamos en este reportaje no pertenecen a ninguna de las dos categorías descritas, es decir, no son dóciles misterios explicados, ni subversivos e imperturbables enigmas, aunque nos pueden ayudar a entender a unos y a otros. No son todos los que hay, pero los mencionados sí constituyen una representativa muestra de la diversidad de historias y rumores que se han ganado a pulso en Tenerife la etiqueta de eso que en la sociedad actual hemos convenido en llamar leyendas urbanas.

EL SANATORIO DESENCANTADO

¿Qué tal una de fantasmas? Es probable que para más de un lector todas las historias de casas y lugares encantados sean, sin excepción, leyendas urbanas sin base real. Personalmente pensamos, desde la experiencia acumulada a lo largo de 30 años de perseguir y documentar estos hechos en Canarias, que no siempre es así y que existe misterio genuino, hechos inexplicables. Sin embargo, con el caso que nos ocupa tenemos que darle la razón a los escépticos. Nos situamos en los vestigios ruinosos del sanatorio de Abona, un complejo inacabado planificado para leprosos que se ubicó en Los Abades y que hoy marca de manera determinante el paisaje con su aspecto de ciudad fantasma. El escenario no puede resultar más evocador, cinematográfico, incluso. Diferentes estructuras y una iglesia coronada por una gigantesca cruz. Nunca se terminó, nunca acogió a enfermo alguno; por lo tanto, nunca nadie languideció moribundo presa de sufrimientos indescriptibles. Algunas zonas fueron usadas para acoger campamentos estacionales de Falange y otras en tiempos más recientes como campo de tiro por los militares. Fin del asunto. El resto es imaginación, fiestas y morbosas incursiones en un territorio que alimenta la sugestión. A pesar de ello, el sitio ha ido adquiriendo rango de encantado, se han realizado sesiones de mediumnidad para contactar con los espíritus atrapados y hasta ceremonias de limpieza y liberación de tales entes desorientados.

LA CHICA DE LA CURVA

Esta es sin lugar a dudas una de las leyendas urbanas más difundidas por todo el mundo y Canarias no es, obviamente, una excepción. Parece tratarse de una versión actualizada de viejos relatos medievales sobre La Dama Blanca que aparecía en puentes y cruces de caminos. La hemos localizado en todas las islas, con especial incidencia en Tenerife. Básicamente se resume con un conductor que recoge de noche a una joven que hace autostop, con la que mantiene una parca conversación. Llegados a un punto muy concreto de una determinada carretera, principalmente en un tramo despejado de casas, con escaso o nulo alumbrado eléctrico y curvas peligrosas, la joven le advierte al conductor que no deje de mirar a la carretera, que aminore la marcha y tenga mucho cuidado, porque en esa curva se mató ella. La electrizante frase de la joven hace que el conductor gire la cabeza hacia su acompañante para descubrir que de forma inexplicable, con el coche en marcha y en un parpadear de ojos, la joven ha desaparecido. Existen algunas versiones más dramáticas y efectistas, donde el espectro tiene aspecto famélico, se muestra seductor o los hechos se desarrollan en una zona donde existe una cruz de carretera conmemorativa de algún accidente. Por poner solo tres ejemplos, en Tenerife la han ubicado con frecuencia en la bajada de Tegueste por El Portezuelo, en las vías que nos conducen hasta Anaga y en Icod del Alto, en Los Realejos. Sigue el patrón de la leyenda urbana clásica, es decir, lo cuenta el amigo de un amigo al que le ocurrió, sin que podamos llegar a conocer al testigo. Solo hemos encontrado una desconcertante excepción: hace años conocimos a un taxista portuense que con luz y taquígrafos aseguró haber vivido tal experiencia en Icod del Alto.

AVIONES QUE ENVENENAN A LOS CONEJOS

La historia de los aviones negros, sin distintivos o identificación, que vuelan entre las nubes rociándolas con sustancias que las disuelven para provocar sequía y pérdidas agrícolas, se hizo muy popular hace unas décadas en territorios de Almería y Murcia, revitalizándose cada cierto tiempo y logrando una notable cobertura mediática. El asunto ha llegado, incluso, a ponerse en manos de las autoridades, incluyendo denuncias ante la Guardia Civil, interpuestas por particulares y colectivos. Los aviones rompenubes no han calado demasiado hondo en Canarias, a pesar de que precisamente nuestras islas fueron uno de los lugares en lo que se ensayó en los años ochenta la siembra de yoduro de plata en las nubes como método para evitar la formación de granizo y facilitar las precipitaciones.

Sin embargo, en torno al año 2000 detectamos una variante que tiene que ver con los cotos de caza. Y es que corría el rumor entre los aficionados a esta práctica de que el Gobierno de Canarias estaba empeñado en erradicar y deshacerse del colectivo de cazadores de conejos, para lo cual rociaban desde avionetas los cotos de caza con veneno, que lamentablemente acababan con la vida de otros muchos animales, principalmente pájaros -pardelas- y algunos muflones, que aparecían muertos por doquier. La historia circuló con mucha fuerza y era tema frecuente de conversación, aunque lógicamente nunca se confirmó nada por el estilo, surgiendo posiblemente como reacción ante las normas de control de estas prácticas, que tal vez eran interpretadas como excesivamente restrictivas.

PAYASO TERROR
PIXABAY

LA SONRISA DEL PAYASO

Abordamos ahora un ejemplo muy potente que sigue vigente desde hace varios lustros, un viral que llevó a que durante el Carnaval de 2003 se llegara a emitir un comunicado oficial desmintiendo dicha atrocidad. La historia es sencilla y reverdece cada año. En los días de Carnaval comienza a difundirse la existencia de una aberrante práctica ejecutada por bandas de jóvenes malhechores, consistente en acorralar a un sujeto o a una pareja y ofrecerles a elegir entre “pinchazo o sonrisa”, mientras son amenazados con navajas, bates de béisbol o puños de hierro.

La opción a la amenaza es lógica y no es otra, “sonrisa”, por lo que sin contemplaciones y con una violencia extrema proceden a realizarle al sujeto dos profundos cortes en la comisura de los labios, propinándole posteriormente una paliza o dándole alguna puñalada superficial, que agravará el desgarro de los labios al reaccionar ante el dolor. En Madrid, por las mismas fechas, los ataques se atribuían a grupos neonazis y la elección era ser violada o que te rompieran los dientes contra un bordillo. La dinámica de los relatos es similar: lo cuenta alguien a quien se lo contó alguien que conoce a la persona a la que le sucedió, víctima que posteriormente fue atendida e ingresada en un centro hospitalario, en el que se le ha realizado una intervención de cirugía estética para reconstruirle la boca.

La realidad es que jamás han existido estos ataques organizados en Canarias, radicando el éxito del viral en el escenario verosímil en el que se desarrolla, el del Carnaval como espacio idóneo para todo tipo de excesos.

LA NIÑA DE LAS PERAS, QUE NUNCA EXISTIÓ

Hoy por hoy es la leyenda urbana que mayor éxito tiene entre los aficionados al misterio en Canarias. Se ubica en el barranco de Badajoz, en Güímar, epicentro de interesantes e inexplicables experiencias, pero también sugestivo foco de insostenibles relatos. La historia de la Niña de las Peras bebe de una vieja historia local y se funde con elementos del folklore mágico céltico. Una pequeña sale a buscar peras al barranco y se encuentra con una amable y dulce mujer vestida de blanco, que la invita a entrar en una cueva. Allí come, descansa y se embelesa con el bello e idílico entorno de cuento de hadas. Pasadas unas horas regresa a su casa, pero todo parece haber cambiado. El entorno sigue siendo familiar pero hay más casas, más ruido, tendidos y coches… Desconcertada entra en su hogar y encuentra a una triste y avejentada mujer sentada en la cocina; es su madre y han pasado ¡cuarenta años! El barrio güimarero de San Juan sellaría un pacto de silencio para guardar la historia y proteger a la pequeña de curiosos.

El relato es tan potente y evocador, y las ganas de creer de algunas personas tan desmedidas, que al rebatir la autenticidad del episodio una mujer me acusó personalmente hace unos años de ser un encubridor de la verdad; afirmaba que yo sabía quién era y dónde vivía aquella niña. La verdad es que no existe una sola prueba de que algo como lo narrado haya ocurrido. Es totalmente apócrifo, un relato construido con algunos ingredientes locales y otros tomados de la tradición élfica relativa a duendes y hadas. Por ejemplo, la comida de las hadas provoca encantamientos y distorsiones del espacio y el tiempo. Aquí tenemos comida -peras-, tenemos hadas -la señora de blanco- y tenemos dos elementos muy afines, una cueva y una niña. La historia comenzó a ser divulgada en los años ochenta del siglo pasado y desde un primer momento, al margen de otras referencias inspiradoras, me resultó sospechosamente parecida al relato del granjero norteamericano Rip van Winkle, personaje de ficción creado por Washington Irving que se queda un ratito dormido en el bosque mientras para el mundo pasan 20 años ¿Por qué la leyenda de la niña perdida ha triunfado tanto? Es difícil saberlo. El barranco de Badajoz es muy evocador y en un lugar cercano se cuenta de viejo la historia de una dama blanca que encanta el lugar. Según nuestros viejitos, en algunos lugares encantados te puedes quedar atrapado durante un año…

ORO Y PLATA EN LA LAGUNA

Hace tanto tiempo que nadie lo piensa y que nadie lo persigue, que la creencia relativa a la existencia de vetas de hierro, oro y plata en la montaña lagunera de San Roque ha terminado por caer en el más completo olvido. Solo el trabajo de rigurosos y pertinaces investigadores como Lorenzo Santana Rodríguez preservan la memoria de un tiempo pasado, principalmente durante el siglo XVI, en el que decenas de personas, incluidas comunidades religiosas, tomaban posesión o levantaban acta ante notario reclamando la propiedad de parcelas de la citada montaña, de cara a su explotación. Gaspar Fructuoso, Torriani, Viera y Clavijo, Béthencourt Massieu o Anchieta y Alarcón son autores que con desigual precisión se hicieron eco de la existencia de minas de estos metales en diferentes puntos de Canarias. No obstante La Laguna, y en especial la citada montaña, se llevan el récord en estos conatos de “fiebre del oro”, como los denomina Santana Rodríguez, con casos tan pintorescos como el registrado notarialmente el 24 de marzo de 1591y ante las autoridades de la isla, por Bernardino de Madrigal, escribano público. Ese día se registran nada menos que diez minas de oro y plata, todas colindantes, que arrancan con el hallazgo realizado nada menos que por un monje agustino, fray Esteban Anselmo.

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