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Conmoción mundial por el incendio de Notre Dame, símbolo de la cultura europea

Las autoridades dan por salvada la estructura de la histórica catedral de París pese a que el fuego, originado al parecer en una obra de reforma, destruyó totalmente su cubierta; el presidente Macron promete reconstruirla
El incendio en la Catedral de Notre Dame. EP
El incendio en la Catedral de Notre Dame. EP
El incendio en la Catedral de Notre Dame. EP

Notre Drame (Nuestro drama). Así titula hoy, con evidente acierto en el juego de palabras, el prestigioso diario francés Liberación, acerca del terrible incendio que, a partir de la media tarde de ayer, ha devorado el corazón cultural europeo, simbolizado a la perfección por la catedral de París, más conocida por Nuestra Dama (Notre Dame).

Porque está consagrada a la Bienaventurada Virgen María muchísimo antes de que la Iglesia católica empezara a impulsar las devociones marianas durante el Concilio de Trento, iniciado en 1545. O sea, que estaban cerca de cumplirse cuatro siglos después de que el obispo Maurice de Sully iniciara su construcción, allá por 1163. Como símbolo de Europa que es, lo hizo sobre la Iglesia de Saint Ettiene, que databa del siglo VI, a su vez erigida sobre un templo romano a Júpiter, edificado a su vez encima de un santuario celta. Notre Dame se quema, cae su aguja central y, gracias a Disney, muchos se acuerdan del infortunado Quasimodo y su amor imposible por la gitana Esmeralda, cuando en realidad son personajes de la bella novela escrita en 1831 por Victor Hugo, Nuestra Señora de París. Se quema Notre Dame y es nuestro drama, sí, porque ocurre justo en las vísperas de unas elecciones europeas donde la eurofobia amenaza con seguir ganando adeptos, como acaba de ocurrir en Finlandia, donde se ha quedado a punto de ganar los comicios de aquel país, en una moda política que ya es realidad en España, dado que son la llave para el gobierno de una de sus comunidades más grandes, Andalucía, y en las encuestas se le otorgan hasta 40 diputados estatales sin que, en muchos de los casos, la ciudadanía conozca siquiera a sus cabezas de lista provinciales. Arde Notre Dame como arde el proyecto europeo, más que tocado del ala con otra consecuencia del populismo como es el brexit, que amenaza con arruinar notablemente a los británicos, claro, pero que nadie dude de que tendrá terribles efectos sobre los bolsillos de la inmensa mayoría de los europeos, empezando por los tinerfeños, que tanto reciben gracias la afluencia masiva de turistas llegados desde aquellas islas.

Notre Dame está en llamas y, cual símbolo de los tiempos, mientras los estadistas se lamentan llega Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, y propone un disparate como lanzar agua desde el aire contra la catedral, lo que habría garantizado, eso sí, el desplome total de la edificación antes de que de pudieran encargar las llamas, lo que al cierre de esta edición parece haberse evitado.

Pero lo que más fastidia es que arda Notre Dame ahora, cuando la plebe estuvo cerca de incendiarla tanto en la Revolución Francesa y en la Bastilla. Porque ha sobrevivido a tiranos despóticos como los monarcas absolutistas franceses o el propio Napoleón (que prefirió coronarse emperador allí), pero veremos si no ha sido, en plenos trabajos de rehabilitación y con los andamios a modo de acelerante, esa forma de avaricia llamada subcontrata la que, al final, ha terminado por calcinar el corazón cultural de Europa.

 

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