la guancha

Carmita, afectada por una artrosis degenerativa: “Soy un robot caminando”

Carmita Sanfiel pasó por siete operaciones como consecuencia de una artrosis degenerativa y cuando le dijeron que su futuro estaba en una silla de ruedas, se apuntó a un gimnasio y le cambió la vida
A los 56 años a Carmen Sanfiel le diagnosticaron una artrosis degenerativa y su futuro pasaba por una operación de columna y el riesgo de quedarse en silla de ruedas, sin embargo, su fuerza de voluntad lo impidió y hoy camina sin inconvenientes. DA
A los 56 años a Carmen Sanfiel le diagnosticaron una artrosis degenerativa y su futuro pasaba por una operación de columna y el riesgo de quedarse en silla de ruedas, sin embargo, su fuerza de voluntad lo impidió y hoy camina sin inconvenientes. DA
A los 56 años a Carmen Sanfiel le diagnosticaron una artrosis degenerativa y su futuro pasaba por una operación de columna y el riesgo de quedarse en silla de ruedas, sin embargo, su fuerza de voluntad lo impidió y hoy camina sin inconvenientes. DA

En su pueblo, La Guancha, la conocen como Carmita, pero su nombre completo es María del Carmen Sanfiel Rivera, subraya de manera firme. Trabajó durante 14 años como limpiadora en el Ayuntamiento, donde hizo grandes amigos, pero cuando empezaron sus problemas, primero de manos y después de rodillas, pies y caderas, tuvo que dejarlo. Tenía 56 años, una artrosis degenerativa y un futuro que pasaba por una silla de ruedas.

Por si fuera poco, vive en la calle Natero, una de las vías más empinadas del municipio y para acceder a su vivienda tenía que subir tres escaleras. Lo hacía sentada, hacia atrás.

Al principio fue duro y ella misma me preguntaba: “¿Cómo echaré el día?” Y se daba fuerzas: “Carmita, tienes que hacerlo, tienes que levantarte y obligarte”, se decía, aunque había días que le resultaba imposible, no podía.

Su primera operación fue el túnel carpiano de las dos manos, después tuvo que ser intervenida de los juanetes de los dos pies, porque no podía ni siquiera pisar. Pasadas ambas intervenciones le colocaron una prótesis en una de las rodillas y en 2010 las dos de la cadera.

“Yo soy un robot caminando”, bromea. Cuando viaja a La Palma y tiene que pasar por el escáner del aeropuerto, los guardias civiles se ríen de ella y repiten lo mismo: “es un robot”.

Estuvo tres años con muletas. Sin embargo, sus dolores no remitían y fue necesario que la infiltraran en la columna para mitigarlos. Iba al Hospital Universitario de Canarias todas las semanas. Allí le diagnosticaron que su cuadro no era muy bueno y que sus posibilidades de caminar serían cada vez menores. “Me decían que tenía que aprender a vivir con el dolor, que mi vida iba a ser siempre así o peor”, pero le costaba resignarse.

Aguantó hasta que en 2018, en una de sus visitas, le comunicaron que tenía que ser operada de la columna con la advertencia que podía quedarse en una silla de ruedas.

Como no estaba convencida de hacerlo dado el riesgo al que se enfrentaba, le preguntó al traumatólogo cuáles eran las alternativas y éste le sugirió que intentara ir a un gimnasio.

A los 56 años a Carmen Sanfiel le diagnosticaron una artrosis degenerativa y su futuro pasaba por una operación de columna y el riesgo de quedarse en silla de ruedas, sin embargo, su fuerza de voluntad lo impidió y hoy camina sin inconvenientes. DA
A los 56 años a Carmen Sanfiel le diagnosticaron una artrosis degenerativa y su futuro pasaba por una operación de columna y el riesgo de quedarse en silla de ruedas, sin embargo, su fuerza de voluntad lo impidió y hoy camina sin inconvenientes. DA

Un reto que no era sencillo a sus 64 años y con 140 kilos que pesaba entonces, ya que se podía mover muy poco y como le gusta mucho la cocina y era de las pocas tareas domésticas que podía realizar, “me la pasaba picando. Me dejé estar, me abandoné por completo, porque además necesitaba mucha cortisona y morfina para poder vivir”, comenta Carmita.

Entró con morfina al gimnasio. A los tres meses empezó a cortarla poco a poco hasta que la dejó por completo. Los primeros días fueron duros, porque le daba vergüenza ir. “Veía mucha gente joven y me consideraba vieja pero después me reafirmé: ‘¿ Por qué no voy a ir si es para mi mejoría?” Arrancó y ya nunca más lo dejó. Estuvo una semana dudando en seguir o no, porque pensaba que se reían de ella, hasta que se convenció que tenía que luchar por su vida.

Cuando habla del centro no puede dejar de nombrar a sus profesores, David y Yaiza, porque no solo la ayudaron en la parte física sino también en la psíquica. “Mi cabeza no estaba bien y por eso me decían que además del dolor tenían que luchar con mi cabeza. Me enseñaron a caminar y tampoco me podía sentar. Hoy ya me encuentro como una más. Hago bicicleta, remo, y camino en la cinta. Me levantaba de la cama contando hasta 20 o 30 y ahora cuento 5 y a veces menos”, cuenta orgullosa.

En febrero de este año tenía programada su segunda operación de rodilla para colocarse la prótesis que le faltaba, pero al verla, los médicos le confirmaron que ya no era necesario. La de la columna también se pospuso porque los dolores fuertes que le requerían infiltrarse, desaparecieron.

A esta guanchera, el gimnasio le cambió la vida. Lo corrobora también su marido mientras la ve caminar de un lado a otro con una velocidad que cuesta creer su estado anterior.

Nunca antes había hecho nada de ejercicio físico pero desde hace un año, los lunes, miércoles y viernes, tiene una cita ineludible, que no suspende por nada. Además, allí ha hecho muy buenas amistades. “Estoy súper orgullosa y contenta de todo lo que he logrado”, confiesa.

Sus dos hijos, Patricia de 42 y Jonathan, de 40, han sido un apoyo incondicional en todo este proceso, dándole siempre los ánimos y las fuerzas que necesitaba. Igual que su hermana, que la impulsa a ir “porque la vio tan mal años atrás que no quiere que vuelva a pasar por lo mismo”.

Con 65 años recién cumplidos, casi 60 kilos menos y una fuerza de voluntad envidiable, no solo hace vida normal y las tareas domésticas sino que también cuida de sus tres nietos, un niño de 11 años y dos niñas de 4 y 2 años, a quienes antes no podía coger. Este año se animó y salió como voluntaria a pedir para las fiestas porque al poder caminar “ya no tenía excusas” y siempre le gustó colaborar con las cosas del pueblo.

“Mi vida no ha sido fácil, no solo por mi enfermedad sino por problemas familiares, pero ahora todo eso es parte del pasado, porque estoy felíz y con ganas de trabajar”, manifiesta.

Hoy los médicos cuando la ven se asombran, porque siempre dependía de los demás para ir al hospital o a rehabilitación.

“Mucha gente me dice que he sido valiente y yo espero que mi ejemplo sirva para poder ayudar a muchas personas que se encuentran igual que estaba yo. A todas ellas, les recomienda: “vete al gimnasio”.

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