Laura, vecina de Santa Cruz, de 50 años, recuerda las mejores vacaciones de su infancia en Ten-Bel, entre finales de los años 70 y principios de los 80, colándose en la piscina de Frontera, “la única climatizada, que tenía trampolín y en la que el agua rebosaba”, jugando al minigolf en el Demon Park, dando pedaladas en bicicleta hasta el Marino y Chasna o mariscando junto al muellito de Montaña Amarilla.
Su hermano Carlos, de 53 años, también vecino de la capital, no olvida las tardes de pan y chocolate que le daba su madre para merendar sobre las tumbonas de El Drago, los torneos de ping pong, ni los espectáculos que montaban los animadores cada noche junto a la piscina al ritmo de los éxitos de Boney M, “en el que nunca faltaba el número del ilusionista”. Tampoco las caminatas al atardecer junto a sus padres por la costa de Maravilla, con Las Galletas de fondo, ni los innumerables viajes que dio en el tren naranja tirado por un tractor que recogía y devolvía a los turistas por las urbanizaciones.
El primer recuerdo que le viene a María, su madre, de 73 años, son los baños mañaneros en la piscina natural de La Ballena, “donde vi actuar a Lolita”, pero su memoria también guarda estampas de la discoteca Krystal, “allí tomábamos la última copa los sábados”, las “partiditas” familiares de bingo en los apartamentos de El Drago y Carabela o “cuando jugábamos al tenis sin saber ni cómo se cogía una raqueta”. Hoy, el olor a pan le sigue transportando al supermercado de El Chaparral que visitaba cada mañana nada más salir el sol en busca de la materia prima del desayuno.
A Laura, Carlos y María, que representan una de tantas familias tinerfeñas que veraneaban en el primer núcleo turístico construido en el Sur por el empresario belga Michael Albert Huygen en 1963 (la denominación de Ten-Bel responde al acrónimo de Tenerife y Bélgica), se les rompe el alma al comprobar cómo aquel paraíso en el que pasaron los mejores años de sus vidas ha saltado por los aires en mil pedazos y hoy ofrece una imagen ruinosa de destrucción y abandono que casi recuerda a los efectos devastadores de un bombardeo.
Construcciones de hormigón que se cae a pedazos, calles con el pavimento destrozado, restos oxidados de lo que un día fue un parque infantil, escaleras sin peldaños con los hierros asomando, jardines abandonados con árboles y palmeras secos, canchas de tenis arruinadas, un circuito de minigolf que parece un campo de minas, terrazas de apartamentos enrejados de arriba a abajo, pintadas en las paredes y locales comerciales cerrados.
Ese es el desolador panorama que hoy ofrece el núcleo central de Ten-Bel a sus visitantes, una ruinosa estampa que sepulta bajo sus escombros recuerdos como los de Laura, Carlos y María, y de millones de turistas que conocieron y disfrutaron de su época de esplendor.
Fueron los años dorados que situaron a este complejo turístico de 5.200 camas, repartidas por nueve urbanizaciones (Alborada, Drago, Carabela, Géminis, Maravilla, Bella Vista, Eureka, Frontera y Primavera), entre los destinos vacacionales más cotizados de España, por el que belgas, holandeses, ingleses y alemanes suspiraban por descansar en invierno en pleno auge europeo del turismo de masas.
Uso residencial
Los miles de turistas que siguen llegando hoy al resto de urbanizaciones de apartamentos de la Costa del Silencio atraídos por su clima y las construcciones bajas de sus complejos (su modelo arquitectónico sentó un precedente nacional en un sector entregado históricamente a las edificaciones hoteleras en altura), son testigos cada día de la triste imagen de destrucción y desidia, agravada por la venta de apartamentos a particulares y su consiguiente transformación en viviendas de uso residencial.
Algunos de ellos, como John, un británico jubilado de 72 años, no puede disimular en su rostro una expresión de incredulidad ante la hecatombe que contemplaban sus ojos. “Rambo was here?” (“¿Rambo estuvo aquí?”), se pregunta, informado del rodaje en diferentes localizaciones de la Isla de la última película de Sylvester Stallone que se exhibe estos días en los cines de todo el mundo. Nancy, su esposa, no deja de hacer fotos a lo que en su día fue una pequeña estación de tren infantil, donde años atrás solo se oían las risas y los gritos de niños y niñas, y que hoy, en el silencio más absoluto, exhibe su decadencia.
Y es que el tren de Ten-Bel dejó de pasar hace demasiados años sin que nadie fuera capaz de guiar aquella locomotora de hacer dinero hacia los nuevos tiempos del sector turístico. Acabó por descarrilar por el precipicio del caos y del fracaso.