
El alta definitiva del primer caso confirmado en España de coronavirus, otorgada ayer al mediodía en el Hospital Nuestra Señora de Guadalupe de la capital gomera, y la marcha hoy del alemán contagiado, junto a sus otros cinco compatriotas confinados en la vivienda que alquilaron en Hermigua, supone un alivio para toda la Isla y para la villa que presume de tener el mejor clima del mundo.
Un alivio, más que por la preocupación que casi nunca existió, que sí existe por acabar con los bulos que se han sucedido a lo largo de estas dos semanas, en los que Hermigua y La Gomera han estado casi a diario en los noticieros nacionales, pero sobre todo por el daño causado a través de las incontrolables redes sociales, con desinformaciones a las que hoy, con el alta del único alemán contagiado, se ponen al fin coto.
Un alivio, por supuesto, al que se suman los propios protagonistas, que llegaron a la Isla a finales de enero con la idea de pasar una semana de descanso en un paraíso natural como Hermigua, para terminar con un suplicio empezado con la evacuación de cinco de los seis, que presentaron ligeros síntomas febriles, al Hospital Insular, ante el desconcierto general y la sorpresa de los hermigüenses, quienes primero bromearon con el coronavirus y luego se contagiaron del miedo a lo que podía pasar. Sin embargo, el hecho de que ninguno de los ingresados, ni siquiera el que dio positivo, dejara de ser asintomático, llevó la tranquilidad a los gomeros, que seguían la evolución de los alemanes confinados en tres habitaciones del complejo hospitalario gomero más con curiosidad que con temor. Como ayer mismo, que se acercaron al apartamento de La Punta donde se hospedan, sin que casi nadie pudiera ir más allá dada la custodia de la Policía Canaria.
Hasta el presidente del Cabildo, Casimiro Curbelo, tuvo que salir a la palestra, no para pedir calma, que nunca la perdió la población, pero sí para dejar claro que el incidente sanitario no había incidido negativamente en las reservas turísticas en La Gomera, que durante esos días recibió a un millar de cruceristas. Tampoco se acabaron las mascarillas, como se dijo, ni dejó de acudir gente allí por donde habían estado los alemanes un día antes de ser ingresados, como el restaurante El Silbo, una de las dianas preferidas, junto a la de Casimiro Curbelo, de los memes que proliferaron aquellos primeros días de febrero. Alonso Trujillo, propietario de El Silbo, lo reconocía: “Aquí la gente alega y alega paja, pero no hay preocupación”. Y lo dice quien alimentó durante esos días al único alemán, de los seis, que no fue confinado en el hospital. Han sido días en que el coronavirus superaba al fútbol en las tertulias del bar Don Juan: “Al menos salimos todos los días en la tele”, comentaba Zacarías, “aunque sea por este virus, ya nos ponen en el mapa”. Hermigua, desde hoy, vuelve a recuperar su tranquilidad, si es que algún día la perdió, un regreso a la retina de un pueblo en donde resulta difícil romper la monotonía, porque allí casi todos los días son como el día de la marmota.