memorias

El Dinámico, aquel cenáculo portuense

Existe desde el siglo XIX. El Dinámico era algo más que un café-bar, era el cenáculo portuense, el lugar con más debates que el propio Ayuntamiento
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Imagen del segundo café-bar Dinámico de la historia. DA

Les tengo que dar una explicación. La semana pasada anuncié que mi referencia a César González-Ruano iba a ser el último capítulo (por ahora) de mis memorias. Pero por razones del coronavirus y de sus normas, no vamos a reanudar la sección Conversaciones en Los Limoneros hasta el próximo lunes. Así que añado este capítulo para recordar al viejo Dinámico portuense y rellenar el hueco. Ambas cosas a la vez.

Existe desde el siglo XIX. El Dinámico era algo más que un café-bar, era el cenáculo portuense, el lugar con más debates que el propio Ayuntamiento. Hasta el punto que, desde los 50 hasta muchos años más tarde, se llegaron a formar dos ‘cámaras’: la Cámara Alta, reunida a la izquierda del café, mirando de frente, y la Cámara Baja, a la derecha. En la primera se reunían los viejos del lugar; en la segunda, la gente más joven y moderna. Jamás se celebró una sesión conjunta.

Lo cierto es que en el popular café, que conoció épocas de esplendor y de abandono, las discusiones estaban a la orden del día. De todo tipo. Y existen miles de anécdotas que contar. La primera, la que protagonizó mi abuelo materno, Domingo Sotomayor. Era sordo, pero sordo como una tapia. Y su hijo José Manuel, que durante muchos años fue concesionario del Dinámico (el más moderno, el más audaz), le trajo de Alemania el primer audífono que llegó al Puerto de la Cruz, el más novedoso. Era como una carpeta plateada, estilo walkman, de la que salían dos cables que terminaban en sendos auriculares que recogían el sonido ampliado.

Los contertulios del Dinámico se pusieron de acuerdo para tomarle el pelo, moviendo los labios entre ellos, pero sin decir nada. Mi abuelo manipulaba el audífono, le subía y bajaba el volumen, pero no escuchaba una palabra, por supuesto. Al cabo de media hora, se quitó el audífono, lo tiró al suelo y dijo: “Este aparato que me trajo mi hijo es una mierda”. Hubo que encargarle otro, porque se lo cargó del todo, en su tremenda calentura.

PUNTO DE ENCUENTRO

En la Cámara Alta se reunía lo más conocido de la sociedad chicharrera. Mi padre asistía a las dos. Don Antonio Castro Díaz, que había sido alcalde, como lo fue su hijo, dueño de la fábrica de sifones y de bebidas gaseosas, ¡y de hielo!, la fábrica Mari Luz, se dormía en la silla y roncaba fuertemente, ante el jolgorio de los asistentes. A veces se caía. En más de una ocasión se fueron todos a casa y lo dejaron durmiendo en la silla. Era una bella persona, como también lo fue su hijo, del mismo nombre, mi profesor de Formación del Espíritu Nacional. Era una gozada escucharlo, no sólo por sus ideas tan dignas como cualquier otras sino por su defensa de los valores del hombre y por la idea de país unido. Era un falangista convencido, enamorado de la justicia social y de la honradez. Fue también un alcalde ejemplar, como su padre.

El Dinámico más bonito lo ideó el aparejador Juan Davó, que hoy tiene más de 90 años. El proyecto original –cuyo dibujo me regaló Juan— lo firmó un arquitecto, pero el diseño fue suyo. La lámina de hormigón del techo era tan delgada –la pueden ver en la foto— que los obreros se negaron a quitar los puntales que la sostenían, mientras se forjaba, cumplido el plazo de forja. Hubo que primarlos para que lo hicieran. Juan Davó Ramallo, hijo del gran pintor, era un aparejador con ideas geniales y un gusto exquisito. Diseñó de todo, hasta hoteles como el Parque de San Antonio, uno de los recintos más bellos de su época, lleno de jardines y con una población de flamingos, que jamás emigraron.

Tengo algunos recuerdos de ese Dinámico, del de Juan Davó, que fue el mejor. Los dos peores, a mi modo de ver, han sido los dos últimos: perdió el kiosco de la música y el diseño deja mucho que desear. El último, incluso, ha perdido el nombre. Las condiciones acústicas del Dinámico de Davó, cuyo concesionario fue José Manuel Sotomayor, eran extraordinarias; la banda de Chanito Miranda nunca sonó tan bien como en aquel lugar. La gente le pedía, a gritos, cada jueves El Sitio de Zaragoza, de Cristóbal Oudrid. Y la banda portuense lo interpretaba, bajo aquel techo ondulado del lugar para la música, sobre la famosa plancha de hormigón. El colorido de aquel Dinámico era precioso: combinaba el amarillo con el blanco, las mesas eran igualmente de colores. Fue construido al final de los años cincuenta. Y en su frente lucían las banderas de los países que más turistas aportaban al Puerto.

Pero hubo Dinámicos anteriores. El primitivo café estuvo en pie años y años y luego un segundo, cuya foto también tienen ustedes aquí. Este segundo, donde nacieron las aludidas cámaras, tuvo que ser rescatado una vez, ante su ruina, por sus clientes, entre ellos el médico don Celestino Cobiella y el escritor don Luis Castañeda, ambos miembros de la Cámara Alta. Es curiosa la relación de los Cobiella con el Dinámico. Parece que en el actual (aunque con otro nombre) participa uno de los hijos del recordado y apreciado galeno portuense. Don Luis Castañeda era un escritor muy leído, que publicaba en La Tarde. Recuerdo una serie de crónicas de viaje por las islas menores, muy interesantes. Don Víctor le animaba mucho a que publicara y él lo hacía, con éxito. Es el padre del periodista Juan Carlos Castañeda, hoy en Radio Club y buen amigo de quien esto escribe.

Juan Davó y yo hemos hablado alguna vez del Dinámico. Mi padre trabajó allí, en su calidad de encargado de Sotomayor, que era su cuñado. Fueron aquellas, las de los sesenta, épocas muy prósperas para el café-bar, frecuentadísimo por turistas de todo el mundo. Entre los personajes que integraban la Cámara Alta recuerdo, además de los nombrados, a Edmundo A. Esedín del Ródano, a Aurelio Sanz (director del Banco Exterior), al comerciante judío Marcos Cohen Loya, que en el Puerto tuvo un bazar llamado Bo-Ti-Su, etcétera. Grandes personas. No se sentaban allí las señoras, que yo recuerde. Se hablaba de todo, incluso de lo prohibido en aquella época. La Cámara Baja era más ligera de contenidos, más deportiva; había futboleros, palomeros y otros aficionados a actividades menos culturales.

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Instalaciones del tercer y más audaz Dinámico de los años 60. Juan Davó

Digo que he hablado con Juan Davó de aquel Dinámico. Él me regaló, y los conservo, enmarcados, los primeros bocetos del Dinámico. Davó tenía una imaginación para el diseño de edificios impresionante. Trabajó muchos años con Sotomayor, participó en el diseño del Lido San Telmo. Todo tenía su sello característico. Era un profesional de una audacia terrible. Yo le tengo un gran afecto y su legado debería estar en el Archivo Provincial, antes de que se pierda. La foto del Dinámico, la de color, que acompaña a estas líneas, me la regaló él. Debajo figura su letra. Había allí camareros irrepetibles: Heraclio Niz, Paco Marrero (padre del famoso diseñador Momo Marrero), Paco ‘el Metre’, Zoilo López, Taoro, Juanito. Personajes que trabajaron con denuedo por prestigiar el Puerto de la Cruz, desde sus modestos puestos de trabajadores anónimos y que se ganaban el cariño –y las propinas— de los visitantes. Junto al Dinámico, el kiosco de Arte de Toledo, a cuyo grabador, Ceferino, recuerdo con gran cariño.

El penúltimo Dinámico fue regentado por Nacho González, exconsejero del Gobierno de Canarias, con un par de socios. Obtuvo el récord Guinness a la mayor loncha de jamón de la historia. Una bella jueza del Guinness vino desde Londres a certificar la hazaña. Pero Nacho tuvo mala suerte, aunque muy buenas ideas. Se vio obligado a asumir a un personal viejo y sin motivación, procedente de la empresa municipal Pamarsa. Parecían funcionarios, no camareros. Tardaban una eternidad en atenderte. Y lo que servían era horrible. Ahora, tras la última reforma, figura como titular el grupo Compostelana. Está mucho mejor, y el recinto no es feo, pero ya no se llama Dinámico y no conserva el viejo espíritu del café-bar, ni el kiosco de la música, aún funcionando muy bien y siendo muy profesional su personal. El otro día estuve un par de horas sentado allí con Paco Padrón, hablando del viejo Puerto y de un proyecto editorial y televisivo que tiene Paco del portuense Jardín Botánico, que ojalá le salga bien.

El Dinámico primitivo, el primero de los cinco, también fue el mentidero portuense, desde que la Plaza del Charco fue construida, o casi. Yo creo que quien reformó la plaza fue mi bisabuelo Luis, que era abogado por Sevilla y que fue varias veces alcalde del Puerto. Pocas veces ejerció el derecho, porque era eminentemente agricultor platanero. Él mandó a plantar los laureles de Indias y las palmeras de la plaza, aunque yo creo que pudo ser su padre, también alcalde, y que se llamaba Andrés, quien realmente concibió el recinto.

HOTEL TAORO

Luis fue uno de los fundadores del primer hotel Taoro y durante su mandato creo que se aprobó la construcción del ‘sanatorio’, como se llamó primeramente al hotel. Estoy hablando de memoria, no es mi intención, a estas alturas, estar consultando archivos, porque, además, los datos tampoco tienen la trascendencia necesaria para hacerlo.

Se dice que en la Cámara Alta se ponían y se quitaban alcaldes. No era cierto. Alguna vez asistió a ella Isidoro Luz, el gran edil portuense: lo fue con la Dictadura de Primo de Rivera, con la República y con el franquismo. Y sentó a su lado a personajes que él traía al Puerto, sobre todo en su calidad de presidente del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, que fundó. Otro de los tertulianos de la Cámara Alta era el intelectual portuense Antonio Ruiz Álvarez, que luego fue librero en París y que también se convirtió en el primer secretario general del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, que tuvo tres relevantes: él, Analola Borges Jacinto del Castillo y el abogado orotavense –y amigo- Jesús Hernández Acosta. Todos han fallecido.

Recuerdo con mucha nostalgia el Dinámico de mi época, el de los sesenta, el edificio moderno, ultramoderno, pintado con aquellos bonitos colores y lleno de gente. Su barra siempre estaba llena, sus mesas dejaban pocos huecos, y eran muchas. Llegaban casi hasta la pila central de la plaza, cuya ñamera describió con brillantez y maestría María Rosa Alonso en uno de sus libros. Yo le tenía un gran afecto a María Rosa y creo que ella a mí también. Tenían que haber catalogado ese edificio de la delgadísima lámina de algodón que sustentaba el kiosco de la música. Cuando tocaba la Banda Municipal era todo un espectáculo. Algunas veces venía la Banda del Regimiento de Infantería, que era escuchada con respeto y mucho cariño.

Juan Davó recuerda con gran nostalgia aquellas fechas de la construcción. Mi madre y mi abuelo Domingo fueron los padrinos de la inauguración de su edificio. Aquello fue todo un acontecimiento. Yo recuerdo, de niño, jugar entre los puntales del Dinámico que los obreros se negaban a retirar porque consideraban aquella lámina de hormigón muy delgada y desconocida. Eran años de un Puerto de la Cruz de gran pujanza económica y de una ambición de futuro desmedida. Qué tristeza verlo ahora, con casi todos sus establecimientos cerrados –curiosamente, el sucesor del Dinámico, no-, empobrecido y en ocasiones ruinoso. Con todos los bellos edificios señoriales desaparecidos. Es el sino que nos marcan los tiempos.

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