san juan de la rambla

Antonio Montes, el republicano que sorteó el fusilamiento por un golpe ‘celestial’

Coincidiendo con el aniversario del estallido de la Guerra Civil, salen a la luz historias sobrecogedoras como la de este tinerfeño, tan necesarias para recordar pero, sobre todo, para no olvidar
Antonio Montes. | DA

En la semana en que se cumplen 84 años del estallido de la guerra civil española, aún quedan historias que estremecen. A la espera de ser contadas. Esas tan necesarias para recordar pero, sobre todo, para no olvidar. La de Antonio Montes Bautista (1901-1961) ocurrió en San Juan de la Rambla, municipio perteneciente a la isla de Tenerife, donde durante los años de conflicto no hubo trincheras ni grandes batallas pero sí represión y fusilamientos. Allí lo conocían como el rojo, y eso fue precisamente lo que lo condenó a conocer de primera mano las entrañas más despiadadas de un conflicto de hermanos contra hermanos. Y es que, como suele decirse, pueblo pequeño, infierno grande.

Desde hace unos años, su nieto, José María Pérez Montes, en su afán por descubrir los porqués de su familia, ha recopilado y completado las memorias que hasta el año 1936 escribió el protagonista. El resto de los entresijos los aporta su propia hija, Rosa Cándida Montes Hernández, quien a tan solo un mes de cumplir los 90 años, recuerda e, incluso, recrea cómo era su vida familiar por aquel entonces. Un café, una carpeta con documentos antiguos y dos testimonios bastaron para entender por qué esta historia, de entre tantas pendientes, quedará plasmada para siempre a partir de hoy.

Rosa Cándida, hija de Antonio Montes y José María, nieto. | Fran Pallero
Rosa Cándida, hija de Antonio Montes y José María, nieto. | Fran Pallero

Antonio Montes nació un mes de abril de 1901 en la citada localidad tinerfeña. Desde niño, siempre fue un ferviente defensor de lo justo, hasta tal punto que en el colegio se rebeló


contra el principio pedagógico de la época, “la letra con sangre entra”, por ser golpeado con varas de duraznero. Su familia, que era católica (y pudiente), decidió enviarlo al seminario conciliar de La Laguna con la ilusión de que su pequeño llegase a ser obispo, pero el ramblero apenas duró dos semanas en la Ciudad de los Adelantados. Fue entonces cuando con 16 años puso rumbo al país en el que posteriormente sentaría las bases de sus principios políticos más enraizados: Cuba. Allí ejerció todo tipo de profesiones: trabajó en un sanatorio, una tienda de ultramarinos, una joyería y hasta una panadería en La Habana. Además, hizo sus primeros pinitos como periodista en el diario cubano LA DISCUSIÓN. A continuación, copio un fragmento de su biografía:

“Yo escribía en ese tiempo defendiendo la independencia de Canarias. Lo manifestaba con la mayor sencillez y con el pensamiento más puro. Me sentía separatista y creé por mi cuenta el escudo y la bandera de la República canaria. Un sentimiento hacia la patria chica que vive en mí.”

Sin embargo, con el país en bancarrota y el precio del azúcar desmoronado, el ya republicano decidió regresar a su pueblo natal tras seis años de vivencias y aprendizaje. Su vuelta a las Islas fue agridulce, ya que, tal y como cuenta su nieto, “no solo llegó con una mano delante y otra detrás, sino que además se topó con el entonces caciquismo que tanto detestaba”. Una influencia y dominación que conocía en el propio seno de su familia pero de la que siempre quiso mantenerse alejado. “Fue la oveja negra”, cuenta José María.

El 31 de mayo de 1931, con una recién proclamada Segunda República en España, Antonio Montes entró a formar parte del Ayuntamiento de San Juan de la Rambla como concejal, fundando posteriormente el partido Agrupación de Izquierda Republicana con el que fue alcalde del municipio varios meses. Durante ese periodo, luchó por los intereses de un pueblo humilde y arraigado a la agricultura. Y los consiguió. Junto a otros vecinos, logró abastecer de agua a diferentes barrios del municipio gracias a la instalación de chorros provenientes de la Fuente de Pedro que, hasta la fecha, estuvo en manos del caciquismo. Asimismo, impulsó la apertura del matadero municipal del que carecía la localidad norteña y, siendo este último su proyecto más ambicioso, movilizó a los agricultores del Archipiélago con el propósito de reavivar al sector, abatido por la crisis.

Periódicos de la época donde se anunciaban la asambleas de la Unión General Agrícola. | Fran Pallero
Periódicos de la época donde se anunciaban la asambleas de la Unión General Agrícola. | Fran Pallero

En 1933, fundó la Unión General Agrícola (UGA) en el municipio y convocó, junto a otros líderes, varias asambleas en Tenerife, cuyos llamamientos inundaron esos días las portadas del periódico HOY y GACETA DE TENERIFE, entre otros, donde se debatieron y aprobaron ideas como la solicitud al Estado de un crédito de 20 millones de pesetas destinado al cultivo canario, la sindicación forzosa de los agricultores y el registro de la marca “Plátano de Canarias”. Lamentablemente, el proyecto de la UGA se convirtió en papel mojado cuando una mañana del 17 de julio de 1936 sucedió el golpe de Estado contra la Segunda República, que daría paso al inicio de la Guerra Civil, y con ello, el punto y final de las memorias de Antonio Montes:

“España sabe distinguir entre el bien y el mal, y ve la hipocresía de algunas naciones que se creen superiores a otras, sin darse cuenta de sus grandes errores. Algunos harían llamarse democráticos pero van de brazo partido con la mayoría de los dictadores”

Unos días más tarde, Antonio Montes, que había acudido a Santa Cruz de Tenerife para realizar unos trámites, fue traicionado por un amigo de su mismo pueblo, quien se habría vendido por dinero o trabajo. Su hija Rosa, que tan solo tenía seis años, conserva en sus recuerdos los testimonios que su familia le contaba: “Mi padre creyó en ese momento que la detención había sido una broma de mal gusto”. Además, aporta al relato una de las anécdotas más duras: los guardias acudieron a la vivienda de un primo de Antonio Montes que residía en la capital tinerfeña para que le facilitara ropa de cama y así pasar la noche antes de ser trasladado al día siguiente a la prisión de Fyffes. Ese primo suyo lo negó y Rosa recuerda las palabras textuales que siempre pronunció su padre al respecto: “Si me niega a mí, niega a su madre, que es hermana de la mía”.

El ingreso en prisión del ramblero supuso que su mujer se quedara sola a cargo de sus seis hijos, entre ellos, Rosa. Una época que la todavía octogenaria recuerda con pena: “Mi madre batalló mucho por demostrar que mi padre era un buen hombre que lo único que buscaba era el bienestar de su pueblo”. Los numerosos escritos que recabó la mujer no fueron suficientes y, tras tres años encarcelado, Antonio Montes fue sentenciado a morir fusilado. El día del juicio final tuvo el encuentro con el sacerdote que lo eximiría de sus pecados antes de ser ejecutado y, por un golpe de suerte (o celestial, quien sabe), esa persona, la última que supuestamente vería con vida el republicano, era un íntimo amigo suyo. Juntos habían coincidido años atrás en una fiesta de la Virgen del Carmen en San Juan de la Rambla, forjando así una bonita amistad. Por ello, el cura llevó a cabo las gestiones pertinentes para que fuera puesto en libertad.

El rojo volvió a su pueblo pero ya no era el mismo Antonio Montes tenaz y valiente. Mientras estuvo en la cárcel fue torturado. “Le metían astillas por las uñas y le pinchaban en los testículos”, explica José María. Además, Rosa recuerda que su padre apenas dormía y tenía muchas pesadillas. Finalmente, la familia emigró a Venezuela en busca de paz y nuevas oportunidades. Antonio Montes lo hizo junto a su hijo primogénito en 1948; el resto, en 1953. Allí fue feliz y prosperó económicamente pero siempre quiso regresar a su amada villa. Antonio Montes falleció en Caracas en 1961 y, años después, junto a parte de su familia, volaron sus cenizas hasta allí, su casa, San Juan de la Rambla.

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