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Argaga: el rincón para el yoga, nudistas y veganos

La playa, al final del barranco del mismo nombre, es hoy un enclave turístico para aquellos ‘hippies’ que descubrieron la Isla en los 70
La Finca Argayall es una explotacióm turística al pie de la playa de Argaga / DA

La playa de Argaga ha vuelto a saltar desgraciadamente a la actualidad por un impresionante desprendimiento sobre la pista que la conecta con Valle Gran Rey ocurrido el sábado 14 y que milagrosamente no ocasionó víctimas mortales, como, de hecho, si ocurrió en 2013, cerca de esa misma zona -en la playa de Las Arenas- cuando una mujer alemana, de 40 años, fue sepultada por un aluvión de piedras. Pese a todos los antecedentes -también hubo otro desprendimiento en el impresionante risco de Teguerguenche, el pasado mes de abril- , no ha sido hasta ahora, cuando se ha hablado seriamente de poner coto a un acceso literalmente peligroso.

Argaga, pese a estar casi pegado al puerto de Vueltas, en Valle Gran Rey, pertenece al municipio de Vallehermoso desde 1853, cuando Chipude desapareció -junto a Jerduñe, que pasó a San Sebastián de La Gomera- como municipio tras el cambio de régimen. Ya en el siguiente siglo, los señores acomodados de Vallehermoso aprovecharon el agua del extenso barranco de Argaga para plantar plátanos, desde las casas de Jerián y la ermita de Guadalupe.

En la década de los 60, con el incipiente turismo hippie en Valle Gran Rey, sobre todo en el entorno de la playa del Inglés, Argaga se convirtió en una alternativa más alejada del vecindario y allí comenzó a crecer, a semejanza de lo que ocurrió en El Cabrito, una especie de remanso de paz con sectas como los Niños de Dios y el fenómeno del nuevo hippismo de la New Wave, que venía a sustituir a aquellos alemanes que en la década de los 70 y 80 inundaron La Gomera de ‘girasoles’ con los logos de Nuclear, no gracias.

Inicialmente, se trataban de jóvenes que promulgaban el amor libre y el nudismo, siendo muchos de ellos los que hoy, como jubilados, residen todo el año o, más frecuentemente, los seis meses de invierno en la Isla. Aquellos más herméticos y naturistas lo hacen en lugares como El Cabrito -solo se puede ir en barco o a pie- o en Argaga -ahora cerrado-, pero también en Hermigua, Playa Santiago o Valle Gran Rey, en su amplia oferta de turismo rural.

El derrumbe ha dejado desconectado a una treintena de residentes / DA

Jubilados que pasan largas temporadas en la Isla y que rara vez vienen acompañados de sus hijos, aunque también los hay, como ocurre en la Finca Argayall, el complejo turístico montado este siglo justo donde terminan los callaos de la playa y que ha cancelado todas sus reservas ante la imposibilidad de poder llegar hasta allí, a la espera de la construcción de un embarcadero que les conecte con la cercana Vueltas lo antes posible. A día de hoy, solo a través de pequeños flotadores, se pueden alcanzar embarcaciones para llevar o sacar suministros.

Más adentro del impresionante barranco de Argaga -hay tramos que hay que bajarlo en rapel- encontramos un grupo de casas rurales que se alquilan bajo el reclamo de Tropischer Fruchtgarden Argaga y también otras cuyos propietarios, empadronados en Vallehermoso -unos 35 según dijo el alcalde, Emiliano Coello- residen habitualmente en ellas, al menos seis meses al año.

Se trata de un turismo entre jubilados y jóvenes, mayoritariamente alemanes, que apenas se mueven de Argaga, donde pasan el tiempo entre prácticas de yoga, la lectura, el nudismo y la agricultura ecológica, siendo la gran mayoría, veganos.

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