crisis migratoria

Los 40 magrebíes que luchan por cumplir el ‘sueño europeo’

Algunos de los varones que esperaban anoche para viajar a Huelva confesaron al DIARIO que en Arguineguín "estábamos mal, no podíamos dormir; éramos muchos y hacía frío"
Los inmigrantes hacen cola para facilitarle a los agentes de la Policía Nacional la documentación requerida. Sergio Méndez

“Defraudados”. Los 40 inmigrantes marroquíes que todavía permanecían anoche en las instalaciones del puerto de Santa Cruz de Tenerife, tras viajar en barco el miércoles desde Gran Canaria con la ilusión de poder desplazarse a Huelva -enclave que les abriría una puerta para reunirse con sus familias en distintos puntos de la Península o seguir hacia el continente-, confesaban a DIARIO DE AVISOS que se encontraban atrapados en la Isla, al no poseer pasaporte con el que moverse por el territorio nacional. La incredulidad les invadía. Días antes, otro grupo de compatriotas había realizado el mismo trayecto sin ningún inconveniente, y en un inicio les costaba entender “por qué a ellos sí les dejaron y a nosotros no”. De hecho, explicaban que se marcharon de Arguineguín precisamente por lo que les habían relatado los compañeros que pudieron emprender rumbo hacia tierras andaluzas.

Pero, a pesar de sus duras circunstancias, no estaban solos. Junto a ellos se encontraba el presidente de la Asociación Hispanomarroquí Caballo de la Paz, Adelaziz Manaouer, que actuaba de intérprete; la abogada de la Red de Migrantes Rita de Cassia Alves, que les detalló cuál era su situación legal, puesto que la mayoría quieren pedir asilo político en España, y la concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento capitalino, Rosario González, que alrededor de las 20.00 horas confirmaba a los magrebíes que, gracias a las gestiones efectuadas por el alcalde, José Manuel Bermúdez, con la Delegación del Gobierno, una guagua de Cruz Roja los recogería para llevarlos a un hotel del Sur, desde donde poder seguir batallando para alcanzar el ansiado sueño europeo.

Talbi tiene 38 años. Según contó a este periódico, sus allegados, “como son pobres”, se vieron obligados a pedir un préstamo para reunir los cerca de 2.000 euros que le pidieron para subirse a una patera con la esperanza de arribar a Canarias. En su país natal se dedicaba a la agricultura y al comercio; a lo que surgiera. Lo único que quería era llevar dinero a casa. Un espíritu de entrega y trabajo que también, a sus 26 años, manifestaba Yunes, que obtuvo los recursos para emigrar por medio de un préstamo, pero, en su caso, personal, de varios amigos; una cantidad que, dijo, les devolverá “cuando consiga mi primer trabajo en Europa”. Said (21), por su parte, poseía algunos ahorros, fruto de varias jornadas labrando el campo, que, junto a lo que sus padres pudieron darle, fue suficiente para embarcarse en una aventura que aún no ha culminado. Los tres tocaron costas isleñas en cayucos y pateras distintas, pero les une un objetivo casi idéntico: sobrevivir.

A los pocos minutos de iniciar su conversación con el DIARIO, el intérprete reunió a los migrantes en torno a dos agentes de la Policía Nacional: “Estos señores necesitan saber las intenciones de cada uno, si quieren quedarse en el país o seguir hacia Europa, y recalcarles que si no tienen pasaporte no pueden coger el barco a Huelva”. Por ello, prosiguió, les ofrecían como alternativa a pernoctar a ras de suelo hospedarse en un hotel ubicado en el sur de la Isla. El desplazamiento corría a cargo de Cruz Roja, una vez que recibió confirmación de las autoridades estatales. Por la tarde, el Consistorio local les había facilitado una pequeña cesta de alimentos para matar el hambre. Atrás quedaba la experiencia en el muelle grancanario, donde, de acuerdo con su relato, “estábamos mal, no podíamos dormir; éramos muchos y hacía frío”. En cierto modo, aun precaria, poco a poco sus condiciones mejoraban.

En una fila organizada, uno a uno, fueron proporcionando a los policías la información que les solicitaban, para luego acceder al interior de la terminal de pasajeros, lugar en el que esperarían la guagua que les llevaría al Sur. La única documentación que portaban era un expediente de devolución en el que figuraban sus datos básicos y un Número de Identificación de Extranjeros (NIE) con el que, al menos, ya formaban parte del sistema español. Esa es la parte “buena”, afirmó la abogada Rita de Cassia Alves. La “mala” es que, a efectos prácticos, el papel que portan lo único que hace es, paradójicamente, acreditarlos como indocumentados. La jurista, que de manera voluntaria colabora con la Red de Migrantes, se esmeró en dar a conocer a los marroquíes que el Consultado de Marruecos no podrá darles un pasaporte para circular libremente en dirección a la Península hasta que “consigan estar empadronados aquí”, en las Islas. Un requisito que para la mayoría supone un duro varapalo, situándolos en un callejón sin salida aparente.

LOS 500 EUROS “POR UN EMPADRONAMIENTO”

Sin embargo, entre los inmigrantes se hablaba de atajos para obtener un certificado de empadronamiento que les posibilitara expedir el pasaporte y, de ese modo, continuar su camino. Al parecer, según lo expuesto por algunos de ellos, hubo personas que, supuestamente, les solicitaron alrededor de 500 euros a cambio de empadronarse en una vivienda de Las Palmas de Gran Canaria. Una práctica que, de ser cierta, podría ser constitutiva de delito, y supondría una forma de aprovecharse de la desesperación de individuos que, en determinados casos, desde pequeños sueñan con Europa como una tierra de oportunidades, donde refugiarse de la pobreza o la guerra.

LLEGADA AL HOTEL

A última hora de ayer, DIARIO DE AVISOS pudo confirmar que los 40 inmigrantes llegaron al hotel pactado con la Delegación del Gobierno en perfectas condiciones. Desde la Asociación Hispanomarroquí Caballo de la Paz, antes de subirse a la guagua, les aclararon que la presencia policial no implicaba que fueran tratados como delincuentes, sino todo lo contrario, que los agentes “están para ayudar”. Asimismo, les comunicaron que no tendrán que abonar cantidad alguna por el alojamiento, que era un salvavidas humanitario que aportan las instituciones españolas dada su situación.

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