El nombre del doctor Eduardo Domínguez Alfonso, nacido en Arona en 1840, ha quedado ligado a uno de los episodios más adversos que sufrió la isla de Tenerife a finales del siglo XIX y que actualmente, en plena pandemia de COVID-19, recobra un significado especial.
Su labor fue decisiva para hacer frente a una epidemia de cólera introducida en Santa Cruz a finales de septiembre de 1893 por el vapor italiano Remo, procedente de Brasil con 960 pasajeros, que causó 382 muertos en el último trimestre del año en la capital tinerfeña, de 20.000 habitantes. Los contagios afectaron especialmente a los niveles sociales más bajos en zonas como El Cabo, Los Llanos, el Toscal, San Andrés e Igueste, pero acabaron por extenderse a municipios del Sur como Arona, Vilaflor, Fasnia y Candelaria.
Eduardo Domínguez Alfonso presidió la Comisión de Higiene y Salud Pública formada en Santa Cruz el 15 de noviembre de 1893, que se encargó de organizar las desinfecciones, formar las comisiones de socorro y de instalar un hospital en el Lazareto, explicó a este periódico la historiadora Carmen Rosa Pérez Barrios.
A instancia de la comisión se redactó un informe en el que se proponía la creación de brigadas sanitarias para actuar en los focos detectados en la capital. Dada la escasez de recursos existentes, el equipo liderado por Domínguez Alfonso estableció la desinfección de las habitaciones contaminadas, mientras que para el resto de viviendas se propuso que las cuadrillas organizadas visitaran las casas, cuantificaran sus habitantes y comprobaran la ventilación. La peligrosidad de la epidemia llevó al médico y cirujano aronero a publicar un folleto explicativo con las medidas que debían adoptarse para prevenir los contagios.
Pérez Barrios recuerda que en el ocaso del siglo XIX los pueblos del Sur se debatían entre el abatimiento económico, tras la ruina del cultivo de la cochinilla, y la búsqueda incesante de fórmulas que permitieran mantener la productividad agraria, tanto con los tradicionales cultivos de subsistencia o a través de experiencias con el tabaco, las naranjas, los cebollinos o las almendras, según las zonas.
Por aquellos años, tal como refleja la historiadora en su libro Eduardo Domínguez Alfonso, un médico aronero en la vida insular (1840-1923), la mortalidad infantil arrojaba unas cifras catastróficas. Solo en Fasnia, 18 de los 20 fallecimientos registrados en agosto de 1893 correspondieron a niños, muchos de ellos afectados por el raquitismo.
En ese contexto llegó por mar una calamidad mayor, el cólera morbo asiático, que exigió una gran responsabilidad a Eduardo Domínguez Alfonso, obligándole a demostrar, señala Pérez Barrios, “su temple y sus conocimientos”, especialmente en Santa Cruz, foco principal del brote epidémico.
En esa labor le secundaron destacados nombres propios como los de Diego Guigou, Juan Febles, Ángel María Izquierdo, Diego Costa y Agustín Pisaca, como subraya el cronista oficial de la capital tinerfeña José Manuel Ledesma en un artículo publicado en DIARIO DE AVISOS el pasado 5 de abril, en el que relataba cómo los policías municipales distribuían cal para desinfectar casas, ciudadelas y letrinas, y en el que destacaba el papel de Juan Bethencourt Alfonso, primo del presidente de la comisión de Higiene y Salud Pública, para sofocar los brotes en los pueblos del Sur.
Ledesma recuerda que el 4 de enero de 1894, “después de tres angustiosos meses”, el Boletín Oficial publicaba la noticia de que la epidemia colérica había finalizado. “Además de reanudarse las clases en los colegios, repicaron las campanas en señal de alegría, hubo música por las calles, se tiraron cohetes y se pusieron colgaduras de banderas en los edificios públicos”, concluye.
Por su parte, Pérez Barrios explica que, una vez superada la epidemia, Eduardo Domínguez Alfonso fue condecorado en 1894, entre otras personalidades de la capital, con la encomienda de número de Isabel la Católica por su labor al frente de la Comisión de Higiene y Salud Pública.
primer presidente
Pero la proyección insular de Domínguez Alfonso se consolidaría aún más casi 20 años después al pasar a la historia como el primer presidente del Cabildo de Tenerife, un cargo que activaba una maquinaria descentralizadora con vocación de finiquitar el pleito insular. Su prestigio personal, su carácter conciliador y su “flema chasnera”, como apunta la historiadora, le convirtieron en la persona idónea para poner en marcha la primera institución de la Isla una vez aprobada la Ley de Cabildos en 1912. “Él pertenecía al Partido Liberal y se mantuvo en el cargo el primer año.
Fue un camino plagado de dificultades, pero tuvo el honor de estrenar el cargo”, indica. Además, Pérez Barrios destaca su papel en el ámbito educativo. “Junto con otros intelectuales, puso en marcha el primer Instituto de Segunda Enseñanza en Santa Cruz, que llegó a dirigir y donde impartió clases de Física y Química”.
El concejal de Patrimonio Histórico de Arona, José Alberto Delgado, ha organizado un acto mañana, a las 12, en la Plaza de la Paz del casco en homenaje al médico aronero y primer presidente del Cabildo, que consistirá en la inauguración de una escultura de bronce, obra del artista Fernando Mena.
“Creemos que es un acto de justicia para poner de relieve la figura de una de las grandes personalidades del municipio y que servirá para incrementar el patrimonio de nuestro pueblo y contribuir a alimentar un sentimiento de identidad”. El acto contará con la presencia del alcalde, José Julián Mena, y miembros de la familia del médico y político homenajeado.