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Los vecinos piden cuidar más La Salud

Residentes en la conocida Barriada 25 de julio se quejan del estado ruinoso de sus viviendas; se han caído cascotes de los edificios
María Jesús enseñaba ayer a DIARIO DE AVISOS las humedades que invaden las zonas comunes del edificio en el que reside desde el año 1982 | SERGIO MÉNDEZ

Algunos llevan toda la vida en el barrio; otros se mudaron al ver la oportunidad de tener una vivienda de promoción pública bajo la que cobijarse, e incluso los hay que lograron hacerse con una por su condición de trabajadores estatales. Pero todos parecen coincidir en afirmar que la llamada Barriada 25 de julio, en el barrio de La Salud de la capital tinerfeña, no ha recibido la atención que se merece por parte de las Administraciones. A la vista están las deficiencias que presentan las fachadas de los edificios -construidos en 1956 por la Delegación Nacional de Sindicatos del régimen franquista-, con la pintura desconchada hasta ver prácticamente enteros los ladrillos originales de la infraestructura, o incluso cascotes que se han precipitado desde lo alto, con el consiguiente riesgo para viandantes y lugareños.

Esteban Santana vive en la calle Río Llobregat, correspondiente al bloque seis del grupo residencial, y confesaba ayer a DIARIO DE AVISOS sentir impotencia por el estado de su portal y los aledaños. “El Ayuntamiento no nos ha dado ninguna solución; tenemos humedades, las fachadas están fatal, y pasan de nosotros”, indica; problemas a los que se unirían otros de convivencia, como uno de sus vecinos que, según dice, tiene síndrome de Diógenes. De hecho, desde la calle señala a su ventana, donde se pueden observar varios montones de cosas. “Se lo llevaron una vez, pero cuando volvió, a los pocos días había conseguido llenar otra vez la casa”, asegura. Aunque la principal preocupación que les aborda es la propia integridad del edificio, en cuya entrada se aprecian desperfectos de gran magnitud.

De uno de los portales de la acera de enfrente sale Pedro, del quinto bloque, para pasear a su perro, que hace un alto en el camino para hablar con el DIARIO, transmitiendo su pesar porque “las reparaciones tienen un coste muy alto y la mayoría de la gente que vive aquí son pensionistas que sobreviven con una pensión de 300 euros al mes; no nos podemos permitir una derrama”. No obstante, aclara que en su comunidad han hecho pequeños esfuerzos para “dar unas manos de pintura por fuera y arreglar el bajante, que estaba podrido”. Unas acciones que han financiado de su propio bolsillo, si bien entienden que ya se ha alcanzado un nivel de deterioro que escapa de su control y que requiere intervención de las instituciones. En esta línea, alude a las dificultades de personas con movilidad reducida de la zona -que por avanzada edad representan un sector importante de la población-, quienes “se han caído o no pueden salir sin ayuda porque las entradas están rotas y hay muchas escaleras”.

De comprar en la frutería se aproxima a otro de los inmuebles Francisco Paule, más conocido como Paco, que trabajó durante muchos años como funcionario del Estado. El hombre, que al principio tenía prisa por volver a casa, se tomó unos minutos para dar a conocer a este periódico su punto de vista respecto a las condiciones en las que se encuentra la Barriada. “Se han caído partes completas de la fachada, la presidenta de nuestra comunidad se ha dirigido al Ayuntamiento y no ha obtenido respuesta”, sostiene, al tiempo que echa la vista atrás, recordando que en los mandatos de Manuel Hermoso como regidor santacrucero (1979-1991) “se nos estropeaba una papelera y al día siguiente estaba el concejal aquí, reparándola”. Ahora, sin embargo, asevera que “tenemos un concejal, pero no sé ni quién es; yo no lo he visto nunca por el barrio”. Asimismo, asegura que en alguna ocasión “he escuchado al alcalde Bermúdez decir en la radio que iban a arreglar nuestras viviendas, pero no lo han hecho; no han cumplido, todo sigue igual”.

Pero no todos llevan tanto tiempo residiendo en La Salud. Ambrosio, Chicho, se mudó en 2008 al mismo edificio que Esteban, y con sus ahorros reformó casi por completo el piso que acababa de adquirir, actuando sobre “el techo, la instalación eléctrica… Le cambié todo porque estaba muy mal”, dice. Aun así, lo sorprendente para él fue que, tras tener un gesto de buena voluntad con el vecindario comprando una puerta nueva “porque no había”, poco tiempo después “le pegaron una patada y luego se la llevaron”, por lo que en estos momentos cualquiera puede acceder desde la calle a las zonas comunes. Un síntoma más de los que, a su juicio, es “descuidar La Salud”.

A sus 82 años María Jesús, natural de Santa Úrsula y habitante del 25 de julio desde 1982, se manifiesta “cansada” de tratar de animar a sus vecinos a retomar una dinámica que tenían antaño: “Juntábamos un poco de dinero entre todos para arreglar cosas; teníamos hasta una cuenta en la antigua caja de ahorros, pero algunos dejaron de pagar y los que sí lo hacían se negaron a seguir aportando”. El proyecto común no cuajó, y “ya soy una persona mayor; no estoy para estas cosas”, añade, por lo que pide “que se intervenga” en el bloque, a fin de subsanar las humedades que les invaden.

Por su parte, Josefa Cabrera, que dirige la comunidad del portal en el que vive Paco, da “gracias a Dios” de que no haya habido que lamentar daños personales pese a las condiciones de las viviendas, aunque matiza que los problemas son gruesos, no en vano, en tres habitaciones de su casa y en el salón hay filtraciones de agua que, en la medida de sus posibilidades, ha intentado reparar su hijo, David, que se ha dirigido al Consistorio varias veces, pero “no han hecho nada”.

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