Como muestra de los motivos que les llevaron a embarcarse en una patera o un cayuco rumbo a las Islas, muchos de los inmigrantes que se marcharon del alojamiento lagunero no dudaron en compartir sus circunstancias personales. “Mis hijos y mi mujer me están esperando”, decía uno. Otro hacía hincapié en que estaba preparado para trabajar y que lo que quería era enviar dinero a su familia. Y Abdellah, que hizo las veces de portavoz, señaló a un joven pronunciando una frase que dejó petrificados a todos los presentes: “¿Ves a ese? Le falta una mano y vino para ayudar a su familia; esperan por él”.
Ese joven, que prefirió no decir su nombre, ponía rostro a la situación que viven muchas personas que salen de su país en busca de nuevas oportunidades, tanto para ellos mismos como para sus allegados. Pero al llegar a España, y más concretamente a Canarias, las cosas no son como las imaginaban; lejos de ver oportunidades, parece que las puertas se les cierran a cal y canto, de hecho Abdellah aseguró que otro inconveniente de las carpas es que “no hay WiFi”, que más que un lujo, para ellos constituye un bien de primera necesidad, pues es el enlace para hablar con quienes en su tierra, Marruecos, mantienen una tensa espera confiando en tener nuevas noticias.
Cabe recordar que DIARIO DE AVISOS ya se ha hecho eco de los relatos de personas en una tesitura similar. En las inmediaciones del pabellón deportivo Pancho Camurria de la capital tinerfeña, otro grupo, en aquel momento de guineanos, sierraleoneses y senegaleses, se enclavaba tras pasar varios meses con la rutina de comer y dormir en un recurso habilitado de manera provisional. Pare Zouani, joven natural de Burkina Faso, admitía a este periódico no haber podido avisar a su mujer y a su hija que había tocado la costa sano y salvo. “Quiero decirles que estoy vivo”, decía con expresión de pena e impotencia.
COMIDA ESCASA
De entre las quejas esgrimidas por los magrebíes, se encontraba la cantidad de comida que la entidad encargada de gestionar el enclave, Accem, les había proporcionado. En este sentido, el DIARIO pudo apreciar cómo se les provee de unos paquetes de alimentos formados, como mínimo, por un pan, un vaso de leche, un sobre de azúcar y un paquete de cuatro galletas. No obstante, el hermetismo que se cierne sobre la organización del recurso no permitió averiguar con qué frecuencia se le suministran dichos packs, es decir, cuál es el régimen alimenticio que siguen.
De cualquier modo, para Abdellah “es tan poca comida que es como hacer una huelga de hambre; es lo mismo”. Una tesis que también afirmaron compartir sus compañeros, que portaban garrafas de agua y sus pertenencias con vistas a continuar el camino hacia el denominado sueño europeo, que por ahora les parece más una pesadilla.