Cerca de medio centenar de inmigrantes que llevaban desde el pasado viernes en el campamento provisional instalado en el antiguo cuartel militar de Las Raíces, en La Laguna, se marcharon ayer del recurso alojativo al entender que se encontraban en “malas condiciones”. En concreto, uno de ellos, Abdellah, que actuaba como portavoz del colectivo descontento, señalaba, en declaraciones a DIARIO DE AVISOS, que “pasamos mucho frío, había ruido y teníamos problemas con las duchas, el agua estaba fría y no nos dieron ropa”. No obstante, horas después de sentarse en el borde de la carretera, al lado de una gasolinera cercana, decidían regresar, toda vez que los agentes de la Policía Nacional y la Local presentes en el lugar les convencieron de que pernoctaran en el enclave, a la espera de que la Delegación del Gobierno central en Canarias respondiera a su petición.
En concreto, tal como ha podido saber esta redacción, los miembros del cuerpo policial les indicaron que habría dos escenarios posibles. En primer lugar, que se les devuelva a Marruecos, ante lo que uno sostuvo que sí estaba de acuerdo, dado que a su entender “en Marruecos hay cárceles que están mejor que esto”, considerando que sus jornadas en las carpas emplazadas en la que antaño fuera una infraestructura militar se ven limitadas a comer y dormir, sin posibilidad de “trabajar ni aprender español”. Y, por otro lado, que se les derivara a otras comunidades autónomas, aspiración que despertaba el interés de muchos jóvenes.
La mayoría de los que allí se hallaban primeramente afirmaron tener un único objetivo: desplazarse al aeropuerto de Tenerife Norte y viajar a ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Huelva. “Yo tengo familia en la Península”, decía un chico, al tiempo que aseguraba que tan solo quería reunirse con sus allegados, y que había hecho un “esfuerzo muy grande” para arribar a las Islas en patera. Otros, por su parte, preferían describir la tortuosa travesía, a bordo de una embarcación precaria y durante un periodo que oscilaba de cuatro días a una semana, para tocar costas canarias y seguir soñando con la ansiada Europa, la tierra prometida.
“Tengo mujer e hijos. Vengo para buscarme la vida, a trabajar en España, y nos tienen aquí… en la cárcel estaríamos mejor”, reconocía Abdellah, quien dijo ser consciente de que su acción de protesta, a priori, no le iba a reportar una solución. Especialmente, porque tan solo 10 de ellos portaban pasaporte; el resto se quedarían en un limbo legal por el cual son libres para circular por la Isla -al no haber cometido ningún delito-, pero no para desplazarse dentro del territorio nacional. Por tanto, los inmigrantes planteaban opciones alternativas, como ir al albergue de Santa Cruz, que, como les informó uno de los agentes, “está lleno, no quedan plazas”. Sin embargo, las inmediaciones del pabellón deportivo Pancho Camurria de la capital tinerfeña son conocidas, precisamente, por albergar a personas vulnerables, de ahí que fuera una de las opciones que este grupo barajara, como ya lo hicieran antes que ellos otros tantos compatriotas por motivos similares, como ha ido contando el DIARIO desde el estallido de esta nueva crisis de los cayucos.
“La comida viene a partir de las siete, por favor, vuelvan al campamento y ya mañana ven lo que quieren hacer, pero no se queden aquí, que ahora se hace de noche y hará frío”, decía un miembro de la Policía Local con la esperanza de que no pernoctaran a la intemperie. Al principio, los magrebíes se manifestaron reticentes, con frases como “ahora estamos en manos de Dios; mejor morir en este sitio, luchando, que allí”. Pero poco después optarían por emprender el camino de vuelta, no sin antes advertir de que no renunciarán a sus sueños.
Entre otros aspectos, también aseveraban sentirse inquietos por que los planes del Ministerio de Migraciones, en el marco del denominado Plan Canarias, sean ubicar en el campamento lagunero a 1.500 personas, temiendo que surjan problemas de convivencia.