El hall del Hotel Concordia, en el Puerto de la Cruz, tenía ayer un aspecto caótico, con varias decenas de migrantes subsaharianos esperando con sus bolsas de ropa y otros enseres. Unas 130 personas debían ser trasladadas por la mañana hasta el cuartel de Las Canteras, en La Laguna, uno de los dos grandes centros establecidos por el Ministerio de Migraciones en Tenerife para alojar a los migrantes llegados en cayuco a la Islas, con capacidad para 1.642 personas y gestionado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Sin embargo, muchos se negaron durante horas a subirse a las guaguas contratadas para el traslado, a pesar de la insistencia de los trabajadores de la Cruz Roja. La mayoría afirmaba tener menos de 18 años, aunque habían declarado ser mayores de edad cuando llegaron a Canarias. Finalmente, una veintena fueron realojados en un recurso alojativo de La Esperanza. Pero alrededor de cuarenta se quedaron durmiendo en la calle.
“Si no se suben, nos vamos”, decía a mediodía, sin embargo, una trabajadora de la Cruz Roja al pie de una de las primeras guaguas, que partieron medio vacías rumbo a Las Canteras -hubo una tercera más tardía que sí fue casi llena-. “¿Pero los que no vayan se quedan en la calle?”, preguntó un servidor a la trabajadora de Cruz Roja. “Son libres de decidir si no se suben. Es una ayuda que se les está dando”, contestó ella. “No me queda otra opción”, decía Dial, que lleva seis meses en la Isla, quien afirmaba tener 17 años y estaba a punto de subirse a la guagua. “Pero si veo que en Las Canteras no se está bien, me voy”. Eso era precisamente lo que les decían a los reticentes Patricia y Diana, de la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife, tratando de convencerles para que se marcharan. “Tienen que ir, si no, pierden la plaza. Y ya luego tienen 72 horas para decidir”, explicaban, en referencia al tiempo que pueden estar fuera del recurso sin que les quiten la plaza.
Junto a los muros del hotel esperaban varios migrantes que miraban con envidia a otros compañeros del hotel que estaban asomados a los balcones, algunos de los cuales les pasaban más bolsas de ropa desde el primer piso. Mientras, otros mataban el tiempo jugando al fútbol con una pequeña pelota de tenis.
“Los que se quedan son de Mali, Guinea Bissau o Gambia. Y además, se los llevan a España, a los senegaleses nos dejan aquí”, se quejaba Mousa. “¿Por qué no nos dejan ir a la Grande Espagne? Me parece fatal”, decía Suleiman, que aseguraba tener 15 años y no quería ir a Las Canteras por las bajas temperaturas de la zona. “El frío no es bueno para los jóvenes”, afirmaba. “Queremos estudiar”, decía Mamadou, según él, con 15 años. A Laming lo acababan de traer de La Montañeta, en Garachico, porque lo identificaron como senegalés al llegar. No hablaba ni papa de francés, pero sí un inglés bastante fluido, que es lo que se habla en Gambia, y enseñaba su documentación de ese país. Su hermano, que sí está identificado como gambiano, se quedó en La Montañeta. “Es difícil estar aquí solo”.
Determinar la edad de alguien no es fácil. Se utiliza una prueba ósea de la muñeca y una ortopantomografía -radiografía panorámica dental-. Pero el propio Comité del Niño ha pedido a España complementar estos exámenes con evaluaciones psicológicas para ser más exhaustivos. Hay margen para la duda con las pruebas físicas, sobre todo, con la de la muñeca, que utiliza rangos establecidos para perfiles étnicos distintos a los de la población subsahariana. Ayer, un joven llamado Abdoullah se quejaba de que las pruebas decían que él era mayor de edad, pese a asegurar que tenía 17 años. Y que, en el caso de su hermano, mayor que él, los resultados decían que era menor de edad. Entre los demás, había rostros juveniles con edades imposibles de determinar a simple vista, pero había algunos casi infantiles. Como el de Daouda, que parecía recién salido del colegio.
Todos se quejaban de que, en los meses que llevan aquí, no les habían ayudado a subsanar el error que cometieron a la llegada. Algunos enseñaban sus partidas de nacimiento y explicaban que se declararon mayores por la recomendación de la traductora que los atendió, que, según los migrantes, les dijo que así les sería más fácil poder trabajar.
Desde la Fiscalía de Menores reconocen haber recibido una lista de la Cruz Roja el pasado 4 de febrero con una relación de personas que declaraban ser menores en varios recursos y afirman que “casi todos los casos” se están tramitando, pero que “la pandemia y el gran número de gente que ha llegado” dificultan la celeridad de las pruebas que realizan los forenses. Según la Fiscalía, los migrantes que manifiestan tener menos de 18 años al llegar a tierra, son trasladados a un recurso para menores -actualmente hay unos 2.600 tutelados por la comunidad autónoma-. Pero, en este caso concreto, recuerdan que los migrantes declararon ser mayores al llegar. Para solventar estas anomalías, aseguran que los menores o sus representantes pueden acudir a la Fiscalía de Menores. De hecho, Patricia y Diana, las activistas de la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife, que estuvieron hasta media tarde en el Hotel Concordia, luego fueron a reunirse con el fiscal de Menores, Manuel Campo, y con la fiscal de Extranjería, Carolina Barrios.
Expectantes sobre esa reunión estaban los migrantes que se apoyaban en el muro del hotel, acompañados desde la acera de enfrente por un par de patrullas de la Policía Nacional. Dos chicas que pasaban por allí, Cybell y Kim, les compraron 50 hamburguesas y 30 paquetes de papas fritas, pues llevaban sin comer desde el desayuno. Tuvieron mucho más éxito que los dos técnicos de OIM que fueron al hotel para contarles cómo eran las cosas en el cuartel de Las Canteras. “O centro de menores o Senegal”, repetían convencidos después de escucharlos.
Al atardecer, después de la reunión con los fiscales, las representantes de la Asamblea afirmaron que se iba a alojar a los más de sesenta migrantes que estaban por fuera del hotel. Algo que confirmó la propia Fiscalía de Menores a este periódico. Sin embargo, solo se llevaron a una veintena a un recurso alojativo de La Esperanza. El resto durmió en la calle.