puerto de la cruz

El mini oasis de Punta Brava

Margarita, Isabel y Chelo transformaron una escombrera en la calle Bencomo en una zona ‘chill out’ para el disfrute de los vecinos
PUNTA BRAVA OASIS
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Margarita, Chelo e Isabel (junto a su madre) aprovecharon muchos de los escombros que la gente tiraba para construir el pequeño jardín. Sergio Méndez

Cuando el padre de las gemelas Chelo e Isabel y de Margarita falleció, Charo Barreto, su madre decayó mucho y la invadió una gran tristeza. Las tres hermanas estuvieron pensando cómo podían levantarle el ánimo hasta que se les ocurrió darle un cambio a un pequeño terreno ubicado al final de la calle Bencomo, colindante con su casa, ubicada en el número 106 y también con entrada por la calle Tegueste, en Punta Brava, convertida hasta ese momento en la escombrera particular del barrio. Allí acudía gente de todos lados a depositar residuos, sobre todo enseres, muebles y grifería.

Cansadas de ver allí todo tipo de basura que la gente tiraba sin escrúpulos, decidieron convertirlo en un pequeño oasis que sirviera para el uso y disfrute de los vecinos y además, para embellecer este núcleo costero, dada que era la imagen con la que se encontraba a diario su madre al abrir las ventanas y salir de casa.

La primera tarea fue limpiar el solar, lleno de váteres, lavabos, bidés, bañeras, piedras de lavar, botellas de todos los tamaños y colores y neumáticos. Parte del material lo aprovecharon y lo usaron como macetas, pero el resto se llevó al punto limpio. Ellas mismas se ocuparon de trasladar todo, una tarea en la que emplearon varios días.

Las hermanas acopiaban y transportaban los materiales necesarios para acondicionar el lugar en carretilla. “Mira que cargamos”, le recuerda Isa a su gemela, hasta que consiguieron que estuviera en condiciones para rellenarlo con tierra, piedras y empezaron a plantar.

Poco a poco vieron que su progenitora tenía otro semblante y también empezó a cuidar de las plantas. Ellas se entusiasmaron y fabricaron bancos y mesas con palés, marcaron caminos y construyeron con botellas y otros materiales bebederos y comederos para los pájaros, que tienen allí su lugar de reposo. Incluso, un amigo que entiende de pájaros les comentó que hay una especie de ave que estaba en peligro de extinción y que ha vuelto a aparecer por el lugar.

Al poco tiempo vecinos y conocidos se acercaban a regalarle diferentes especies de plantas al ver cómo estaba quedando el espacio. “Tengo una mata que en mi casa no se me da”, les decían, y se la llevaban para ver si ellas conseguían que prendiera. En la mayoría de los casos, lo lograron.

Hay algunas que requieren más cuidado que otras, como un pino, pero los cactus y los dragos “casi se cuidan solos”, indica Chelo. No van todos los días a regar, porque su madre vive al lado y “supervisa”. Pero cuando lo hacen, la pasan tan bien que se les va allí casi todo el día. “Que si subes a tomar el café, que si hablas con uno y con otro, se pasan las horas”, asegura.

Cada una ha formado su propia familia y ya no viven en Punta Brava, el barrio en el que nacieron, que las vio crecer y cuyos rincones conocen como la palma de su mano.

El agua que utilizan para riego es de su casa porque las ocasiones en las que intentaron que el Ayuntamiento se las cediera “solo con este fin y controlada con un contador”, fue inútil. “Nos cansamos y la pagamos nosotras”, apunta Isabel.

Lo único que piden es que la gente cuide “ese rinconcito” tan especial y querido por ellas y que atrae a muchos turistas que pasean por allí. “Que no tiren basura ni arranquen las plantas, que bastante nos ha costado para tenerlas así de bonitas como están ahora”, dice Isabel.

Ellas la llaman la zona ‘chill out’ de Punta Brava, “ideal para tomarse una cerveza o disfrutar de la puesta de sol”, porque las vistas que ofrece son inmejorables. También han puesto elementos infantiles para que los más pequeños puedan jugar.

Todo comenzó en junio de 2016 y nunca pensaron que cinco años después, el aroma de un jazmín enorme inundaría las escaleras que bajan hacia la calle Tegueste. Tampoco que ese basural se iba a convertir en el mini oasis de Punta Brava y la mejor terapia para su madre, de 85 años. Igual que para muchas amigas y personas mayores, que se sientan allí a hablar de sus cosas, recordar buenos momentos y en el que se puede ir a respirar aire puro, dicen las gemelas.

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