La Fundación DIARIO DE AVISOS, con la colaboración de Egatesa, ofrece este domingo, de forma gratuita a quienes adquieran el periódico, el libro Deja ver… Con prólogo del escritor y periodista Juan Cruz y la ilustración de la portada obra del artista Felipe Hodgson, en él se reúnen los artículos publicados en el Decano por el cantante tinerfeño Caco Senante entre 2015 y 2016. Deja ver… puede leerse como la evocación de un tiempo, el de la infancia y la juventud de su autor, en una ciudad, Santa Cruz de Tenerife. Pero también es posible entresacar de sus páginas una celebración de la amistad y del buen humor. O una crónica urgente del pasado dirigida a los jóvenes que hoy viven en esa capital. Deja ver…, en todo caso, es la carta de amor que ha escrito Caco Senante a la ciudad en la que nació.
-‘Deja ver…’ es una recopilación de artículos, pero, al adentrarse en su lectura, entre los elementos que los relacionan surge un paisaje, el de Santa Cruz de Tenerife, y, sobre todo, un paisanaje. ¿Cómo era esa ciudad en la que nació y vivió?
“Me considero un producto de esta ciudad. Soy muy santacrucero, muy chicharrero. En las columnas que publiqué en DIARIO DE AVISOS quise reflejar el anecdotario y los sentimientos que he ido atesorando a lo largo de mi vida. Sobre todo, de la primera parte de mi vida, que fue cuando viví más intensamente Santa Cruz. Ahora no la vivo intensamente, ahora la disfruto. En mi juventud, conocí a todos esos personajes y esos paisajes. También esas situaciones que desarrollaban la novelería de esta ciudad. Santa Cruz era muy novelera y todo el mundo asistía a lo que ocurría en cualquier punto de la capital”.
“A la música le he dado todo, he sacrificado muchas cosas, pero creo que esa es la única manera de intentar salir adelante”
-La calle, afirma en el libro, ha sido la universidad que le enseñó a ser como es. Cuando contrasta esa mirada al pasado con la del presente, ¿qué es lo que más echa en falta Caco Senante del Santa Cruz actual?
“La vida va a una velocidad tremenda. Las cosas cambian de una manera drástica. Eso es inevitable, ley de vida. El Santa Cruz de hoy no es el que yo viví en aquel tiempo. Han pasado 60 años desde que empecé a tener uso de razón y a ser consciente de lo que era mi ciudad. Así que es fácil imaginar lo mucho que Santa Cruz ha cambiado, lo que se ha transformado. Las nuevas generaciones se comportan de otra manera, se mueven por otros motivos. Yo hablo de una época en la que televisión era en blanco y negro…”.
-¿Era consciente, según avanzaba en la escritura de los artículos, de que estaba construyendo un relato sobre otro tiempo o lo que hoy es un libro tomó forma casi sin quererlo?
“Desde el principio era consciente de que lo que quería al escribir estos artículos era reflejar, sobre todo, una realidad acerca de lo que fue Santa Cruz. Una realidad sobre la que podrían sentirse identificados muchos de nosotros. Creo que ese testimonio tenemos que trasladarlo a las nuevas generaciones. Es cierto que el primer día, cuando me senté a redactar el primer artículo, no sabía en concreto de qué iba a escribir, pero poco a poco fui reflejando mis experiencias del Santa Cruz de aquella época, finales de los 50, los 60, los 70…, que francamente me resultan emocionantes. Observar cómo el pueblo se implicaba en cualquier evento. Si llegaba un tipo a la ciudad que se anunciaba como el Sansón del siglo XX y se presentaba en la Plaza de Toros, aquello se llenaba. Todo el mundo se implicaba en cualquier acto. En ese sentido era una ciudad muy uniforme: se movían todos hacia el mismo lado. También he querido dar cuenta de cosas que se han ido perdiendo: desde las guaguas, las lecheras, a los carritos… Cosas emblemáticas de Santa Cruz que han ido desapareciendo. María la Chivata, que era una furgoneta que tenía la Policía Municipal para llevar a borrachos, a gente cargada que se había metido en una pelea… A un pibe de hoy le dices que una furgoneta se llamaba María la Chivata, cuando están acostumbrados a ver aparecer en un alboroto a la policía con escudos y porras, y alucina”.
“La casa de mis padres siempre estaba llena de gente; de ellos aprendí a atesorar y cuidar la amistad”
-Es inevitable que la música esté estrechamente ligada a ‘Deja ver…’, porque es un elemento esencial en su biografía. Si hacemos un ejercicio de memoria, ¿cómo fue formándose en ese joven Caco Senante la pasión por la música?
“Dedicarme a la música era un sueño irrealizable. En aquel entonces, que alguien de Santa Cruz de Tenerife se pudiera dedicar de manera profesional a ella era poco menos que imposible. Antes de desarrollar mi carrera profesional, artistas en este ámbito, cantantes que hubieran tenido trascendencia fuera de las Islas, prácticamente no había existido ninguno. Recuerdo que en mi infancia había un chico palmero que se llamaba Siso, que cantaba mucho en la radio. Al final supe que se había ido a Venezuela. Años después, en uno de mis viajes, me lo encontré allí. Se había cambiado el nombre, ahora era conocido como Jerónimo. Y, bueno, tuvo su reconocimiento, especialmente por toda la colonia canaria en Venezuela. Yo me fui a Madrid con la idea de que no iba a pasar nada extraordinario. De hecho, me volví unas cuantas veces. Eso era lo que solía pasar. Subsistir en la capital era muy duro. Pero al final se dieron las circunstancias que lo permitieron. La gente suele destacar, cuando comienzas, que has conseguido publicar un disco. Pero eso realmente no significa nada. Grabas un disco y el fruto económico te llega un año y medio después. Y durante ese tiempo, ¿de qué vives? Era muy complejo dedicarse profesionalmente a la música y sobrevivir”.
-¿Qué le ha dado Caco Senante y qué ha recibido del oficio de cantautor?
“A la música le he dado todo. He sacrificado un montón de cosas por esta pasión. Y creo, además, que esa es la única manera de intentar salir adelante en la música: entregarte completamente. Cuando la gente critica a artistas como Julio Iglesias no es consciente de que si no se hubiera comportado de la manera en que lo ha hecho no hubiera llegado al lugar en el que se encuentra hoy. Esta vocación requiere muchos sacrificios. Hay artistas que han tenido que renunciar a la libertad de comprar el periódico en el kiosco de la esquina. Alejandro Sanz salía disfrazado de su casa para poder ir a cualquier sitio. No puedes ir a un cine, comprar la entrada y sentarte en la butaca como todo el mundo. Es un oficio maravilloso, pero te exige todo un conjunto de renuncias. ¿Y qué me ha dado la música a mí? Yo he sido y soy muy feliz con la música. He conocido mucho mundo y a mucha gente. He aprendido de muchas personas. Poder relacionarte con gente de tantos países y culturas diferentes te enriquece. En 46 años de profesión que llevo todo eso lo he conseguido. A estas alturas de la vida, me siento muy agradecido. Si fuera un manta, hace tiempo que me hubieran mandado para casa y, sin embargo, sigo vivo. Todo ese aprendizaje he sabido canalizarlo. Creo que canto bien, que la naturaleza me ha respetado y me mantiene la voz tal y como la he tenido desde hace más de cuatro décadas. De manera que me siento muy afortunado por haber elegido la profesión que elegí”.
“Todos los personajes que te encontrabas en la calle diferenciaban a Santa Cruz de cualquier otra ciudad”
-Al crear este relato sobre anécdotas y vivencias, el humor es uno de los principales ingredientes. ¿De qué manera le ha ayudado a viajar por la vida?
“El humor pertenece a la personalidad de Santa Cruz. Por eso esta ciudad está vinculada a tantos personajes. Es una fuente inagotable. En cada esquina te encontrabas un personaje. Eso iba revistiendo de humor la vida en la capital y la gente convivía con ello. Esa ha sido mi educación. Ibas por la calle y te encontrabas a Paco Zuppo, que era un empleado de un banco, y se ponía a dirigir el tráfico, y todo el mundo lo saludaba. O a Dominguito La Tarde, que vendía ese periódico con unas pintas que la gente se le quedaba mirando, o a Pedrín, o a Pepe el Cantinflas, o al Arroz, o a Nacho el Gofio o a Julián el Bizco… Todos con los que te ibas encontrando por la calle le daban un ambiente a Santa Cruz que la diferenciaban de otras ciudades. También estaban los carritos, que hoy se han reconvertido en kioscos impersonales. La gente de Santa Cruz conocía todos los carritos por su nombre: el de Manolo el Mangante, el del Gallego, el de Samarín… Todos ejercían como una especie de universidad. En el que estaba al lado de La Recova, el Carrito Machín, se juntaba todo el mundo a opinar y el propietario era el que dictaminaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que era correcto o no. Por eso lo llamaban la Universidad”.
-Y luego está la amistad, que también es una constante en las páginas de ‘Deja ver…’. ¿De qué forma este libro constituye una especie de correspondencia con todas esas personas que han compartido su vida?
“Siento un gran respeto por la amistad. Es uno de los valores que siempre me he preocupado de atesorar y de cuidar. Hay una canción de un salsero, Ismael Rivera, en la que se dice: “El Nazareno me dijo que cuidara a los amigos”, y yo eso lo heredé de mis padres. Ellos cultivaban mucho la amistad. Mi casa siempre estaba llena de amigos. Acerca de todos esos personajes de los que hablo, puede haber gente que me critique al pensar que me estoy riendo de ellos. Pero es justo lo contrario. No me río de ellos, siento una profunda admiración por todos. Con sus cosas, porque todos tenemos nuestras cosas, pero hay que saber leer en ellas. Siempre les profesé un gran cariño a todos y creo que era algo recíproco. Por otra parte, yo reivindico el nombrete, que ha sido una característica de esta ciudad. A la gente se la llamaba y se la conocía por el nombrete. Y Julián el Bizco será Julián el Bizco toda la vida, se moleste quien se quiera molestar, y Nacho el Gofio siempre será el Gofio… Es un rasgo de esta ciudad que yo procuro mantener vigente”.
“En este libro reflejo lo que en una época fue esta ciudad, para trasladarlo a las nuevas generaciones”
-¿En qué nuevos proyectos se encuentra inmerso y qué caminos le gustaría recorrer en el futuro?
“Para la idea que yo tengo de la música y de mi profesión, los actuales son momentos muy duros. Nací con el vinilo, luego me tocó pasar al CD y ahora a la nada. Si hoy haces una canción, la debes colgar en las redes. Prácticamente no existe un soporte físico. Asumir todo eso me cuesta mucho. La gente suele preguntarme si ya no compongo, pero es que ahora hago una canción y no sé qué hacer con ella. Me la tengo que guardar por si tengo la oportunidad de meterla en algún concierto. No es el camino que seguía antes, cuando editabas un disco y la respuesta de la gente era la que valoraba si había sido un acierto o no esa canción. Ahora el único medio de subsistencia son las actuaciones en directo. A mí me sigue haciendo mucha ilusión subirme a un escenario. Este año he tenido la oportunidad de ofrecer varios conciertos en mi tierra, que es algo que no quiero perder”.