Mientras las autoridades locales y estatales siguen desbordadas por la gravísima crisis habitacional que sufren los ciudadanos más desfavorecidos, una protesta callejera que clama contra los desahucios y exige que nadie se quede sin un techo bajo el que guarecerse se ha convertido en la solución más eficaz para que al menos cinco canarios no duerman al raso desde hace unas semanas. Es el singular caso protagonizado por la llamada Acampada por la Dignidad, un acto reivindicativo que precisamente hoy cumple 200 días con sus casetas plantadas en las calles de Santa Cruz de Tenerife pese a las inclemencias del tiempo, la incapacidad administrativa para ofrecer al fin una solución a estas personas y el desprecio de quienes han exigido su marcha de enclaves como la plaza de la Candelaria, quizás inquietas sus conciencias al ver todos los días que su fortuna no la comparten otros vecinos de su propia ciudad. Un dato ayuda a comprender la gravedad de estos hechos: dos de esas cinco personas -ambos varones- padecen graves enfermedades ya que uno sufre un cáncer muy avanzado mientras otro padece los terribles efectos que la epilepsia provoca en su organismo.
“Nos enteramos de la existencia de la Acampada y decidimos acercarnos. Finalmente, hemos encontrado dónde quedarnos”, cuentan a DIARIO DE AVISOS esas cinco personas: una pareja formada por Ana y Romén, José Luis, Javier y Alejandra. Todos ellos comparten datos biográficos tales como que son de mediana edad y llevan años sin trabajo a pesar de contar con una formación profesional que antaño les permitió soñar con una jubilación tranquila y no la pesadilla en la que ahora se ven envueltas. Están muy agradecidos al respaldo que han encontrado en los activistas que impulsan esta Acampada, especialmente Lolo Dorta y Eloy Cuadra, quienes además han logrado que sus expedientes fueran revisados por los Asuntos Sociales del Ayuntamiento capitalino y, si bien es obvio que su problemática dista mucho de haber sido resuelta satisfactoriamente, los avances obtenidos son tan importantes como sin duda lo será el hecho de saber que dichos profesionales se ocupan de sus casos.
Sin embargo, nada ello oculta el espanto de asumir que estas personas duermen bajo las tiendas de campaña ubicadas nuevamente frente a Presidencia del Gobierno después de que una campaña de acoso los terminara por desalojar de la plaza de la Candelaria. “Nos hemos refugiado de la lluvia a duras penas, cubriendo las casetas con plásticos y otros apaños, pero la humedad se mete por cualquier lado”, reconocen estas personas, tristemente acostumbradas a tener que buscarse la vida con muy pocos medios.
Aunque la bonhomía de los activistas hace que no resalten tales hechos, otra de las calamidades sufridas por los integrantes de una protesta reivindicativa en pos de un derecho tan elemental como el de la vivienda pasa por las agresiones -verbales, pero también físicas- sufridas no solo por borrachos y demás lumpen nocturno al que han tenido que hacer frente en no pocas de esas noches que ya se cuentan por centenares, sino también por el de algunos impresentables que, a plena luz del día, les insultaron por su mera presencia en la calle, especialmente durante la campaña de acoso en la plaza de la Candelaria. Por el contrario, los organizadores destacan a quienes, lejos de juzgar al prójimo, se acercaron a las tiendas de campaña para interesarse por la protesta, ofrecer -si así lo entendían su apoyo- e, incluso, llevarles alimentos, enseres o, también, facilitar en lo posible el acceso a los servicios de sus negocios.
Ya son 200 noches al raso, con sus 200 días. ¿Cuánto van a resistir? “Mientras el cuerpo aguante, aquí no se levanta nadie”, es la conocida respuesta.