los realejos

Un hombre con mucha cuerda

Daniel Mato Jara, residente en Los Realejos, es la tercera generación de relojeros artesanos, un oficio en peligro de desaparecer debido a la falta de apoyo de las instituciones
Daniel Mato Jara lleva 36 años trabajando como relojero artesano, un oficio por el que lucha para evitar que desaparezca. SERGIO MÉNDEZ

Daniel Mato Jara viene de la tercera generación de relojeros artesanos y no descarta que su hija forme parte de la cuarta porque ha tenido un buen maestro, aunque eso no lo dice.


Natural de Santander, Daniel lleva 36 años en el oficio y once años residiendo en Los Realejos. Enseña en los colegios a leer la hora, a entender el patrimonio y la importancia de lo que antaño se creyó que era la máquina del tiempo, y técnicas de concentración que utilizan los relojeros para que los alumnos las apliquen en sus estudios. Orden y limpieza en una mesa ayudan a concentrarse y a abordar un trabajo difícil que se asemeja al de relojero artesano, que es muy minucioso, requiere mucha concentración y que está en peligro de desaparecer debido a la falta de apoyo de las instituciones que no lo reconocen.


Enseñanzas que imparte como miembro y presidente de la Asociación en Defensa Relojes Públicos de Canarias (Adrecos), la única asociación de este tipo que existe en el Archipiélago cuyo objetivo es dar a conocer, defender y reparar estos elementos patrimoniales, muchos de los cuales se encuentran abandonados y olvidados.


En España, el oficio de relojero tradicional no está catalogado como una formación profesional, o sea que ni siquiera se puede enseñar porque no existe una titulación para poder hacerlo, por ejemplo, en escuelas talleres, para garantizar el relevo generacional y evitar así que se pierda por completo.


Daniel fue invitado en el año 2006 a visitar el reloj de la Puerta del Sol, oportunidad que aprovechó para hablar con Jesús López Terradas, el responsable de su mantenimiento desde 1997, sobre técnicas de restauración y cuestiones relacionadas con el oficio. “Es una de las mejores piezas que hay en Europa, donado por el relojero José Rodríguez Conejero -más conocido como José Losada por el lugar leonés de su nacimiento- que fue quien terminó el proyecto del Big Ben de Londres porque la persona que ganó el concurso y lo diseñó, Edward John Dent, falleció seis años antes de inaugurarlo”, comenta.


Daniel ha restaurado algunas de las máquinas más complejas de la Isla, de las que conoce sus pormenores y su historia a la perfección. Entre ellos, el reloj de la torre de la Santísima Iglesia Matriz de San Marcos en Icod de Los Vinos, de maquinaria inglesa de 1870, de la famosa casa de relojes John Moore& sons, una máquina de dos cuerpos de funcionamiento y cuya peculiaridad es funcionar en el sentido contrario de las agujas del reloj.
“Fue una auténtica proeza, casi nos dejamos la vida en él. No por restaurar esta pieza de patrimonio histórico que data de 1869 sino por convencer que había que hacerlo”, puntualiza.


“La Asociación que preside tardó cinco años para poder acceder al reloj. La reparación se culminó pero sigue abandonado, pese a que hemos planificado una torre museo y una programación cultural con una subvención de 10.000 euros que finalmente se tuvo que devolver a la Consejería de Innovación Tecnológica porque no se nos dejó acceder a nada”, confirma.


El último con el que se atrevió fue el de la iglesia de La Montaña, en Los Realejos, donde se recuperaron todos los elementos antiguos. “Cuando restauramos nunca sustituimos, recuperamos, y en este caso dimos un paso más, que fue utilizar la tecnología y hacer la primera estación meteorológica con la iluminación de la esfera del reloj, según la temperatura, la estación, si va a llover o está nublado. Es algo muy novedoso y una herramienta orientativa para los vecinos de todo el Norte de la Isla”, explica.


Llevó cinco meses restaurarlo pero al final el sistema no fue puesto en marcha “porque al Obispado de Tenerife no le terminaban convencer los colores”, afirma. Mientras tanto, los vecinos de este barrio le siguen preguntando: “¿Cuándo cambia de color el reloj?”.

Un patrimonio único en Canarias
Según Mato, “Canarias tiene un patrimonio único de relojes artesanales en el mundo que podrían estar al mismo nivel que el Big Ben o el de la Puerta del Sol. Adrecos Canarias tiene más de cien catalogados pero asegura que no se les abre paso ni las puertas para terminar de hacerlo por completo. Cada uno de ellos tiene detrás una historia que hay que conocer y divulgar.
“Lo que los hace únicos son las personas que los construyeron, como el de la Catedral de La Laguna, fabricado por John Ellicott, relojero personal del rey Jorge III de Inglaterra, que fue traído en 1714 por el Cabildo para la iglesia de La Concepción del mismo municipio, y terminó en la Catedral con el disgusto de muchos vecinos. Este personaje inventó la rueda de escape, la de cilindro y la péndola de compensación del tiempo de las máquinas, de las que hoy conocemos el tic-tac. Los relojes mecánicos eran un tren de ruedas, que funcionaban muy de prisa o muy despacio y no había un control exacto para regular el tiempo y él inventó esa péndula para conseguir que fueran exactas. Esta es una peculiaridad de este reloj, que se encuentra en una situación límite y al que no conseguimos restaurar ni por cuenta propia de la Asociación”, se lamenta.
Otro ejemplo que cita es el reloj de la Casa Cuna de Taco, de la Casa de Viuda de Perea, la misma que fabricó el del Cabildo de Tenerife, que toca a ritmo de tajaraste cada 15 minutos, una pieza única que fue construida para el edificio en 1953. A su juicio, este último “tiene el mejor campanario de toda Europa, ocho campanas que quitan el aliento y no es conocido en ningún lado y tampoco suena como tiene que sonar”, opina.
Daniel se empeña en mantener un oficio que le apasiona y que además está ligado a la historia y a la cultura de los pueblos porque los relojes forman parte del patrimonio colectivo.
Antaño se colocaban en las iglesias -donde permanece la mayoría de ellos- no porque eran propiedad exclusiva de la institución sino porque eran comprados por los vecinos, donados a los ayuntamientos y los alcaldes eran los que negociaban con el clero su colocación en el sitio más alto y en el centro del pueblo, que siempre terminaba siendo la iglesia, para que pudiera ser contemplado por todos. Y se les permitía colocar con dos condiciones: que pasara a ser propiedad de la institución para garantizar el futuro, y que fuera mantenido por los ayuntamientos de por vida, un requisito que actualmente no se cumple.
En su opinión, la razón por la que no se hace “es la ignorancia”, ya que su coste no es elevado. Es más, añade que con una buena programación cultural se pueden mantener solos porque hay medios como Internet o la realidad virtual que contribuyen a hacer atractiva su visita.
“Tenemos un núcleo de estudiantes que no han conocido el sonido de una campana en su vida y cuando les llevamos a un campanario y le enseñamos el reloj, la matraca, las campanas, la forma en la que se tocaban en la época, les damos a entender que la torre del reloj era el medio de comunicación de aquellos días y es un gran atractivo, una forma de enseñar a los niños parte de la historia e indirectamente, el oficio”, sostiene.
Daniel tiene todavía mucha cuerda y no se resigna a que los relojeros tradicionales desaparezcan. Su última acción para evitarlo fue a mediados de diciembre, cuando, en nombre de la Asociación, acudió a tocar las puertas al Diputado del Común, Rafael Yanes, “quien le prometió que se iba a encargar de que la comisión mixta Cabildo-Obispado catalogue y declare BIC a los relojes, los restaure, haga una propuesta de promoción cultural de inmediato y luego se articulen una serie de exigencias para que los ayuntamientos cumplan con su obligación de mantenerlos”.
Desde entonces, el tiempo para los relojes y los relojeros artesanos ha empezado a correr.

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